El escritor estadounidense Mark Twain aseguraba que “hay cinco clases de actrices: las malas, las regulares, las buenas, las grandes y Sarah Bernhardt”.
A pesar de su rica carrera como actriz, que se concentró básicamente en el teatro —interpretó la friolera de casi 70 piezas entre 1862 y 1913—, Sarah también fue una de las primeras actrices cinematográficas, participando en una decena de películas entre 1908 y 1923. Asimismo, combinó su profesión de actriz con la escultura, la pintura y la literatura, y fue la primera empresaria del mundo del espectáculo, encargándose de tramitar y dirigir varias producciones en diferentes teatros de París.
Uno de sus hitos más notables fue la interpretación de uno de los personajes masculinos más importantes de la historia de la literatura: Hamlet. Lo hizo en 1899, cuando tenía 55 años, en una adaptación francesa de la obra de Shakespeare. Además, se arriesgó a representar el papel en Londres y en el Shakespeare Memorial Theatre en Stratford. Y no fue la única vez, ya que repetiría representando personajes masculinos en otras ocasiones.
La película biográfica está dividida en varias etapas de la vida de esta mujer: libre, moderna, divina, excéntrica, visionaria, y conquistó el mundo con su arte y su talento en lugares como Inglaterra, Estados Unidos, América del Sur, Australia o Egipto. Entre la leyenda y la fantasía, Sarah Bernhardt nos cuenta la historia de amor que marcó su vida.
No es una gran película y no merece estar en las cien mejores películas del 2024. Por los pelos entró en la lista, solo por dar a conocer parte de la historia de una de las primeras actrices del teatro (1844-1923). Era tan famosa que el día de su entierro acudieron 100.000 personas. ¿Cómo es posible que haya tardado tanto en contarse esta historia?
Una de las frases más bonitas de la película habla del miedo escénico al actuar en una obra de teatro, y esta actriz decía que en los nervios también está el talento. Hay películas que dan ganas de salir de la sala, pero al final siempre hay algo mágico que las hace grandes. Esta se salva solo por una escena: la del final, que merece verse, con esta frase: “Ni mi muerte romperá nuestro gran amor”.
El director Guillaume Nicloux resucita a la actriz muerta para dar un broche al gran amor de su vida. Sarah Bernhardt era una mujer adelantada a su tiempo, y quizás sea una de las figuras femeninas más importantes de la historia del teatro.