Creíble. Convincente. Majestuosa en cierto sentido.
El davinciano Baz Luhrmann nunca defrauda. El director australiano, hijo de profesora de baile y de agricultor, ha diseccionado el alma de El Rey, Elvis Presley (That’s the Way It Is). La película Elvis (2022), que Luhrmann produce y dirige, ha recaudado, por ahora, tres veces más que los ochenta y pico millones de euros que ha costado.
En realidad, en Elvis se perciben dos películas: por un lado, la vida del cantante sureño, arraigado en lo más profundo de la cultura estadounidense, cien por cien eslogan de hombre hecho a sí mismo («american way of life»). En Elvis, guitarra Gibson al hombro, la rebeldía de los inicios evoluciona y se desgasta, y acaba en la sumisión de sus últimos años, sumisión al sistema, a la sordidez, a dejarse llevar por sabandijas…
Por otro lado, tenemos el biopic del propio mánager del artista, el coronel Tom Parker, que ni era coronel ni se llamaba Tom Parker, sino Andreas Cornelis van Kuijk. Neerlandés de nacimiento, representó el espíritu capitalista en su máxima expresión. Por interés te quiero Andrés. La mercadotecnia Elvis la previó mucho antes de que Elvis se convirtiera en el faro de los roqueros, con permiso de los Rolling, de AC/DC y de Siniestro Total –el conjunto musical Taller Atlántico Contemporáneo les ha convocado a todos en la ouija.
Representado en el filme por el actor Tom Hanks, en algunos momentos Tom Parker llega a hacer sombra al verdadero protagonista, tal es el tiempo que se le dedica. (Tom Hanks mencionaría a Elvis en la gloriosa Náufrago (Robert Zemeckis, 2000) cuando le regala un cedé del artista a un chaval en la oficina de FedEx en Moscú: «Cincuenta millones de fans no se equivocan».)
Entre las dos caras de la misma película, la de Elvis Elvis y la de Elvis Tom Parker, me quedo con la primera. En las puestas en escena, Luhrmann se divierte y juega con la multiplicidad de planos en una composición de pantalla partida, tipo Confidencias de medianoche (Michael Gordon, 1959) y El estrangulador de Boston (Richard Fleischer, 1968). El innovador de la televisión Valerio Lazarov se lo habría pasado pipa.
La preferencia por Elvis Elvis no es solo técnica, por el virtuosismo en el uso de las cámaras. Aquí es donde entra el todoterreno Austin Butler, con una interpretación que sorprende, auténtica, arriesgada, con mucha verdad. Butler, que procede del universo Disney Channel de los Jonas Brothers, se había fogueado con otros directores, como el sanguinario Tarantino.
Butler va de menos a más, sus primeros pasos, tímidos, los da al 70%, y es en ese estado frenético y desquiciante, ya en Las Vegas, cuando el joven actor californiano se crece y se desata: en el concierto en el hotel The International, en el que busca «un nuevo ritmo», el espíritu del rock and roll atrapa al chico que finge ser Elvis Presley, le toma y le zarandea de tal manera que Elvis, por unos minutos, revive para contarnos lo asqueado que estaba por no poder salir –por creer que no podía salir– del «agujero» en el que se había convertido la ciudad de los casinos en Nevada.
Quiso ir a Europa. No fue. Quizás por haberse repetido en Las Vegas es por lo que se hizo grande, porque al final logró que los seguidores cogieron el avión para asistir a sus galas. Quizá había algo de razón en lo que dijo Elvis acerca del coronel no coronel: «Nunca hubiera llegado tan lejos con otro mánager». Le ayudó mucho en eso la muerte, que se le presentó en 1977 en forma de anfetas y derivados: la morfina en honor a Morfeo, la codeína que se aposenta en el hígado, los comprimidos de Valium o diazepam, etcétera. (Youtube no descansa. En Unchained Melody, con 253.504 me gustas, se intuyen los efectos de las drogas.) Como Lorca, como Billy el Niño, como Kurt Cobain o El Mesías, la muerte le trajo la gloria eterna.
Mi prima Merce ha cumplido 48 años. Uno de los regalos que abrió contenía lo siguiente: un box set con los cedés de Back in Nashville.
Maybe I didn’t treat you.