Simpática película americana del 2022, cómica y dramática a la vez que, sin prometer más de lo que ofrece, tiene el toque ágil de los films americanos. La grata sorpresa es que, sin obviar los valores humanos y espirituales tan necesarios para la estabilidad familiar, permite pasar un buen rato mientras obliga a pensar un poco en la propia familia y en los retos que se nos presentan a medida que los hijos crecen.
Su director, David de Vos, no adapta un libro sino que lo recomienda a lo largo de su película. En efecto, la peculiaridad de esta cinta es que en Padres fuertes, hijas felices se aconseja en varias ocasiones la lectura del famoso libro del mismo título. Como se puede leer en las reseñas, la obra de Meg Meeker, Strong Fathers, Strong Daughters, se enfoca en la importancia del rol del padre en la vida de sus hijas y ofrece consejos prácticos para los padres sobre cómo criar hijas seguras y felices. El libro destaca que un padre fuerte y presente puede influir significativamente en la autoestima, las relaciones y las decisiones saludable de sus hijas.
En la película, un rico hombre de negocios (Steve), con tres hijas, siente que todo se desmorona cuando su hija mayor (Abby) renuncia a su trabajo en la gran empresa para casarse con un misionero (Todd) que está a punto de ir a África. A la vez su hija mediana está en plena crisis de adolescencia y no calibra los riesgos de sus decisiones. La pequeña teme el divorcio de sus padres ante las discusiones que presencia. La madre (Connie) intenta hace las cosas lo mejor que puede, pero será el padre de Todd (Noah) quien aconsejará a Steve la lectura del libro de Meg Meeker para hacer frente a las crisis naturales y a las que él mismo provoca casi sin darse cuenta.
Película familiar interpretada por Bart Johnson (El padre: Steve Partson), Carrie Alexander (La hija mayor: Abby Partson), Robyn Lively (La madre: Connie Partson), Paul Butcher (el prometido: Todd) y Noah Blake (padre de Todd), entre otros actores y actrices conocidos en el ámbito norteamericano y latino.
Aconsejo la lectura del libro de Meg Meeker y de los artículos sobre el mismo tema de Juan Meseguer y María Calvo que lo complementan. Las ideas de esta prestigiosa pediatra y consejera familiar pueden resultar extrañas en la sociedad actual, pero experiencia de consulta no le falta. Entresaco algunas ideas que se reflejan en la película en muchas de sus escenas y que dejo a cada cual analizar.
Por su experiencia, Meg Meeker señala que las chicas de hoy se encuentran expuestas a más riesgos que las de antes, por eso los padres deben interponerse entre ellas y el ambiente social que las rodea. Sí, es cierto que las redes ejercen una enorme influencia sobre las chicas, marcando las pautas de lo que deben pensar y vestir (…); pero su influencia no llega ni con mucho a la que puede ejercer un padre.
Con frecuencia las chicas asignan el papel de héroe a su padre, normalmente sin que él lo sepa. Desde pequeñas piensan que ellos son los más fuertes, los más inteligentes y los más capacitados del mundo. Cuando las hijas crecen se dan cuenta de que, en realidad, sus padres son personas corrientes. Pero no importa: ellas seguirán pensando que son héroes, siempre que ellos vivan con integridad y honradez.
El padre debe ser el primer amor de las hijas, su protector y líder. Si la relación es la correcta, si el padre desprende fortaleza y cariño, representará su primer amor y una base indispensable para su autoestima. Y luego, será el filtro a través del cual la joven verá a todos los hombres que se acerquen a ella. Todo hombre que entre en su vida será comparado con su padre, toda relación que tenga con otro hombre será filtrada a través de la relación que tenga con su progenitor. Si el padre es caballeroso, atento, respetuoso y amable con ella y con su madre, esas serán las características que la hija buscará en otros hombres y desechará o se alejará de aquellos que no cumplan dichas expectativas.
Por el contrario, la joven que experimenta un déficit paterno sufre profundamente en su autoestima. Como señala Ceriotti, “todas las mujeres con poca autoestima relatan historias de las que se deduce una relación filial difícil o insatisfactoria con su padre: hablan de un papá ausente, incapaz de gestos afectuosos, a veces abiertamente despectivo. En todo caso es un padre privado de aquella mirada que hace que la niña se sienta apreciada y reconocida en la especificidad de su condición femenina”.
La mayoría de los padres se alejan de sus hijas adolescentes pensando que necesitan más libertad y más espacio para desarrollar sus actividades. Frente a este modo de pensar, Meeker recomienda a los padres que pasen tiempo con sus hijas y que les presten atención: “Haga lo que haría naturalmente, como hombre que es: pase más tiempo escuchando que hablando. Si la escucha, ella se sentirá querida”.
