Jay Kelly es una comedia dramática estadounidense de 2025 dirigida por Noah Baumbach y coescrita por éste junto a Emily Mortimer, actriz, directora y guionista británica. Está protagonizada por George Clooney interpretando a Kelly y por Adam Sandler, en el papel de su representante. La cinta cuenta además con unos secundarios de lujo como Laura Dern, Billy Crudup, Riley Keough y Jim Broadbent.
“Nadie se convierte en Jay Kelly por casualidad. Tienes que desearlo más que nada” son las palabras del director y guionista de esta película que invita a la reflexión sobre el lado manos grato del mundo del cine.
Tras la elaboración del guion el director detalló que, solo después de terminar la reescritura, quedó claro que el personaje debía ser una estrella de cine con mayúsculas, alguien con atemporalidad y humanidad. Así que la elección de George Clooney resultó natural porque, según Noah, no había muchas opciones.

Observamos pues a un Jay Kelly -George Clooney- haciendo de sí mismo y a la vez riéndose de sí mismo. Lo podemos analizar muy de cerca, en primerísimos planos que gritan en silencio un complejo mundo emocional. Lo vemos entrando en una crisis personal y profesional ante situaciones que le golpean de modo inesperado. La muerte de un amigo y el reencuentro con un viejo compañero de la escuela de teatro, hacen que se replantee su forma de vida, su identidad y hasta su trabajo como actor.
Su fama le hará sentir con mayor fuerza la soledad vital, el vacío interior, y su fracaso personal como padre. Tendrá que aprender a mirar a los que le rodean e intentar verlos tal como son descendiendo poco a poco del pedestal al que se encaramó tiempo atrás. Todo el mundo parece conocerle muy bien pero él, en su inseguridad, se desconoce por completo. Cansado de la industria, distanciado de su padre y sin relación con su familia, intentará reconectar con sus hijas en un viaje por Francia e Italia culminando en una ceremonia de premios en la Toscana.
Se trata de una película sobre la identidad humana en general y sobre la falsedad del éxito que puede impedir conocer la realidad de uno mismo y de lo que a uno le rodea. Muy bien reflejado en la escena del viaje en tren donde la estrella del celuloide redescubre con ojos asombrados a la humanidad de segunda o tercera clase. En este sentido se trata de un viaje interior de redescubrimiento, una introspección psicológica que permite valorar toda una vida pasada en relación a las consecuencias de cada una de las decisiones tomadas.

Una grata sorpresa encontrarse con una nueva película de cine sobre cine. Me ha parecido una buena película, aunque no pueda decir que me haya encantado tanto como algunas críticas parecen sugerir al analizarla. Las valoraciones suelen ser subjetivas y a los criterios técnicos, más o menos objetivos, se une otros que no lo son. Diría que me ha recordado a algunas obras clásicas y, sin embargo, a diferencia de ellas, no podría decir que me ha divertido o emocionado lo suficiente como para hacerla inolvidable. No es un Cinema Paradiso por comparar con otras películas relacionadas con el cine.
Puede que le sobre metraje; puede que la imagen o la composición de los planos no sean suficientemente arriesgados o sugerentes para sorprender al espectador -la escena del baile recuerda a videoclip-; puede que el lenguaje sobrio e inconcluso en ocasiones provoque barreras de comunicación entre el protagonista y los espectadores… A mi modo de ver algunas irregularidades de guion y de ritmo o la falta de desarrollo de algunas subtramas o conflictos sugeridos puede dejar insatisfecho al público más exigente y menos superficial. El meollo de la obra es un mirar hacia dentro, un análisis de la identidad propia, un estudio psicológico del mundo emocional del protagonista omnipresente pero el abordaje de los conflictos queda en la superficie y los temas se vuelven reiterativos (el vacío, el ego, la inseguridad etc…), con lo que las posibles capas narrativos se estancan sin aparente resolución.
Y sin embargo la actuación de George Clooney es magnífica, pese a sus gestos nostálgicos repetitivos que pueden pasar factura. La interpretación de Adam Sandler, llena de humanidad y sencillez, la iguala si cabe, y el resto de intérpretes responden a la perfección. También la música y los paisajes forman parte esencial de este itinerario existencial del protagonista que en ocasiones parece el icono de Cary Grant con La muerte en los talones. Así lo recuerda su carrera frenética en el bosque, aunque en este caso escapando de sí mismo.

