[Julio Rodríguez Chico. La mirada de Ulises]
Casi desde el inicio de la industria del cine, los organismos competentes articularon medidas para recomendar o restringir el acceso a determinadas películas, normalmente según criterios de edad.
El espectador era reconducido o vetado de algunas salas atendiendo a unas imágenes, temáticas o planteamientos que podrían afectar negativamente en una personalidad indefensa. Era una forma de orientar a los padres –y al público en general– en torno a lo que ofrecía la cartelera, según distintas sensibilidades y grados de madurez… que había que proteger. Desde esa óptica, las calificaciones tienen su sentido y utilidad, y no creo que nadie discuta su conveniencia. Sin embargo, puede resultar más dudoso el criterio para determinar el público adecuado para cada cinta, cuando los intereses económicos, ideológicos o particulares desvirtúan dicha práctica.
Pasando a ejemplos concretos que tenemos en la cartelera, vemos que una película como “Machete” llega como “No recomendada para menores de 16 años”, lo mismo que “Buried (Enterrado)”, mientras que “Saw VI” o “Blood money: El valor de una vida” sólo pueden verla mayores de 18 años (o menores acompañados, claro). Se ve que la sociedad –quizá habría que decir la autoridad– está concienciada en evitar escenas truculentas/violentas o experiencias traumáticas que puedan herir la sensibilidad o perturbar la personalidad del joven espectador. En el caso de “Saw VI”, en España su estreno se retrasó un año al ser considerada “apología de la violencia” y se le exigió una modificación, algo de lo que hay que sospechar pues las mínimas variantes introducidas quizá no justifiquen la reducción de la “X” inicial. Por su parte, en “Blood money…” parece que la restricción obedece a motivos más ideológicos, ya que la ausencia de escenas agresivas o sangrientas es total, y su planteamiento contra el aborto es tan evidente como la incoherencia de prohibir su visionado a jóvenes de 16 años que sí pueden abortar.
Por eso, qué difícil es conocer la mano que mece la cuna y cuáles son las intenciones de unas calificaciones que llevan a promocionar unas cintas o a enviar otras al ostracismo. Al margen del poco caso que el espectador y el exhibidor hacen de esas restricciones –no es difícil ver a adolescentes en películas “para mayores de 18 años”–, no estaría mal que los encargados prestasen más atención a cuestiones de fondo y no sólo a aspectos formales. Digo lo anterior porque me ha llamado la atención que “Amador” sea “no recomendada para menores de 7 años”, cuando la realidad es profundamente humana –sin sexo ni violencia–, con la sola presencia de la plácida muerte de un anciano en su cama. La situación dura… pero que nunca interesará a alguien de 10 o 15 años. ¿Por qué no se califica como para mayores de 18 años, que será el público verdaderamente interesado? Y si no, bien podría ser “para todos los públicos”… porque sólo los mayores de edad irán a verla.
En ese mismo cine, en otra sala podíamos ver cómo “Siempre a mi lado (Charlie St. Cloud)” viene con ese mismo “Apta para todos los públicos”, y de hecho ahí estaban todas las adolescentes de 12-16 años… Es este caso, lo que sorprende es que se recomiende –o no se restringa– una película tan equívoca y poco formativa para personas aún sin una escala de valores sólidos. Porque lo que respira la cinta son buenos sentimientos… y una ausencia de convicciones morales, y da pena ver cómo este dibujo de personajes tan planos como irreales e inconsistentes –el Hollywood adolescente es así, ya lo sabemos– acabará por conformar a jóvenes poco críticos, manipulables por el cine y por sus calificadores, y les mantendrá en la inmadurez y en el mundo de los sueños.
Totalmente de acuerdo con el artículo. Y además decir que el control parental de mi antivirus, que no sé por qué no me deja en paz, consideraba esta página como violenta y no me dejaba abrirla a la primera…No deja de ser curioso!!!