A FONDO
[Sergi Grau. Colaborador de Cinemanet]
EL SIGLO XX A TRAVÉS DEL CINE
8. DOUGLAS SIRK
Película: Imitación a la vida
Temática: El American way of Life (I)
«Años cincuenta. Es una época fascinante, cuando el
tema secundario se convirtió en algo tan o más
importante que el supuesto argumento principal.»
Martin Scorsese
Aunque la carrera de Douglas Sirk (Hans Detlef Sierck, 1900-1987) fue extensa y heteróclita, la memoria cinéfila recuerda especialmente los melodramas que filmó en los años cincuenta para la Universal, títulos como Obsesión (1954), Sólo el cielo lo sabe (1955), Escrito en el viento (1956) o la aquí comentada Imitación a la vida (1959), títulos todos ellos exquisitos, en los que el cineasta exploró con remarcable profundidad expresiva y analítica los pulsos sociológicos del lugar en el que vivió durante largos años de su vida, los EEUU.
Es bien sabido que en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial aquel país vivió un periodo de formidable bondad económica, que de hecho hizo posible que se situara como primera potencia mundial. En el imaginario colectivo aún quedan de forma vívida las estampas de la efervescente clase media de aquellos maravillosos años inmortalizadas en los famosos cuadros de Norman Rockwell, en las imágenes de la por aquel entonces incipiente televisión y, por supuesto, en el cine. Pero a esos cuadros, a menudo inmaculados, del american way of life, les faltaba algo esencial: el aliento. Sin duda que exportaban con éxito las cacareadas virtudes de aquel sistema económico y social, pero eran demasiado pluscuamperfectos como para ser ciertos. A mediados de los cincuenta, desde diversas plataformas artísticas se empezaron a cuestionar los espacios de sombra, quizá de miseria, que también conformaban la realidad social y cultural de la nación de las barras y las estrellas, y que una década más tarde, en sintonía con los turbulentos acontecimientos que tendrían lugar, desaguarían con fuerza en un movimiento contracultural que, por otro lado, calaría con fuerza por todo el globo (1).
En ámbitos literarios, los planteamientos se radicalizaron (desde lo que muchos consideran la avanzadilla del perfil psicológico del Holden Caulfield de El guardián entre el centeno (J. D. Salinger 1951) a la popularización de obras del movimiento beatnik de las plumas líricas y enfurecidas de Jack Kerouac, Allen Ginsberg o William Burroughs). En el cine, las cosas fueron más sutiles. A la fuerza, ya que por aquel entonces aún tenía vigencia el Código Hays, implantado a mediados de los años treinta y que, como es bien conocido, establecía unas normas de observancia en el abordaje narrativo y visual de las películas de Hollywood cuyo fin último no era otro que el de ofrecer una imagen de “una sociedad que insufle a los americanos el orgullo de ser tales, y a los extranjeros la envidia y la admiración de su modélico way of life, y de la calidad de los productos que utilizan” (2). Pero Sirk, Nicholas Ray, Samuel Fuller, Robert Rossen, Billy Wilder y muchos otros cineastas empeñaron su talento (a veces desde la alegoría, como sucedió con el western psicológico) en efectuar radiografías de su tiempo que, sin enarbolar la disidencia, no se conformaban con la complacencia, y cuyos testimonios resultan aún hoy muy valiosos a la causa del estudio cultural y social de los EEUU.
Una de las reglas del al principio asfixiante Código Hays, que había sido derogada en 1956, prohibía mostrar relaciones amorosas entre hombres y mujeres de razas distintas, concretamente blancos y negros. Esta cuestión, o más bien su incidencia en una de las más espinosas herencias del pueblo norteamericano, cual es la segregación racial, es la que precisamente acaba reclamando el interés nuclear del filme que nos ocupa, no a través de un discurso combativo en lo político, antes bien en las mareas de una doliente introspección en lo sentimental.
Imitación a la vida nos presenta un recorrido de larga distancia, circunstancial y emocional, de dos madres, Nora (Lana Turner) y su criada negra, Annie (Juanita Moore), de sus respectivas hijas, Susie (Sandra Dee) y Sarah Jane (Susan Kohner), así como la relación de todas ellas con un quinto personaje, un fotógrafo (John Gavin) amigo de la poco convencional familia que las cuatro mujeres conforman. El filme no escatima la densidad en la narración del sinfín de conflictos que atañen a todos y cada uno de los personajes, principalmente la frustrada relación de Nora (Turner) con Steve (Gabin), y los enfrentamientos entre Annie (Moore) y su hija Sarah Jane (Susan Kohner) por culpa de las diferencias entre el color de piel de una y otra (negra la madre, blanca la hija), que en el contexto de la segregación racial de aquellos tiempos lleva a Sarah Jane a alejarse de su madre y a renegar de ella. El extenso arco cronológico cubierto por el relato no hace sino dotar de gravedad y trascendencia las aciagas circunstancias sentimentales que jalonan el devenir vital de los personajes, encuentros y desencuentros amorosos o familiares que en todo caso estigmatizan a todos los ellos, y que el libreto de Eleanor Griffin y la mirada de Sirk saben vehicular a la perfección desde la vena melodramática, la del personaje arrastrado a un destino que no controla, en este caso principalmente víctima de las pulsiones de su tiempo (los conflictos raciales y generacionales).
Como marco argumental al relato de estos avatares sentimentales se halla la meteórica carrera como actriz de Nora, desde sus desafortunados primeros pinitos en el mundo de la publicidad hasta su consolidación como gran Dama del Teatro e incluso como actriz de prestigio. No es dato intrascendente: la condición de actriz de Nora se desdobla sutilmente en la demostración de su dificultad para relacionarse con los demás (en cómo la ven los demás). Y Douglas Sirk dirige su mirada, su abordaje escenográfico, al corazón de esas dificultades, de esa incomprensión crónica que invalida las posibilidades de alcanzar la anhelada, indescifrada, felicidad. Principalmente merced de un muy meticuloso control de la puesta en escena, atenta a todos los elementos (de los actores a los decorados en los que se hallan, del paisaje a los objetos, de la luz a los colores que definen la imagen), que dota al relato de una fuerte carga simbólico-alegórica a la vez que abstracta y universal. Las intenciones que respiran en la técnica cinematográfica enlazan a la perfección con el propio título del filme: como decía antes, a esos inmaculados cuadros del american way of life les faltaba… el aliento.
En el cine (y la televisión) contemporáneo(s), los filtros de desencanto sobre aquel pasado de apariencia refulgente se han ido sedimentando en interesantes, a veces apasionantes, crónicas dramáticas, como lo son Lejos del cielo (Todd Haynes, 2002), Revolutionary Road (Sam Mendes, 2008), la miniserie Mildred Pierce (de nuevo Haynes, 2011) o la multipremiada serie Mad Men (2008-…). Qué duda cabe de que las enseñanzas de Douglas Sirk fueron valiosas.
NOTAS:
(1) Léase, al respecto, el muy recomendable libro de Mark Kurlanski 1968: el año que conmocionó al mundo. Destino, 2005.
(2) Román Gubern, Historia del Cine; Editorial Lumen, 1989 (pág. 211).