Cassandra’s Dream
Dirección y guión: Woody Allen. País: Reino Unido. Año: 2007. Duración: 108 min. Género: Drama. Interpretación: Ewan McGregor (Ian), Colin Farrell (Terry), Tom Wilkinson (Howard), Hayley Atwell (Angela), Sally Hawkins (Kate), John Benfield (padre), Clare Higgins (madre), Ashley Medekwe (Lucy). Producción: Letty Aronson, Stephen Tenenbaum y Gareth Wiley. Música: Philip Glass. Fotografía: Vilmos Zsigmond. Montaje: Alisa Lepselter. Diseño de producción: Maria Djurkovic. Vestuario: Jill Taylor. Estreno en España: 26 Octubre 2007. |
SINOPSIS
Ian y Terry son dos hermanos que, a pesar de sus apuros económicos, adquieren un velero de segunda mano llamado "Cassandra’s Dream", con la idea de acondicionarlo y navegar en él los fines de semana. Ian conoce a la atractiva Angela, una joven actriz que acaba de llegar Londres en busca de un futuro de éxito en el mundo de la interpretación. Por otro lado, la debilidad de Terry por el juego provocará que ambos confluyan en un callejón sin salida en el que su situación financiera será extremadamente delicada. La aparición de su tío Howard, recién llegado de Estados Unidos y con un pasado aparentemente repleto de éxitos económicos, supone un alivio para la economía de los hermanos. Pero todo tiene un precio. Howard les obligará a infringir la ley, poniendo a prueba su catadura moral, y provocando una serie de acontecimientos que darán lugar a consecuencias inesperadas.
CRITICAS
NO SE PUEDE PASAR LA LÍNEA: MATAR JAMÁS SALE GRATIS
[José María Caparrós Lera. Vicepresidente de Cinemanet]
Estamos ante la tercera obra realizada en Londres, que fue presentada en Asturias poco antes de concluir el rodaje en la Ciudad Condal de Vicky Cristina Barcelona, última película dirigida y no protagonizada por Allen. Pero antes del esperado estreno de este primer filme producido en España por Mediapro, llega a las pantallas mundiales el final de la llamada «trilogía londinense».
Exhibida fuera de concurso en el Festival de Venecia, el genial realizador neoyorquino «intuye el dolor en el mundo pero, cuando, como cineasta, se pone serio para contarlo, el resultado suele ser inferior a cuando se decanta por la comedia. Él mismo ha dicho muchas veces que hubiera querido ser Ingmar Bergman, pero está condenado a ser Woody Allen». (Cfr. crónica de la Mostra de Venecia por Salvador Llopart, en La Vanguardia, 3-IX-2007).
En efecto, Cassandra?s Dream narra la historia de dos hermanos ?¿Caín y Abel?? ante el dilema de matar a un hombre y el remordimiento de sus condenables acciones. Pertenecientes a la clase obrera británica, se endeudarán para comprar el velero que da título al filme. Así, el apuesto Ian (Ewan McGregor), fracasado en los negocios, se prenda de una jovencísima y bella actriz, Angela (Hayley Atwell); mientras Terry (Colin Farrell), mecánico y con pareja, está atrapado por el alcohol y el juego. Ambos claudican ante el chantaje de su tío Howard (Tom Wilkinson, que realiza una breve y gran interpretación), muy rico pero en peligro de acabar en la cárcel, quien les promete a cambio ayudarles económicamente y promocionar a Angela en Hollywood. Una maraña de compromisos les conducirá al premeditado asesinato, que aflorará los fantasmas de los protagonistas y su catadura moral.
«La muerte es un instrumento fundamental en la narración desde hace siglos ?manifestaría Woody Allen, en Venecia?2007?, desde los griegos hasta Shakespeare y Arthur Miller. Te permite explorar las posibilidades dramáticas y mantener la atención del espectador. Y matar es una acción extrema que obliga a visitar rincones oscuros del alma».
Como en su magistral Delitos y faltas, El sueño de Casandra profundiza en el sentimiento de culpa y en el castigo. Casi dos décadas después, el mismo realizador volvería a insistir en un tema que parece preocuparle sobremanera: «Creo que la vida es esencialmente trágica, pues acaba mal. Pero también proporciona momentos divertidos que hay que saber aprovechar. A veces las dos opciones van juntas y, depende de cómo lo mires, la cosa es triste o cómica. Puede ser como las dos caras de la misma moneda: si se exagera, da lugar a situaciones divertidas. Pero si la culpa te la tomas en serio, la perspectiva cambia. En este caso, quería explicar la historia de dos jóvenes muy agradables que acaban siendo víctimas de su ambición y sus debilidades«.
