Título Original: Crazy Heart |
SINOPSIS
Bad Blake es un cantante de música country destrozado y con una dura vida, que ha pasado por demasiados matrimonios, demasiados años en la carretera y, en demasiadas ocasiones, demasiada bebida. Y, sin embargo, Bad no puede evitar buscar la salvación con la ayuda de Jean, una periodista que descubre al verdadero hombre detrás del músico.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín, COPE y Popular TV]
En 1993, Peter Bogdanovich dirigió el excelente melodrama Esa cosa llamada amor, la última película del joven actor River Phoenix —antes de morir por sobredosis— y uno de los primeros éxitos de Sandra Bullock, que ahora puede ganar el Oscar por The Blind Side. En la película de Bogdanovich, Phoenix y Bullock interpretaban a dos aspirantes a estrellas de la música country, cuyas vidas se cruzaban en el Blue-Bird Café de Nashville. Sin duda, al veterano crítico de cine metido a director le vendría a la cabeza Gracias y favores, que diez años antes dirigió Bruce Beresford, con un soberbio Robert Duvall en la piel de un cantante country, divorciado y alcohólico, que goza de una oportunidad para rehacer su vida.
Precisamente el veterano actor —que ganó el Oscar con esa película— ha sido uno de los impulsores, como productor y actor de reparto, de Corazón rebelde, nuevo acercamiento fílmico a ese género de música folk, profundamente enraizada en el alma de Estados Unidos. Un filme que ya le ha valido a Jeff Bridges el Globo de Oro al mejor actor dramático, diversos premios de la crítica y una nueva candidatura al Oscar, la quinta de su carrera. Además, esta road-movie opta a las estatuillas a mejor actriz de reparto (Maggie Gyllenhaal) y canción original, por la magnífica The Weary Kind, de Ryan Bingham y T-Bone Burnett.
El corazón rebelde pertenece al texano de 57 años Bad Blake, vieja estrella del country que ahora malvive en la carretera, de tugurio en tugurio, cantando su apolillado repertorio a sus ya ancianos admiradores. También Bad ahoga en alcohol sus cuatro matrimonios rotos y su mala conciencia por no hablar con su hijo desde hace años. Y él tendrá también una nueva oportunidad a través de su romance otoñal con una periodista que descubre calidez humana tras su externa dureza. Quizás con su ayuda encuentre Bad la valentía y la inspiración necesarias para componer nuevas canciones, como le insisten sus pocos amigos y un joven discípulo suyo, ahora en el olimpo del nuevo country.
En su adaptación de la novela de Thomas Cobb, el debutante Scott Cooper —actor antes que director y guionista— acierta al primar los afilados conflictos de los personajes, y al subrayarlos con la banda sonora de T. Bone Burnett y el fallecido Stephen Bruton, de un modo generoso, pero sin permitir que la música se convierta en la protagonista. Esta inteligente decisión facilita el lucimiento de todos los actores, hasta del más incidental, y especialmente de Jeff Bridges, que respira en cada secuencia el mismo aliento malsano de su personaje y canta, como él, con esa voz rota y herida por la mala vida.
Por su parte, Maggie Gyllenhaal salva con nota el desafío de hacer creíble la trama romántica, mientras Robert Duvall refuerza con su papel de Pepito Grillo las sencillas pero sugerentes reflexiones morales que plantea la película, a veces crudas en su expresión, pero a contracorriente del irresponsable hedonismo dominante y de un enfoque puramente sentimental del amor. Cooper deja que estos sabrosos ingredientes y la calurosa fotografía de Barry Markowitz adoben su sobria puesta en escena, que culmina en un memorable desenlace, digno de los mejores melodramas. Una película, en fin, cercana a El luchador, de Darren Aronofski, pero más positiva y, desde luego, con un sabor poderoso para todo tipo de paladares, incluso para los poco aficionados a la música country.
La vida como una canción
Bad Blake es un cantante de country cincuentón, que fue toda una celebridad, pero que ahora, sobre todo por culpa del alcohol, se limita a actuar en antros de medio pelo, a lo largo y ancho de Estados Unidos. Nuestro hombre está todo el día pegado a la botella de whisky, y no ha conseguido echar raíces, cuatro matrimonios de breve duración dan fe de ello. Durante una de sus actuaciones en Santa Fe, una joven periodista y madre soltera, Jean Craddock, pide entrevistarle. Él al principio sólo piensa en hacer un favor al tipo que ha pedido que la atienda, pero pronto surge una atracción que es también añoranza por las cosas buenas de la vida, que ha dejado pasar de largo en su largo camino como cantante.
Emotivo film escrito, dirigido y producido por Scott Cooper, actor más bien desconocido. Adapta una novela de Thomas Cobb, y al parecer logró encandilar al mismísimo Robert Duvall, con quien coincidió en el plató de Get Low, para que la produjera; incluso el mítico actor se reserva un pequeñó papel como el mejor amigo de Bad, la voz de su conciencia por así decir; sin duda que a Duvall le vino a la cabeza Gracias y favores, la película que le dio el Oscar, a la hora de involucrarse en este film.
Cooper rueda con exquisito clasicismo para pintar la vida de todo un cowboy, el clásico texano independiente, un papel el de Bad que Jeff Bridges borda, su composición está llena de matices.
Inteligentemente Cooper despliega, con formato de ‘road-movie’ marcado por el manager, que le señala telefónicamente adónde le toca viajar, los temas sobre los que se articula la película: el alcoholismo de Bad, los celos porque Tommy, un joven cantante country, sea la estrella del momento, en su detrimento; los encuentros con la buena gente del medio oeste; y por supuesto, la aparición de Jean -tiene un enorme mérito la interpretación de Maggie Gyllenhaal, que aguanta bien al ‘gigante’ que tiene ante ella, actor y personaje-, detonante de una posible redención, que pasa por el reconocimiento de un pasado con muchos puntos negros y el consiguiente sacrificio de volver a empezar. Todos estos temas son tratados con honestidad, sin soluciones facilonas, con enorme talento, más aún si se tiene en cuenta que Cooper es un novato en las lides de dirigir películas.
En un film como el que nos ocupa juegan papel esencial las canciones. Más cuando Bad, que las compone, ha sabido plasmar en ellas con desgarrador lirismo sus problemas personales, a modo de exorcismo. El nivel logrado por T-Bone Burnett y el fallecido Stephen Bruton es formidable, sus temas dan el tono requerido por la película. Hay momentos muy emotivos donde la música contribuye de modo decisivo, como el concierto en que el telonero Bad comparte escenario con Tommy, o esa canción que le define tan bien, «es extraño lo parecido que es caer y volar, durante un rato».
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esta mu bueno te hase aprender de la vida y como el alchol y cigarros no es lo mejor