La cultura dominante nos ha hecho olvidar que los hombres y las mujeres piensan de forma diferente. Un padre puede ver un partido de fútbol con su hijo, sin decir una palabra, y sentirse los dos a gusto. Pero las hijas no están hechas de la misma pasta. “Esté donde esté, asegúrese de que ella percibe que usted se da cuenta de que está a su lado. Hágale preguntas y escúchela. Las chicas odian sentirse invisibles”.
Meeker asegura que la autoridad no provoca traumas a las hijas; al contrario, es lo que más les acerca a sus padres y lo que hace que les respeten más. De hecho, su experiencia es que muchas chicas problemáticas e infelices han tenido padres permisivos que no han querido comprometerse hablando con sus hijas, o enfrentándose a ellas cuando se equivocaban en sus decisiones. Considera que los padres tienen que recuperar la confianza en sí mismos y no tener miedo a educar según les dicte el sentido común.
“Permítame que le cuente un secreto sobre las hijas de todas las edades: les gusta presumir de lo duros que son sus padres, no sólo físicamente, sino también de lo estrictos y exigentes que son con ellas. ¿Por qué? Porque esto les permite darse tono sobre lo mucho que ellos las quieren”.
Según Meeker toda hija precisa una respuesta para las preguntas esenciales de la vida. Y las respuestas, según la autora, deberían estar basadas en el plano espiritual pues las chicas que tienen fe son inmensamente más felices y fuertes. “Si usted no proporciona una guía a su hija, ella buscará las respuestas por su cuenta; lo que quiere decir que su autoridad quedará suplantada por la de otra persona”.
“Su hija necesita a Dios por dos razones: porque necesita ayuda y porque necesita esperanza”, afirma Meeker. La doctora ofrece hasta 13 datos científicos sobre los beneficios de la fe en la salud física y mental.
Una de las nuevas esclavitudes de las mujeres, desde muy jóvenes, es la obsesión por la imagen personal. La actitud de las madres, pero también de los padres, resulta determinante para la autoestima de las niñas. Toda joven, en su cabeza y en su corazón, necesita razones para querer ser como sus padres y sentirse valorada tal como es por ellos.
En esta sociedad digitalizada, Meeker nos advierte de que “las chicas buscan aprobación y las plataformas sociales son un medio de obtenerla… Una vez que son aceptadas y han obtenido suficientes likes, se considerarán válidas… Los estudios han demostrado un claro vínculo entre el uso de redes sociales y la depresión entre las jóvenes (…) Las fotos y textos no son sustitutivos de las relaciones humanas reales… Resultan decepcionantes y fomentan relaciones poco saludables entre las jóvenes”.
Meg Meeker plantea algo propio del feminismo hipermoderno: la mujer ha alcanzado la igualdad formal y profesional, pero en muchas ocasiones no es feliz o se siente incompleta en el marco existencial, independientemente del nivel cultural y económico al que pertenezcan. Este fenómeno ha sido denominado por los investigadores B. Stevenson y J. Wolfers, La paradoja de la felicidad femenina decreciente.
Tener la capacidad y la inteligencia para poder hacer profesionalmente lo mismo que los varones no significa que queramos lo mismo ni de la misma manera ni que nos motive o satisfaga como a ellos el éxito profesional al precio de perder parte de nuestra vida familiar y personal.
Se necesita un feminismo abierto hacia los demás, no egocéntrico y narcisista. Un feminismo que permita el desarrollo del “genio de la mujer” y de la revalorización de la “ética del cuidado”. Un feminismo que considera al varón, no como el enemigo a abatir, sino como complementario, enriquecedor, cooperador necesario para la mujer, compañera del hombre en igualdad de valor y diferencia de ser.
En este sentido, como señala la autora, la mejor medida de protección es fortalecer a nuestras hijas para que sean capaces de afrontar las dificultades de la vida. Darles coraje y ánimos para enfrentarse al mundo real. Potenciar las capacidades y fuerzas que encierran. Por ello es importante encontrar entre ambos progenitores el adecuado equilibrio entre asistir y estimular, entre proteger e impulsar.
Debemos evitar caer en la sobreprotección, pues en estos casos en realidad estamos desprotegiendo a nuestras hijas que crecen incapaces de resolver los problemas por sí solas. Una educación basada primordialmente en la seguridad evita el cultivo de la creatividad, la libertad, la iniciativa y la capacidad de asumir riesgos. Más que ahorrarles el esfuerzo y sufrimiento debemos enseñarles cómo afrontarlos. Como afirmaba María Montessori, “toda ayuda que se da a un niño y que él no necesita, detiene su desarrollo. Dar demasiado puede ser tan malo como no dar”.
En conclusión, el visionado de esta película sencilla puede motivar a la lectura de la obra del mismo título recomendada repetidas veces en la misma cinta. Algo curioso cuanto menos, pero estimulante a la vez, en una sociedad tan necesitada de maestros en humanidad.