Es curioso. No hace mucho estaba viendo Rumores y mentiras en Netflix, y una idea no dejaba de rebotar dentro de mi cabeza. ¿Cómo es posible que una película que a primera vista resulta difícil recomendar en CinemaNet esconda una importante reflexión espiritual para los que nos decimos cristianos?
Rumores y mentiras -o Easy A, como la conocen los angloparlantes- es una comedia de instituto en la que Emma Stone interpreta a Olivia, una adolescente que se vuelve popular haciendo creer a sus compañeros que va por ahí teniendo sexo con cualquiera. A medida que avanza la trama, la red de mentiras se va complicando más y más, y su estatus de facilona no tarda en volverse en su contra.
Como señala su propio título -de una forma no demasiado sutil, por cierto-, Rumores y mentiras es una obra sobre las consecuencias negativas de no decir la verdad. Pero -y esto me parece incluso más interesante- es también una película sobre el daño que provoca la hipocresía: la falta de coherencia entre lo que uno muestra o dice y lo que uno hace.
Un ejemplo de esto –como apunta Anne Jorgenson en este artículo– es cómo los chicos y chicas del instituto marginan y apartan a Olivia por su supuesta promiscuidad a la vez que jalean y aplauden a los chicos con los que se supone que ha tenido relaciones. Otro ejemplo -el que me ha llevado a escribir este texto- tiene que ver con el papel de un grupo de cristianos en la película.
¿Qué pinta Cristo en Rumores y mentiras?
En Rumores y mentiras, la pequeña comunidad de jóvenes cristianos del instituto asume el rol de antagonista. Ellos son los que comienzan el acoso hacia Olivia, y el director de la cinta, Will Gluck, se encarga de que a los espectadores nos quede claro que para él no son más que una panda de ridículos puritanos, obsesionados con juzgar a los demás.
Más allá de esta burla -lo único que parecen saber hacer estos personajes, además de criticar, es cantar en círculo de la forma más boba posible-, la verdad es que su actitud hunde las raíces en el propio Evangelio. La estrategia de acoso y derribo que la líder del grupo, Marianne, emprende contra la protagonista me recordaba poderosamente al pasaje de San Juan sobre la mujer sorprendida en adulterio:
Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola en medio del grupo le dijeron a Jesús: “Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley, Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres, ¿tú qué dices?”.
Con esta pregunta le estaban tendiendo una trampa, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó, y comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Y, como ellos lo acosaban a preguntas, Jesús se incorporó y les dijo: “Aquel de vosotros que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.
E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en el suelo. Al oír esto, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, hasta dejar a Jesús solo con la mujer, que aún seguía allí. Entonces, él se incorporó y le preguntó:
-
- Mujer, ¿dónde están? ¿Ya nadie te condena?
- Nadie, Señor.
- Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar.
(Jn, 8: 3-11)
Ante el adulterio de la mujer, la respuesta de Jesucristo es firme –“no vuelvas a pecar”-, sí, pero también llena de misericordia: “tampoco yo te condeno”. Esta es la actitud que salva el alma de la mujer con la que se encuentra, y no puede estar más alejada de la rabia que muestran los cristianos de Rumores y mentiras.
Hay un momento en la película en que Olivia se encuentra en su punto más bajo, y acude a una Iglesia a confesarse, pero no encuentra a nadie allí. La situación resulta paradójica, pero también sirve como metáfora: para los no creyentes, el rostro de Cristo son los cristianos, y si estos -nosotros- no transmitimos el mismo amor y misericordia que Jesús, el resultado es un empujón hacia fuera que distorsiona el mensaje y deja a la persona sola con su herida.
La actitud prepotente de Marianne y su grupo -rápidos en juzgar cualquier transgresión- trae al presente la hipocresía de los fariseos: señalar con el dedo la paja en el ojo ajeno sin querer ver la viga en el propio. Ante eso, el antídoto es sencillo: de nuevo, aparece en el Evangelio. “Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Mientras no vivamos según este ideal, lo que queda es moralismo y distancia, la misma -en definitiva- que se vuelve caricatura en Rumores y mentiras.
Y hasta aquí puedo leer. Desde luego, ¡hay que ver hasta dónde te puede llevar una comedia de instituto americana!