[Guillermo Callejo. Colaborador de Cinemanet]
Historia de lo nuestro (1999): un canto al matrimonio en todos los sentidos. Eso sí, ¡ojo!, lo hace de un modo atípico, gracias a la brillantez interpretativa de Bruce Willis y Michelle Pfeiffer, que aquí dan vida a una pareja no tan felizmente casada como se imaginan sus hijos. Por supuesto, la trama exagera a la hora de retratar las continuas disputas entre marido y mujer, pero subyace la idea de que, a fin de cuentas, en todo matrimonio existen conflictos que, por lo general, pueden solucionarse o sobrellevarse.
Se trata de una comedia para adultos que no renuncia a momentos dramáticos bastante logrados. Hay diálogos memorables y frases muy atinadas que invitan a la reflexión, pero siempre evitando los clichés y las moralinas. Willis y Pfeiffer convencen como esposos, seguramente gracias también al buen hacer de Rob Reiner, un gran director, guionista y actor.
Arde Mississipi (1988): otra pareja protagonista simplemente fabulosa. Sólo que aquí está compuesta por dos hombres: Gene Hackman y Willem Dafoe. Ellos encarnan a un par de policías federales -el primero viejo y resabido, el segundo lleno de ambición- que viajan a un pueblo sureño de Estados Unidos para investigar la desaparición de tres activistas defensores de los derechos humanos.
La película apela con contundencia al espectador, sin duda. Hay una protesta social inconfundible en contra del racismo en sus múltiples formas, y la ambientación de la época llama la atención por su verosimilitud. Pero más allá de la historia principal, lo que de verdad atrapa al espectador es la relación profesional que se establece entre Hackman y Dafoe. En la vida laboral no es raro encontrar a un jefe algo descreído y que, por pereza o por el paso del tiempo, ha terminado dejando a un lado sus ideales. Al mismo tiempo, para muchos jóvenes nos resultará fácil comprender los sanos ideales a los que aspira Willem Dafoe. En esta película, ambas personalidades quedan encarnadas con gran maestría, lo cual lleva al público a extraer algunas conclusiones interesantes y aleccionadoras. ¿Cuáles? Quizá es mejor que cada uno las saque por sí mismo.
¿Son estas dos películas muy diferentes entre sí? Pues no tanto como pueda parecer. En primer lugar, porque son obras pensadas para jóvenes y adultos. Y en segundo lugar, porque plantean escenarios muy, muy verosímiles, de esos a los que muchas personas tienen que enfrentarse todos los días. Al espectador no le cuesta sentirse identificado con las pasiones que sufren los protagonistas, con sus dudas y tristezas, con sus ideales y sus esperanzas… Claro que en un matrimonio o en una relación de pareja las disputas no suelen ser tan continuas e insoportables, y claro que hoy en día el racismo no goza en Occidente de semejante permisivismo (aunque sí, todavía, en muchos otros lugares del mundo), pero en último término ambas películas esconden grandes verdades con las que convivimos a diario y de las que quizá nos olvidamos por puro acostumbramiento. Y logran hacernos reparar en ellas. ¿Acaso existe un cine mejor conseguido que ése?