Menos brillante y contundente que las anteriores Match Point y Scoop, Woody Allen demuestra que sigue en forma detrás de la cámara. Con un sólido y bien estructurado guión, por primera vez analiza la clase obrera y, al mismo tiempo, crítica con agudeza el mundo del espectáculo. Aunque ?como escribe el crítico Salvador Llopart, en su citada crónica veneciana? en El sueño de Casandra «Allen se lo toma todo muy en serio. Demasiado, quizá, para una historia engordada, en exceso alargada, que, cuando estalla en tragedia, concluye con precipitación, sin dejar que ese drama intuido fluya entre sus protagonistas».
Más interesante resultan los otros temas que se plantean en esta película: la ambición extrema y la ambigüedad moral. Sin llegar tan lejos como en la análoga Match Point, Woody Allen explora la vida cotidiana inglesa ?¿lo hará también con la barcelonesa?? y profundiza en las miserias de la condición humana.
Con reminiscencias de la Tragedia griega y de nuevo del Crimen y castigo de Dostoiesky, un especialista en Literatura inglesa ?el profesor Fernando Gil-Delgado? la valoraría así: «Es una película donde Woody Allen vuelve a plantear los temas del delito y la culpa, la conciencia y la existencia de Dios y de un más allá después de la muerte. Pero esta vez ?más vale tarde que nunca? se toma el asunto totalmente en serio, aparca el estilo didáctico, el que hacía chistes fáciles sobre temas profundos para Diane Keaton, y comienza de nuevo, buscando una respuesta. (…) La historia es una invención y puede no agradar a mucha gente: por una parte está esa falta de humor de que hablábamos, falta grave si el espectador espera que lo haya; por otra está esa desconcertante fatalidad que mueve los hilos, a la que ya no estamos acostumbrados; finalmente la fotografía apagada de Vilmos Zsigmond contribuye a la impresión de obra fallida. Sin duda, Cassandra’s Dream no es tan acabada como las dos anteriores, pero mucho más seria y honrada de planteamientos y, con todo, obra notable.» (Aceprensa, 9-X-2007).
Ciertamente,
El sueño de Casandra es un «rizar el rizo» ?Allen, como todo autor que se precie, parece hacer siempre la misma película?, pero no una pieza menor en su filmografía como director y guionista. Es muy posible que el maestro estadounidense esté un tanto agotado ?un filme por temporada quizá resulte mucho a los 72 años?, aunque no en crisis como creador.
En Cassandra?s Dream vuelve a las constantes evidenciadas en su obra: sexo-amor, muerte y Dios. Aquí la relación entre el amoral Ian y la frívola Angela pasan del mero sexo explicitado pero cuidado por la elipsis al enamoramiento. El tema de la muerte está planteado con cierta profundidad, así como el de la existencia de Dios y el castigo por saltarse su ley, manifestado por el personaje de Terry. Asimismo, la Mafia ?invocando a la familia y sus intereses? es vapuleada subrepticiamente.
Woody Allen avanza, pues, con respecto a Match Point, donde todo dependía del azar y el asesino quedaba sin condena, y también con relación a Delitos y faltas; aunque ?todo hay que decirlo? su nueva fábula no esté a la altura estética de estas cintas.
Sin embargo, en Cassandra’s Dream se plantea, como tema central, la conciencia y su origen trascendente. El transgredir el No matarás del Decálogo desencadena un dilema moral y una doble respuesta personal que acaba en tragedia. Como sentencia el propio Terry, "no se puede pasar la línea": matar jamás sale gratis. El fin nunca justifica los medios. Además, el filme muestra el enfrentamiento del éxito social (dinero, poder) con el bien-ser moral, la tensión entre el deber-ser y las tentaciones del mundo actual que, bajo los oropeles del cambio, sigue siendo el de siempre. Caín y Abel, en estado puro.
(En el libro de J. M. Caparrós, de próxima aparición, Woody Allen, barcelonés accidental. Solo detrás de la cámara, 2008).
