A FONDO
[Sergi Grau. Colaborador de CinemaNet]
EL SIGLO XX A TRAVÉS DEL CINE
1. CHARLES CHAPLIN
Película: Tiempos Modernos
Temática: Los Movimientos Sociales.
Aunque más bien voy a hablarles de Charlot, será mejor que empiece con unas breves líneas introductorias sobre el hombre que vistió sus pieles, Charles Chaplin (1889-1977), por si acaso necesita, aún, presentación. Nacido en el seno de una familia de artistas, su infancia quedó marcada por la profunda miseria y por los problemas psiquiátricos de su madre. Miembro de la farándula desde la más tierna edad, aún era un adolescente cuando sus actuaciones cómicas triunfaban en salas de fiestas y teatros. Formó parte del notorio flujo migratorio hacia los EEUU que caracterizó los inicios del siglo pasado, y tras una etapa exitosa en el teatro, en 1913 fue reclutado por Mack Sennett para el cine.
Su progresión fue formidable, a la par que su fecundidad artística (que no se limitó a la actuación, pues también fue compositor, guionista, productor y, por supuesto, director) y su visión empresarial en aquellos años de la formación de Hollywood. Con sus cortometrajes y películas como El chico (1921), La quimera del oro (1925) o Luces de la ciudad (1931), firmó algunas de las páginas doradas del más que fértil paisaje de la comedia en el periodo mudo, y más específicamente del cine llamado slapstick (basado en la interpretación mediante la mímica, y caracterizado por sus maneras hiperbólicas como fuente de lo hilarante). Su alter ego artístico, Charlot, el vagabundo del bombín, el bastón y los zapatones, sigue siendo hoy uno de los grandes iconos del Cine. Tanto aprecio le tenía a su personaje que fue reacio a librarse de él incluso después de la eclosión del cine sonoro, en un par de películas que, por lo demás, constan entre lo más selecto de su filmografía, como son esta Tiempos Modernos (1936) y El gran dictador (1939). Pensando en Charlot, pero hablando de Chaplin, Roman Gubern escribió de él que “perseguirá tenazmente a través de sus obras la esperanza de una vida mejor, legando a la Historia del Cine unas creaciones de una calidad humana imperecedera”.
Se ha dicho en ocasiones que Charlot era anarquista. No sé si alcanzo a semejantes interpretaciones. Sí es cierto que es un provocador, alguien que reacciona contra toda injusticia, contra la oscuridad de este mundo. Aunque casi nunca lo haga a propósito. En el fondo, Charlot no deja de ser, nunca, la oveja negra, y se niega en redondo a acabar en el redil. De hecho, el primer plano de Modern Times nos muestra un rebaño de corderitos avanzando arrebujados (¿hacia el matadero?), entre las que hallamos a una oveja negra, imagen que se encadena, en una comparación tan brillante como evidente, con la de un grupo de trabajadores avanzando arrebujados hacia la factoría, en la que destaca, quién sino, el vagabundo, Charlot. Son los tiempos previos al crack bursátil de 1929, los tiempos en los que Henry Ford había empezado a fabricar su Ford-T en cadena, ese sistema cuya implantación supuso una revolución, entre otras cosas, por su modo de optimizar los recursos humanos.
En los primeros –y probablemente más celebrados- compases de Tiempos Modernos, Charlot se enfrenta de muy diversas formas, siempre en lucha desigual, contra el formidable peso de la maquinaria industrial y sus resortes. Chaplin tiene sus continuos incidentes con los compañeros por culpa de su dificultad para seguir el vertiginoso ritmo de la cadena de montaje; sobrelleva pequeños síncopes físicos por el abuso de idéntico movimiento durante toda la jornada; es censurado por el jefe cuando éste le observa desde un monitor en un mínimo descanso en los lavabos para fumar un cigarrillo; sufre en sus carnes los defectos de una infame máquina que pretende reducir la mengua de productividad que supone que los trabajadores coman por sí mismos; … Llegará a sufrir una especie de síncope, un estado de trance –le da por bailar alegremente- en cuyo curso la emprende contra la completa maquinaria de la factoría en un acto involuntario de sabotaje. Pero antes hemos visto la guindilla: en un momento de su periplo laboral, es literalmente engullido por la máquina de la cadena, y se pasea literalmente empalmado a su circuito interno. Chaplin hace otra vez visible el contenido de su crítica, y la lleva al extremo mediante una hilarante y al mismo tiempo acidísima alegoría visual.
Más tarde entrará en contacto con una gamine, una chiquilla huérfana que lucha por la supervivencia en las calles de una ciudad castigada por la pobreza. Con ella, en su dicharachera compañía, uno y otro encuentran un sentido a la tan dolorosa existencia que detectamos en las imágenes, nada risibles, que describen aquel tiempo y aquel lugar. Pero Charlot y su chica son unos inadaptados: la casa se les cae literalmente encima, no progresan en su intento de trabajar en unos grandes almacenes, y sólo encuentran una salida cuando, inopinadamente se les abre una puerta al show business. Ella es una excelente bailarina, y Charlot un inspirado cantante cómico (revelación que se alcanza en una secuencia que contiene un antológico chiste privado a costa de la condición muda de su personaje: Charlot sale a cantar una canción, pero no se sabe la letra y tiene que improvisar, así que empieza a entonar su melodía valiéndose de un guirigay de vocablos en inglés, francés e italiano y quizá algún otro idioma, de todo punto ininteligible).
Por un momento, los sueños de la joven pareja encuentran un sentido, pero es sólo un espejismo: la oscuridad de este mundo vuelve a alcanzarles. Tienen que volver a huir. Y se lanzan a la carretera, el lugar (o quizá el no-lugar) donde termina la película. Porque Charlot, es evidente, nació para correr. Porque no quiere ni sabe funcionar en una comunidad en realidad enajenada, y parece vivir en un mundo aparte. Es un paria, sí. Pero también es El Artista, el que trasciende, el que va más allá de lo común, de lo previsto o previsible, y logra arrancarle, de algún modo improbable, esa sonrisa a Paulette Godard en uno de los desenlaces más sobrecogedores del Cine.