A sus 64 años y con más de cuarenta años en la industria del cine el actor responde a los que critican su estilo interpretativo argumentando que no es fácil hacer de uno mismo. El actor, director, productor y guionista estadounidense ha sido galardonado con cuatro Globos de Oro, dos Oscar y un BAFTA a lo largo de su carrera. Es indiscutible su liderazgo. Sin embargo, como señalan algunos críticos, la obra depende en exceso de Clooney por lo que todo el relato puede flaquear si no se conecta con el estilo del protagonista. Ampliar el abanico de interpretación del resto de intérpretes hubiera equilibrado dicho relato.
En efecto el actor parece que se interpreta a sí mismo. La nostalgia que aparece una y otra vez en su rostro, sus ojos y sus sonrisas se perciben auténticas en este sentido. El conflicto interno entre el actor y la persona humana queda bien reflejado en varias secuencias. Demuestra que sabe reírse de sí mismo, de la máscara de las estrellas de cine y de las falsedades que esconden.
Al final no deja de ser un homenaje crítico al cine, en concreto a todo lo que conlleva la vida de un actor de fama y por tanto quien mejor podía hacerlo era un “galán eterno” al estilo de Cary Grant, salvando las distancias, claro está. Un galán ya maduro, con experiencia, capaz de mirar atrás y analizar de modo crítico lo que ha supuesto el peso del éxito y a la vez, burlarse de la fama, mostrarse vulnerable, egoísta, ridículo o todo a la vez, cosa nada sencilla y a la vez muy audaz.

Su personaje, Jay Kelly, será capaz de reconciliarse con lo que es, con su fracaso vital e incluso probará la tarta de queso que tanto ha rechazado caprichosamente a los largo de sus galas. Pero ahora se trata de un homenaje en un pueblo perdido de Italia y está solo con su recién recuperada identidad. Su padre le ha dejado, sus hijas no han querido participar en su celebración y apenas quedan miembros de su equipo técnico a su lado.
Me han encantado dos escenas en concreto relacionadas con la mirada: la mirada de Jay frente al espejo nombrando a grandes iconos del cine hasta nombrarse a sí mismo repetidamente, como autoafirmándose y la mirada a la pantalla viendo retazos de sus películas, películas que no puede ver porque está recordando las interpretaciones de sus hijas, que ve proyectadas en la pantalla como espectros de su mente. Son momentos de felicidad familiar perdidos. Es el único momento en el que el protagonista llora.
Como otro moderno Ulises, su viaje por Europa le ha permitido enfrentarse a su pasado. Intentando recuperar a una de sus hijas, afronta interrogantes como la paternidad, la filiación, la amistad, la fama, el lujo desmedido o las relaciones de poder entre los miembros del séquito de un actor.

Como señala el crítico Marcelo Stiletano, premio Martín Fierro de radio al mejor columnista de espectáculos: “En ese sentido, cada contacto con la realidad es un golpazo y Clooney asume esos impactos, uno tras otro, con una composición a la altura de las exigencias. Cada primer plano suyo (y hay muchos de ellos en la película) es un excepcional muestrario de estados de ánimo: de la arrogancia a la piedad, del sentimiento de culpa al agradecimiento”.
Algunos cinéfilos auguran una nominación a los Oscar. Y, en este sentido, ya la avalan numerosos reconocimientos, entre ellos señalar las dos nominaciones a los Globos de Oro; una nominación al León de Oro por la mejor película en el Festival de Venecia y el reconocimiento de la Asociación de Críticos Norteamericanos (NBR): Nominada a Mejores 10 películas del año.
Lo cierto es que, pese a los diferentes baches, o aristas que podamos analizar en este film, el resultado general es más que aceptable y el final es perfecto en su emotividad contenida, dado el tenor de la película. La perfección no existe, pero ese final casi la roza, y por tanto puede hablarse de un cierre magistral que hace olvidar el resto de posibles imperfecciones. El mismo crítico dirá que “de la mano de Baumbach, Clooney lleva a su máxima expresión todo lo que define a un actor de cine”.







