[Enrique Almaraz Luengo. Colaborador de CinemaNet]
Cuando se cumple un mes del fallecimiento de uno de los mejores profesionales del doblaje en España, don Rogelio Hernández (voz, entre otros, de Paul Newman, Michael Caine, Jack Nicholson o Marlon Brando), la disyuntiva de si doblaje sí o doblaje no toma un cariz más sensible si cabe entre quienes disfrutamos – también – del cine doblado. Aquí incluyo tanto a quienes conocemos las identidades de esas voces que suenan en boca de otros como a un amplísimo volumen de un público que ha aprendido, a fuerza de costumbre y enamoramiento, a que determinados timbres pasen a formar parte indisociable de las películas y por extensión, de su vida misma.
El doblaje surgió en Hollywood como respuesta económica e industrial a las fallidas “dobles versiones” que repetían argumentos exitosos en otro idioma sin que la taquilla experimentara el mismo efecto, pues el público quería ver a las estrellas y no a sucedáneos. No es, como muchos creen, un invento franquista (los primeros doblajes nacionales datan de los tiempos de la República), como tampoco su función excesivamente transformista ni numerosa su influencia en el resultado final (como sí lo fueron los tijeretazos o directamente la prohibición de títulos). En España, la calidad de la profesión (particularmente en épocas doradas, aunque aún hoy suele considerarse el mejor doblaje del mundo, junto a Alemania tal vez) ha alimentado la acogida de una técnica cinematográfica más, parte esencial de la exportación y difusión de la obra, consiguiendo lo más importante: no convertirse en el protagonista. El fin del doblaje es pasar inadvertido, señal de que las cosas se han hecho bien.
El argumento más empleado por los defensores de la versión original es el de la conservación de una parte fundamental de la interpretación. Cierto e innegable. Pero el cine, además de arte, es comunicación y la propia naturaleza de la obra en el sentido estrictamente sonoro rechaza la lectura de subtítulos, que atentan – sí, atentan, y negarlo es estar ciego – contra elementos visuales tan propios de la película (gestos, miradas, objetos, fotografía, etc.) como pueda serlo la voz de un intérprete. Tal vez por eso algunos de los más grandes, como Alfred Hitchcock, Woody Allen o Steven Spielberg prefirieran o prefieran el doblaje al subtitulado. Cuando uno de los mejores dialoguistas italianos fue llamado por Jeff Davidson, supervisor de doblaje y subtítulos para Europa de Columbia y otras compañías, para que subtitulase “Septiembre” con motivo de su estreno en el Festival de Venecia, respondió: “Me niego a convertir los diálogos de una película maravillosa en un telegrama”. En la misma línea, Juan Miguel Lamet escribía para ABC Cultural en 2003: “[Algunos] prefieren perderse las imágenes de ‘Casablanca’ mientras leen velozmente subtítulos fragmentarios y equívocos antes que permitir que la voz de Ingrid Bergman sea la bellísima de María Massip”. Su argumentado escrito defendía dos grandes tesis: la necesidad de traducción (acorde a la que se acepta sin miramientos en la literatura) y el tratamiento del doblaje como una mentira más del cine, no más manipuladora que el montaje. El ideal no existe, nos pongamos como nos pongamos.
¡Qué bonito sería poder entender y dominar todas las lenguas para poder disfrutar de las obras tal y como fueron concebidas! Si Shakespeare pudo cambiar el latín por el inglés al escribir “Julio César”, ¿es sustancialmente peor que nos llegue una traducción de sus palabras para Marco Antonio en la voz de Juan Luis Suari en lugar de la de Marlon Brando? Pero es que el doblaje también existe en la versión original: por ejemplo, el alemán Gert Fröbe en “James Bond contra Goldfinger” fue doblado en inglés por Michael Collins y Natalie Wood y Audrey Hepburn cantaron «Marni Nixon mediante» en “West Side Story” y “My Fair Lady”, respectivamente, por citar unos ejemplos. En España, la lista sería interminable y no incluiría solamente a rostros que no eran actores, sino, por unos motivos u otros, también a nombres de primera fila que sorprenderían a más de uno. Por cierto, “original” hace referencia al origen, no a la calidad, la cual es susceptible de ser aumentada – también disminuida – por un doblaje. Y los mejores ejemplos de lo primero no se encuentran precisamente en la animación. Las propias estrellas de cine suelen valorar positivamente la labor de sus voces extranjeras y negar su influencia en la apreciación que de determinada película o determinado intérprete hayamos podido forjarnos, con las emociones vividas también con su sonido, es poco menos que negar el Cine mismo.
