![]() Dirección y guión: Dani Levy. |
SINOPSIS
Diciembre de 1944, la «guerra total» está totalmente perdida. Goebbels, sin embargo, no está dispuesto a ser derrotado tan fácilmente. Durante el día del año nuevo, el Führer debe reactivar el espíritu de lucha de las masas con un discurso agresivo. El único problema es que el Führer no puede hacerlo. Enfermo y depresivo, evita el contacto con el pueblo. La única persona que ahora le puede ayudar es su antiguo profesor de interpretación, Adolf Grünbaum, un judío.
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CRÍTICAS
[José M. García Pelegrín. Colaborador de CinemaNet]
¿Es posible hacer una comedia sobre uno de los mayores genocidas de la historia? No es la primera vez que Hitler se convierte en objeto de una parodia; ahí están los clásicos El Gran Dictador (1940) de Charlie Chaplin y Ser o no Ser de Ernst Lubitsch (1942). No obstante, cuando se rodaron esos filmes no se conocían los crímenes de Hitler en toda su extensión; según afirmaba Chaplin en su autobiografía, de haber sabido de la existencia de los campos de concentración ya entonces, no habría rodado El Gran Dictador.
Según el director Dani Levy, con su parodia sobre Hitler desea presentar un «contrafilm» de El Hundimiento o, como él mismo se expresaba en una entrevista, una «respuesta subversiva» a dicha película. No obstante, en Mein Führer no aparecen alusiones o citas directas de El Hundimiento, al margen del hecho de que un mismo actor (Ulrich Noethen) actúe en los dos filmes en el mismo papel, el de Heinrich Himmler, jefe de las SS.
La «respuesta subversiva» de Dani Levy es un Hitler depresivo (Helge Schneider), que en el Año Nuevo de 1945 -cuando la «guerra total» está casi totalmente perdida- ha de pronunciar un discurso ante unos decorados de cartón-piedra en un Berlín totalmente destruido, para que se emita a todo el país y anime a las masas a seguir luchando. Para que Hitler recobre las ganas de pronunciar un discurso como los de antes, a Goebbels (Sylvester Groth) se le ocurre traer al actor Adolf Grünbaum (Ulrich Mühe), quien ya antes había dado clases de actuación a Hitler, del campo de concentración de Sachsenhausen. En realidad, Adolf G. lo que desea es matar a Adolf H.; pero se encuentra en un dilema: ¿debe matar al tirano o salvar a su propia familia, a la que se permite convivir con él en los sótanos de la Cancillería? Las clases de actuación van tomando un carácter cada vez más psicoterapéutico, en la medida en que Hitler recuerda que su padre le pegaba.
Dani Levy apuesta por el humor «slapstick», con ecos de la obra maestra de Charlie Chaplin; por ejemplo, hace suya la famosa escena con el globo terráqueo utilizando la esfera como mueble-bar. Además, Levy cita la película El Gran Dictador cuando Hitler pierde la voz y el actor pronuncia un discurso abogando por la humanidad.
En Mein Führer, Grünbaum es la única figura que «no debe ser exageradamente paródica», según decía Ulrich Mühe sobre su último papel (el actor que se hizo mundialmente famoso como protagonista de la oscarizada La Vida de los Otros falleció poco después de finalizar el rodaje de «Mein Führer»), porque «siempre es consciente de la situación en que se vive con los nazis». Claro que Mühe solo no resulta suficiente para conseguir un equilibrio tragicocómico; además, la psicologización barata (Hitler se convierte en genocida porque sufrió en su infancia los golpes de un padre autoritario) y el poco entusiasmo cómico que delatan algunas situaciones, hacen que Mein Führer, a pesar de arrancar en muchos momentos una sonrisa al espectador, no acabe de convencer en definitiva.
Diversidad de opiniones sobre «Mein Führer» en Alemania
Como no podía esperarse otra cosa, Mein Führer ha despertado en Alemania bastante controversia. Ya antes del estreno de la película de Dani Levy, el escritor Ralph Giordano (de 83 años de edad) comentó en una entrevista con la agencia de noticias DPA que se le «revolvía el estómago» al asociar las palabras «Hitler» y «humor». Para Rolf Hochhuth resulta «inexplicable cómo una persona, siendo él mismo judío, puede llevar al cine tal falsificación de la historia». La autora Lea Rosh (70), iniciadora del monumento conmemorativo del Holocausto en Berlín, criticó asimismo la parodia de Dani Levy: «No veo la posibilidad de presentar a un Hitler ridículo… salvo que se sea un genio como Charlie Chaplin». De modo similar reaccionó el vicepresidente del Consejo Judío en Alemania, Dieter Graumann: «Parte de mi familia fue víctima del holocausto; no concibo que se pueda hacer una comedia al respecto, pues se me helaría la risa».
A las declaraciones de Ralph Giordano respondió Andreas Platthaus, redactor del Frankfurter Allgemeine Zeitung, en dicho diario: «Cuando toman la palabra ahora los escépticos como Ralph Giordano, que temen que Hitler pueda ser reducido a una figura chistosa, hay que recordarles el número de la revista de las SS, «Das Schwarze Corps», en el que se convertía un cómic sobre Superman en objeto de una babosa polémica: si hay algo que Hitler no quería ser de ningún modo, es una figura de chiste. No podemos permitir que se salga con la suya». Con mayor dureza reaccionó el actor turco Serdar Somuncu: «No necesitamos ninguna policía que vele sobre la corrección de los chistes; prefiero que la gente se ría de Hitler a que lo olviden».
Otro punto de vista en esta polémica lo aportó el historiador Rainer Pommerin, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Dresde: una comedia no puede sustituir unos conocimientos bien fundamentados; «reducir» a Hitler a una parodia es, en su opinión, contraproducente: «Si se tienen en cuenta los pocos conocimientos históricos de la juventud, lo que se precisa es dar a conocer las brutales acciones del régimen nazi». Al estudiar científicamente los experimentos con personas humanas, el holocausto o los crímenes de guerra nazis, se le han quitado las ganas de reírse de Hitler, concluía Pommerin.
Al margen de esta polémica, el protagonista Helge Schneider se distanció de la versión final del filme, pues «deseaba más Adolf Hitler», como comentó en una entrevista. En la versión definitiva «se pone el acento, con toda violencia, en la historia judía»; ya solo se trata de presentar a Hitler como una «persona débil». Y eso no lo considera adecuado el conocido humorista Helge Schneider.