David Arratibel es navarro, es director de cine y acaba de estrenar lo que él mismo define como “una marcianada”. Converso es un pequeño documental con gran corazón en el que el realizador afronta un hecho crucial en su vida: hace unos años, su madre, sus hermanas y su cuñado se convirtieron a la fe católica, dejándole a él extrañado y con un montón de preguntas.
Con la película en los cines y aprovechando que Arratibel estuvo en el Festival de San Sebastián, hablamos con él sobre Dios, el amor familiar, la falta de comunicación y los abismos a los que nos asomamos:
Hablemos de la génesis de la película: ¿qué ocurrió cuando toda tu familia se convirtió al catolicismo? ¿Cómo lo viviste?
De entrada, como una exclusión: de repente, todos ellos compartían algo que les unía muchísimo y de lo que yo no formaba parte. Tenían una armonía común, estaban afinados en la misma nota, compartían un mismo lenguaje… y yo estaba fuera.
…hasta el último plano de Converso, en el que esta armonía parece restablecerse a través de la música, ¿el film tiene algo de terapia familiar?
Totalmente. La armonía es una idea que enlaza con una metáfora presente en toda la película. Como explica mi cuñado, Raúl, la Iglesia es como un órgano: una serie de tubos por los que pasa viento que, al sonar todos en armonía, producen un sonido bello. Además, en mi familia todos tienen formación musical: todos cantan, incluso yo, que canto en un grupo de swing vocal. Teníamos pendiente el reto de hacer una polifonía complicada, y entonces dijimos ¿por qué no la hacemos para la película? Me parecía una manera de generar una metáfora de la búsqueda de la armonía familiar.
El hecho de rodar a tu familia y de exponer vuestra intimidad da cierto vértigo, ¿te asaltaron dudas?
Lo que pasa es que yo pudor tengo muy poco: si nos tomamos dos cervezas enseguida te cuento mi vida. Lo que sí me costaba es ver qué legitimidad tengo yo para trasladar esta falta de pudor al resto de mi familia, para exponerles. Esa duda sobrevoló todo el rodaje y aún no tengo una respuesta clara. Para mí, se resume en el primer plano de la película, que es lo último que filmé, dos días antes de acabar el montaje.
Te refieres al plano de la nevera, ¿no?
Exacto, a ese momento en que estoy grabando el frigorífico de mi hermana y mi sobrina me va diciendo “tío, ¿por qué quieres grabar todo lo nuestro?”. Me pareció, además, un plano muy significativo, porque es como la culminación de un proceso. Para mí ser capaz de estar en casa de mi hermana, señalar su frigorífico -lleno de imanes de Lourdes y dibujos de rosarios-, decirle “¡vaya frikada! Voy a grabarlo” y poder reírnos juntos es muy bonito. Antes, cuando el tema aún era una herida pendiente, yo veía esa nevera y me quedaba paralizado, no sabía qué decir… poder hablar de todo esto en familia cómodamente y partirnos el culo juntos es lo mejor.
¿Dirías que Converso es una película valiente?
Por mi parte, no tanto: a fin de cuentas, soy un agnóstico haciendo una película sobre la fe. Lo que sí me parece más complicado es lo que hace mi familia, proclamar claramente su fe. Por eso, mientras la rodábamos mantuvimos un pacto: la película se rodaría en la intimidad y ellos serían los primeros en verla. Si tenían la más mínima duda, Converso no saldría.
Pero se ha estrenado, con lo que imagino que les gustó…
Yo les dije que cuando vieran la película no la juzgaran con sus ojos, sino con los del público. Muchas veces en un documental apuntas a alguien con una cámara y parece un loco: mira Grizzly Man, de Werner Herzog. El protagonista está encantado de aparecer en una película, pero luego en el cine la gente lo ve con esa escafandra y se descojona. Aun así, yo creo que mi familia queda bien en Converso. Por ejemplo, yo tengo un amigo muy apóstata que, tras ver la película, me dijo “jamás hubiera pensado que tendría ganas de ir de cañas con un tío como tu cuñado, pero ahora me parece un tipo muy interesante”.