Volviendo al tema de los idiomas y sabiendo que lo maravilloso sería dominarlos (más allá del simple conocimiento), bien es cierto que la difusión del cine en versión original podría en buena medida fomentar esa función formativa (como en Portugal) y ese punto podría ser muy positivo. Para ello, las soluciones residen más del lado de la política y la educación que del artístico. La supresión del doblaje sería un cierre a la cultura extranjera, la misma censura que se denuncia desde los púlpitos a favor de las subvenciones al cine patrio. La respuesta a la, en general, mala marcha en taquilla del cine español hay que buscarla en la calidad y no en el rival más fuerte del mercado. Es un tema más cinematográfico que idiomático. Cuando la película es de calidad, venga de donde venga, el público le otorga su favor y la rechaza en caso contrario. Poner trabas a la competencia con este fin, como decía en el documental “Voces en imágenes” el actor de doblaje Manolo García (habitual de Robert Redford, Kevin Kline o Steve Martin) “es pretender que a un autor español se le leería más si no se tradujese a Shakespeare”. El fomento de la doble oferta de idiomas (original y español) sería una buena solución, pero como decía, el remedio está más en los despachos que en las salas.
En definitiva: las dos posturas son respetables y la gran ventaja a nuestro alcance consiste en la posibilidad de elección, cuando existe y ojalá se multiplique, más allá del botón de dual en el mando a distancia. El doblaje puede tal vez ser un “mal necesario”, pero cuando se sopesan las ventajas e inconvenientes que produce, refutadas con vigor por el talento de las cosas bien hechas, el término “mal” del sintagma debe ser desterrado.
PD: Si les pica la curiosidad por conocer identidades, no dejen de visitar la página www.eldoblaje.com, en la que tengo el gran placer de colaborar desde hace años y gracias a la cual he aprendido a valorar un poquito más si cabe este gran arte en la sombra.
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Reconozco que en este artículo se han aportado ideas muy interesantes y valiosas. Y aunque soy un defensor a ultranza del doblaje, estoy de acuerdo en que éste es un arte digno, que merece admiración y al que hay mucho que agradecer.
Pero, a la vez, no puedo evitar pensar que las ventajas del doblaje son mayores que sus desventajas. Que el doblaje español sea excepcional y que a él se hayan apuntado grandes actores a lo largo de la historia, no significa que eso sea mejor que la versión original.
Sobre estas líneas se habla de cómo algunos personajes de animación tienen mejor voz cuando los doblaron. Es así, pero justamente por eso: porque son personajes de animación, no personajes de carne y hueso. La relación entre rostro humano y voz no es tan exigente ni tan definida. Es la excepción a la regla.
El doblaje español se ha perfeccionado mucho con el tiempo, claro que sí. Hay ejemplos verdaderamente vergonzosos de películas antiguas.
Creo que aquí resulta decisivo no confundir lo que OCURRE con lo que DEBERIA SER. Por supuesto que la literatura extranjera la solemos leer traducida. Pero eso no significa que sea la mejor decisión!! Lo mejor, lo más conveniente, lo ideal, lo que debería ser, es poder aprender ese otro idioma para leerlo la obra en su versión original. Por eso tantos intelectuales se deciden a estudiar ruso para leer a Tolstoi, o alemán para comprender mejor a Hegel.
Debo de ser un superdotado, pero he visto infinidad de películas francesas, italianas y alemanas subtituladas, y nunca he sentido que ello iba en detrimento de lo que se mostraba en la pantalla. No veo ese atentado contra los elementos visuales, y más todavía si los subtítulos están en el margen inferior.
En definitiva: la voz es una parte inseparable de la interpretación. El buen no actor no es sólo buen actor por sus gestos, sino por la manera en que modula su voz para transmitir sensaciones e ideas, para sugerir hipótesis o para definir un estado anímico. Si veo a John Wayne actuando, quiero escuchar también al auténtico John Wayne. Porque sólo así estaré ante su caracterización genuina.