Esta es una película con fotografía a color que casi parece de cine negro, que tuvo sus años dorados entre 1932-1968. Retrata la vida de una familia de la década de los 70, donde todo era felicidad; una madre, dos niños, unos padres encantadores y uno de ellos, juez. Pero al hijo se le ocurre una idea y sin que lo sepa ninguno de sus seres queridos, y con ayuda de otros personajes, roba unos cuadros de pintura de un museo público. El atraco casi es una comedia, como la vida del actor principal; tiene que huir, solo, con pocos recursos, por muchos caminos, carreteras, amigos que le ayudan, otros que le dan la espalda y retrata con soberbia la vida de un atracador arrepentido que ya no puede volver atrás. Habla de su soledad y la directora lo logra con maestría.
La película tiene pocos diálogos; el actor principal en el transcurso de 30 minutos solo dice dos palabras y con muchos planos larguísimos. El punto fuerte de esta película es la música, las baterías, la trompeta al estilo de jazz y la escena maravillosa del atraco, donde la música y las imágenes son las únicas protagonistas. Este largometraje retrata con delicadeza la soledad de un perdedor que cometió un error grande en su vida y los hijos lo adoran a pesar de lo que hizo. Hay una escena preciosa donde el padre está con gente mafiosa y le dice a su hijo: “Lo que has visto queda entre tú y yo como hombres para toda la vida”. Su hijo incluso admira a su padre. El guion tiene un gran final.
Cabe destacar a la directora que hace un gran cine y de sus 9 películas, dos de ellas tienen grandes críticas, First Cow (2019) y, sin lugar a dudas la mejor, Wendy y Lucy (2008). Película con gran música, pocos diálogos y es que el cine es imagen y emoción.







