El silencio es una razón de la contemplación, del respeto, del entendimiento, pero, también, revela una condición del hombre, que, aunque parezca lejana, existe como un arma que gobierna a la palabra y al testimonio. Y esa gobernanza se puede convertir en olvido, sobre todo, cuando el mal acecha. Permanecer en silencio frente a ese mal es, en sí misma, una forma de maldad. Decía Maquiavelo que “la historia es la ciencia de los hombres, de los hombres en el tiempo”. Con relato hay historia, pero, por el contrario, sin él, no la hay. Es una negación. Ni siquiera eso. Es la nada. No existe. Aun más cuando se usa en nombre de la vileza.
Martin Scorsese, como filósofo del séptimo arte -porque lo es-, ha reflejado, mediante imágenes, el silencio de la palabra frente al relato en su última película, titulada “Killers of the Flower Moon”. Basada en el libro de David Grann, Scorsese se sumerge en el viejo western, y, al contrario del autor, se aleja del enfoque con el que está tratada la obra original, consiguiendo dar voz al silencio del mal, a la historia no contada, al olvido del hombre. La riqueza visual acompaña a una obra que rompe los esquemas y manipula el metalenguaje a un ritmo pausado, con todo detalle. Tres horas y veintiséis minutos para dar protagonismo a la maldad humana y, también, para honrar a unos hombres y mujeres con nombre y apellidos. Son los miembros de la tribu de nativos americanos del condado de Osage, en Oklahoma, quienes fueron asesinados, sin que nadie supiera el porqué, sin que nadie preguntara por ellos. Ningún epitafio fue escrito en sus lápidas. Ninguna palabra fue pronunciada al respecto en ningún discurso político o nombrada en los libros de la historia norteamericana.
Martin, podría haber escogido otro oscuro relato de la llamada virtuosa nación estadounidense, como el que se produjo el 31 de mayo de 1921, en Tulsa, -por cierto, es mencionado en la película- cuando una turba blanca destruyó la próspera comunidad negra de Greenwood y asesinó hasta 300 personas. También, podría haber reflejado “El Camino de las Lágrimas”, un éxodo forzado de los cherokees a la actual Oklahoma a mediados de 1800, donde más de 4.000 indios murieron de frio o hambre. Pero atreverse a reflejar un «true crime» de tal altura en pantalla grande corre de la cuenta del viejo y sabio director. Claro. Solo podía hacerlo él: la violencia, experimentada una vez más, como reflejo de la sinrazón; los diálogos maquiavélicos, como sostén de un retrato cruento; el intachable trasfondo de una Norteamérica que explotaba su propia tierra, dejándola supeditada a la avaricia del hombre blanco; y el silencio del mal, como telón de fondo, encargado de distraer al bien y, sobre todo, de atraer a la oscuridad.
Esta obra es la raíz de la vida real, no solo son simples personajes de un relato urdido con excelsa maestría, sino un reflejo de las personas que podemos tener ante nuestros ojos o, peor aún, en lo que nos podemos convertir. Películas como “Taxi Driver”, “Gangs of New York” o “The Irishman” fueron el inicio de una deuda que, Martin Scorsese, adquirió con la historia de un país que le acogió. Lo hizo y lo ha vuelto a hacer, a través de una cámara en mano, para dar voz a la verdad y romper el silencio. “Killers of the Flower Moon” es el final de esa deuda. Puede que este director, haya hecho más por la historia de EE. UU. que muchos hombres y mujeres que, de un tiempo a esta parte, utilizan la palabra hueca en mítines, silenciando la historia, su historia.
El maestro italoamericano, a sus casi ochenta y un años, fiel a su manera de realizar una obra cinematográfica, con el mismo equipo de siempre, con sus actores fetiche encabezando el relato, eleva su carrera a lo absoluto. Y no parará hasta el día de su muerte. Él ya ha dejado testimonio: “haré películas hasta mi último suspiro”. Ojalá, nos quede Scorsese para rato. A él, el cine le debe mucho. Nosotros a él, casi todo el cine.
Diría que además de Scorsese Nacho Caballero es también un magnífico filósofo del cine y de la vida. Gracias por tu amistad. Gracias por este trabajo