Dirección: Yôji Yamada. País: Japón. Año: 2006. Duración: 121 min. Género: Drama. Interpretación: Takuya Kimura (Shinnojo Mimura), Rei Dan (Kayo Mimura), Takashi Sasano (Tokuhei), Nenji Kobayashi (Sakunosuke Higuchi), Makoto Akatsuka (Heita Yamazaki), Toshiki Ayata (Kaniyuro Takigawa), Koen Kondo (Kaemon Kagayama), Nobuto Okamoto (Tougo Hatano), Tokie Hidari (Tune Takigawa), Yasuo Daichi (Gensai), Ken Ogata (Magohachiro Kibe). Guión: Yôji Yamada, Emiko Hiramatsu e Ichirô Yamamoto; basado en la novela «Moumokuken kodamagaeshi» de Shuei Fujisawa. Producción: Junichi Sakomoto y Takeo Hisamatsu. Música: Isao Tomita. Fotografía: Mutsuo Naganuma. Montaje: Iwao Ishii. Diseño de producción: Mitsuo Degawa. Vestuario: Kazuko Kurosawa. Estreno en Japón: 1 Diciembre 2006. Estreno en España: 28 Marzo 2008. |
SINOPSIS
En esta película, con la que Yôji Yamada cierra su trilogía sobre samuráis tras «El ocaso del samurái» y «The hidden blade«, se narra la historia de un servidor del sogún que pierde la vista en una misión. Su mujer se sacrifica para salvar su honor. Ahora el samurái promete venganza por su amor perdido y por su honor como guerrero.
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CRÍTICAS
Ojos que no ven…
Comer tiene sus riesgos… Que se lo digan a Shinnojo Mimura, un samurái de rango inferior, que junto a otros compañeros trabaja como catador de los alimentos que ingiere su señor, por si acaso algún enemigo los hubiera envenenado. Se trata de una tarea en apariencia sencilla, aunque sin demasiados alicientes; y Mimura, casado con la bella Kayo y sin niños, desearía crear una escuela de guerrear para chavales, que le encantan. Pero cualquier plan de futuro da un vuelco cuando un día un plato le sienta mal. Cunde el pánico, aunque finalmente se demuestra que no había ningún complot, que el problema residía en las toxinas de cierto molusco.
Pero el caso es que Mimura se queda ciego y pierde las ganas de vivir. Sólo le sostiene el cariño de su esposa y los cuidados de un sirviente. El gran problema, claro está, reside en cómo saldrán adelante ahora. Se reunirán los familiares con Kayo, y acuerdan que ésta pida ayuda al jefe de guerreros Toya Shimada, que se ha mostrado muy amable con ella… En realidad, demasiado amable. El tipo sólo está dispuesto a ayudar a cambio de disfrutar de los encantos de Kayo.
Yoji Yamada (El último samurái) sigue demostrando su gran altura como cineasta, con otra historia de samuráis con personajes muy humanos, y un aire que bascula entre las películas de John Ford y las de su compatriota Yasujiro Ozu, incluida la habilísima conjunción del sentimentalismo que propicia las lágrimas con sutiles detalles de humor. A partir de la novela de Shuuhei Fujisawa sabe tomarse su tiempo para plantear la trama y desplegar los complejos dilemas morales de los personajes, sobre todo los que atañen a Mimura y Kayo, donde el amor y el honor mal entendidos pueden llevar a acciones de las que uno luego puede arrepentirse, y en cambio bien encauzados dan pie a actos maravillosos, donde la humillación no es tal, sino todo lo contrario, el mejor modo de brillar, que es siendo virtuosos. Tiene mucho valor esa sentencia repetida un par de veces en el film, de que «la vida es una preparación para la muerte».
Como es habitual, el cineasta articula una puesta en escena que no se hace notar, con la cámara quieta, sin grandes aspavientos. Los actores dan lo mejor de sí mismos, tanto Takuya Kimura, el samurái ciego, como Rei Dan, su enamorada esposa, o Takashi Sasano, el fiel sirviente que introduce el elemento gracioso en varios momentos, el mismo papel que se reserva a la chismosa tía del protagonista. Estamos ante una historia de personajes sobre todo, pero eso no impide un emocionante duelo en el último tramo del film, o un inteligente uso del simbolismo, la jaula de los pájaros, una imagen que ya utilizara Ozu, y que habla de las jaulas que imponen las circunstancias, y las que nosotros mismos escogemos.
El honor de ser amado
[Juan Pablo Serra, Pantalla90]
Estrenada en Japón a finales de 2006, con esta película el veterano realizador y guionista Yôji Yamada cierra su trilogía del samurái iniciada con El ocaso del samurái (2002) y continuada con Hidden Blade (2004), de gran éxito en su país natal. Autor de ochenta películas desde 1961, en esta ocasión el septuagenario director de origen nipón vuelve a inspirarse en una novela del periodista Shuhei Fujisawa, un experto mundial en samuráis.