En la película reconoces un cierto fracaso: el no ser capaz de filmar la fe, el espíritu inefable.
Una de las maneras de aproximarme a la historia era intentar entender la fe: cómo funciona el paso de pensar que Dios no existe a la certeza absoluta de que está aquí. Me parecía un cambio muy interesante de retratar como documentalista, y en la película se ve. Está presente cuando mi hermana habla de la fe como “un abrazo”; mi madre, de la búsqueda de la belleza; Paula dice que no puede explicarlo desde su conocimiento como médico… pero luego pasó a ser un aspecto muy secundario de la película: Converso se reveló como una cinta de conversaciones pendientes.
Hay una escena en la película en la que debates sobre los dogmas de la Iglesia, ¿cómo te planteaste el acercamiento a esta vertiente más estructurada?
Tengo horas y horas de material rodado hablando de la Iglesia, de los dogmas… pero no me interesaba ir por ahí. Para mí, Converso no se trataba de hacer un análisis teológico muy sublime –que, además, por mi formación, sensibilidad y falta de interés, tampoco sería capaz-; no me interesaba esa película, sino la de una familia y una herida que se sana. Curiosamente, ayudó mucho todo el dispositivo de rodaje.
¿Te refieres a las cámaras y los micros?
Exacto. Me he dado cuenta de algo curioso: todos estos elementos, en lugar de distanciar, generan una escucha mucho más activa. El hecho de saber que esa conversación está siendo grabada te incentiva a concentrarte, a no irte del tema, a poner más atención en la conversación. Te obliga a escuchar de verdad, que es de lo que trata la película. Yo invito a todos aquellos que tengan una conversación pendiente con alguien querido a que la graben y exploren el resultado.
En las entrevistas sueles decir que recomiendas la película a familias que tengan temas pendientes que tratar…
Sí, e igual ahora también la recomendaría a catalanes y españoles, porque es una película sobre la capacidad de diálogo. Sobre escuchar al de enfrente e intentar comprenderle, no convencerle, que es un problema muy presente en el mundo de los creyentes muy convencidos. Mira, hace poco, en una proyección en Barcelona, un señor me decía que la película le había conmovido mucho, que él tenía un hermano que no es creyente, que no le podía convencer… y ahí le paré. ¿Por qué intentar convencerle? Intenta entenderle, y él te intentará entender a ti -le decía-, e igual a base del ejemplo ve en ti algo que le mueve a cambiar.
La película es un documental de autor muy pequeño que, sin embargo, se estrena en más de quince cines, ¿a qué crees que se debe este interés por la película?
En todo el mundo creyente hay mucho interés por Converso: dentro del sector católico se hace mucho cine de puertas para adentro –ahí tienes el éxito de Juan Manuel Cotelo-, pero una película hecha por un agnóstico es algo distinto. Además, también hay mucho público con inquietud espiritual, que van a ver desde cine sobre budismo a una película acerca de la Iglesia.
Es curioso este interés por el cine espiritual, ¿no?
Hace poco, me decían en una entrevista “qué raro es que en los tiempos de hoy alguien se convierta”, y yo les decía lo contrario: “lo raro es que en los tiempos que corren no nos convirtamos todos en masa a algo”. Vivimos tiempos en los que el mundo cambia entre nacionalismos, patriotismos, ultraderecha… y lo raro es que no busquemos algo sólido a lo que agarrarnos. Además, aunque yo estoy un poco bloqueado en este sentido, sí veo cierta búsqueda de trascendencia en el ambiente. Aunque te diré una cosa: tengo un amigo que está muy mal de salud y hablando el otro día con él en la orilla de un río acerca de la posibilidad de morirnos fue la primera vez, o casi, que me asome a un abismo. Es aquello que en la película le dice mi cuñado a mi hermana: “todos nos asomamos al mismo abismo”.