Se puede decir que esta Cassandra?s Dream ?que debo entender que en castellano conserva el título original, lo que me parece una soberana estupidez- completa la trilogía londinense alleniana, última parada -tras Match Point y Scoop– antes del próximo estreno (puntual en 2009) del filme rodado en Barcelona. Y cabría decir que no es únicamente por razones geográficas que hablamos de trilogía londinense: las tres películas se sirven de un modo u otro de clisés del cine noir ?por el que Allen siente devoción, como ya demostrara en anteriores títulos dispersos por su luenga filmografía- para presentar una tesis típicamente alleniana: en Match Point, una traslación de temas dostoyevskianos a un paisaje humano contemporáneo desolado; en Scoop, disfrazada de comedia insustancial o hasta torpe, una amable parábola sobre la propia despedida; en la presente Cassandra?s Dream, una historia de ambición y perdición con todas las letras cuyos malos hados recogen, ya deliberadamente, y de principio a fin, la herencia del cine negro clásico américano.
Cassandra?s Dream no es sin duda una obra acomodaticia típica del viejete que vive de rentas de su largo prestigio y que se lanza «a la conquista del Euro» (en malcarada definición de algún crítico). Todo lo contrario. Sin alcanzar la maestría de Match Point, pero atreviéndose a arrastrar los postulados al límite, Cassandra?s Dream es una película que revela la genialidad del realizador de Manhattan, y sobretodo su marcada idiosincrasia: tratándose de un filme de temática difícilmente parangonable con cualquiera de las anteriores de Allen (quizá de pasada con Match Point y con Crimes and Misdremeanors), las imágenes revelan en todo momento su paternidad (y con ello su condición de rara avis): una esforzada descripción de los dos personajes principales, el gusto por el progresivo trazo de lo angustioso insertado en la cotidianidad (las pinceladas al cotidiano de Terry ?Farrell- con su novia en el piso donde viven, la secuencia en la que McGregor hurta dinero del negocio de su padre?), el pudor con el que se muestra el advenimiento de la violencia (hay una secuencia que narra un asesinato nocturno de tan poderosa manufactura como el que nos narraba el asesinato de la anciana en Match Point), y, en definitiva, la prioridad absoluta de la tesis psicológica. Cierto es que en ese último apartado es en el que algunos pasajes de la película resbala: en ocasiones se nos aporta información de un modo tan frío o gráfico (véase la fallida secuencia bajo la lluvia en la que los protagonistas charlan con su tío ?Tom Wilkinson- y se forja su hado) que las situaciones dejan de respirar y los personajes corren el riesgo de convertirse en prototipos; cuando eso no sucede, cuando Allen engrasa la maquinaria (las elipsis relacionadas con la afición de Terry por el juego, las conversaciones entre los dos protagonistas ?Mc Gregor y Farrell nos deparan grandes interpretaciones-, todo el tercio final de la función?), la información que percibimos es tan profusa como precisa, y el caldo dramático se vuelve patético y conmovedor al mismo tiempo.
Una vez más, el realizador de Mighty Aphrodite recurre a imágenes y símbolos de la mitología griega para definir la esencia narrativa y la universalidad de su mirada. Volviendo a incidir en uno de los ítems más apasionantes de Match Point, el mito de Cassandra que aquí se enuncia en el propio título (en el filme, es el nombre extraído de un galgo de carreras ganador con el que los hermanos acuñan el barco que compran) obedece a pautas de índole económica y social. Pero aquí los personajes no son tan fríos como el arribista que Jonathan Rhys-Meyers encarnaba en la película citada, son infinitamente más parias, y acaban convirtiéndose en juguetes de un destino ?la mujer amada, la progresión social meteórica, la falta de escrúpulos- que les supera. Es por ello que la culpa acaba por enquistarse en el sino de los personajes; es por ello que la pelota que tocaba la red en Match Point aquí no acaba de cruzarla y cae en el propio campo; es por ello que el filme se dirige en sus últimos compases a las tinieblas de una ópera negra, de una auténtica tragedia en el sentido shakespeariano? y en el de los maestros literatos de la Grecia clásica.
A título no tan anecdótico ?pues enlaza con ese afán de Allen por viajar a terrenos cinematográficos no tan conocidos-, habría que decir que es la primera vez en mucho tiempo que la banda sonora no se deja en manos del jazz o de piezas clásicas, y vemos una partitura original, compuesta para la ocasión por un atinado Philip Glass, que viste a la perfección los pasajes de suspense en los que en definitiva anida el meollo narrativo y que al mismo tiempo dan la justa medida de la sordidez ?sí, sordidez- de la película.
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