En la primera cinta de la serie el protagonista era un guerrero retirado y dedicado al cuidado de sus hijas, y en la segunda un samurái cuyos métodos van quedando obsoletos al tiempo que se enamora de una criada. Ambientadas todas en el Japón del siglo XIX, en Love and Honor Yamada relega el análisis de la transición del Japón feudal en favor de una historia sencilla e intimista acerca del matrimonio que forman Shinnojo Mimura, un joven samurái de rango inferior, y Kayo, su bella y entregada esposa, que de niña fue adoptada por la familia de aquél.
Junto con otros samuráis, Mimura se dedica a catar los alimentos de su señor por si están envenenados. Un trabajo anodino, hasta que prueba una comida intoxicada y queda ciego. Ello le lleva al borde de la desesperación y el suicidio. Preocupada por la salud mental de su marido y la estabilidad de su matrimonio, Kayo acepta la ayuda del jefe de guerreros del clan, que aprovecha dicho ofrecimiento para chantajearla sexualmente. Al descubrirlo Mimura, retará al oficial a un duelo de sables con el que recobrar el honor perdido.
Formalmente, la película es exquisita. En su puesta en escena, Yamada demuestra no sólo un dominio absoluto del timing (en el minuto 11 ya ha presentado a los personajes personajes principales y el contexto de la historia), sino también una sensibilidad especial para el empleo de la banda sonora (una preciosa melodía que aparece en los momentos más emotivos) y las metáforas visuales (la jaula de pájaros, elemento clave del final que aparece ya en los créditos iniciales), así como un ojo especial para el ritmo y la planificación (atención al combate final, rodado sin efectismos y sí, en cambio, con un sencillo realismo).
La historia es mínima, pero Yamada dosifica adecuadamente los diálogos y los silencios, los momentos de crisis y la evolución de los personajes, y lo hace de tal modo que las dos horas de metraje apenas se notan. Seguramente, su secreto resida en el excelente tono de la película, un drama familiar y de época sazonado con un muy creíble costumbrismo. En este sentido, aunque el análisis social no sea el principal motivo de la película, algo de ello aparece en la mirada-queja de un Mimura cansado de su trabajo (al que califica de «forma vacía») y en su intención de poner una escuela de esgrima para niños, expresión no sólo del anhelo de paternidad, sino también del deseo de individualidad, ahogado por la obediencia incondicional a un shogun, un señor de rango superior. No obstante, si por algo merece la pena analizarse esta película ?y la trilogía en general? a un nivel más intelectual, es por la revisión del concepto de honor que en ella se lleva a cabo.
A principios del siglo XX, el diplomático y educador japonés Inazo Nitobe (1862-1933) recopiló en un libro las principales enseñanzas del bushido, el código ético del samurái. Allí afirmaba que el deshonor es la primera indicación de la conciencia moral de un pueblo, y se refería al honor como el «yo» inmortal que uno es ante los demás, la fama o aprobación mundana que había que proteger por ser el summum bonum de la existencia terrenal. La trilogía de Yamada no cuestiona nada de esto. Sin ir más lejos, en Love and Honor se muestra el suicidio ritual o seppuku del cocinero jefe, la mujer sigue siendo tan esclava del marido como éste lo es de su señor e incluso el mismo espectador es tratado como sirviente (al shogun lo vemos por primera vez detrás de una tela).
No obstante, sin desechar estos rasgos culturales, lo que Fujisawa y Yamada se preguntan es si el honor, siendo algo recibido, no será más bien una cuestión de donación antes que de orgullo propio. Así, después de tratar a su esposa casi como una sirviente al inicio de la historia, el protagonista tiene un verdadero encuentro con ella, la «ve», cuando estando ciego descubre que ella no le quiere por ningún mérito especial (apenas sabe nada de su trabajo, por ejemplo) sino? por él mismo. A medida que se suceden los acontecimientos, queda claro que no es tanto el honor de Mimura el que ha sido manchado, cuanto el de Kayo. Que sea él, por tanto, quien salga a reparar la ofensa, indirectamente está apuntando a una mejora en el carácter moral del personaje, que se ennoblece haciendo algo por alguien a quien ama.
Al final, lo que dignifica a Mimura en la película es su capacidad de salir de sí mismo. «¿Hubiera estado mejor sin saber nada [de la infidelidad de Kayo]?» se pregunta el protagonista. «No» contesta, afirmando implícitamente que quien quiere a alguien, desea conocer todo ?incluso lo que, aparentemente, le avergüenza? de la persona amada. Quizá ahí radique lo esencial del honor, que pertenece a aquel que, habiendo sido amado desinteresadamente, responde con la misma medida de ternura, misericordia y capacidad de renovación a dicho amor primero.
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