Tras Vasil (2022) y La abuela y el forastero (2024), que ganaron los premios Familia, llega otra película que aborda los mismos temas: amistad, inmigración, bondad y la idea de que la felicidad nace de dar y compartir. Es el debut del director Roberto Jiménez y es, directamente, una pequeña joya.
La historia gira en torno a los inmigrantes llegados de Marruecos para trabajar por seis euros la hora. Como dice el personaje interpretado por Manuel Morón, “estos pueblos se van a quedar llenos de viejos, perros y esclavos”. La película es sencilla, humana y luminosa: dos desconocidos se ven obligados a convivir y, entre choques y tensiones, acaban descubriendo que el roce crea lazos.
El film habla de la tierra, de los tomates que cultiva un agricultor al que quieren comprarle las tierras. Él se niega: ahí trabajaron sus padres. Le da un puñado de tierra al comprador y le dice: “Huele esto. Huele a tierra, no a lo que vosotros le echáis”. La inmigrante que llega a España para ayudar a su familia empieza a cultivar su propio huerto y él agricultor le responde con otra frase cargada de sentido: “La tierra es para los que la trabajan”. La película está llena de mensajes así: denuncia la explotación de los inmigrantes y muestra los obstáculos que afronta Amira, hasta que un día se derrumba. Manuel Morón le suelta una frase que es casi un lema: “Nunca te rindas, si no te vas a arrepentir”.

La belleza de la película está en su guion: sencillo, honesto y lleno de humanidad. Cuando una historia humilde está bien contada, se hace grande. Manuel Morón está enorme, un actorazo, y Mina El Hammani sostiene el otro pilar interpretativo con muchísima verdad. También responden muy bien los secundarios.
Es una de esas películas que te hace salir del cine un poco más humano. Tiene escenas que emocionan de verdad y un final con mucha poesía. No ganará premios, pero para mí entra directa entre las 500 mejores películas del cine español. Maravillosa.







