[Samuel Gutiérrez. Catalunya Cristiana ]
Publicamos aquí, con autorización, la magnífica entrevista que Catalunya Cristiana ha hecho a Eric-Emmanuel Schmitt, recientemente galardonado con nuestra Ola de Oro de los Premios Cinematográficos Familia a la mejor película por «Cartas a Dios«
Filmar lo invisible. Explorar el misterio. Éste es el apasionante reto que afronta el cineasta Éric-Emmanuel Schmitt (Lyón, 1960) cada vez que se pone detrás de una cámara. Éste es también, sin duda, el secreto de su última película, Cartas a Dios («Oscar et la Dame Rose»), premiada con la Ola de Oro 2011 de los Premios Cinematográficos Familia. La historia del pequeño Óscar, primero narrada en una novela y más tarde en su versión teatral y cinematográfica, ofrece una lección magistral de vida, un canto a la esperanza en un mundo desesperado. A través de la imaginación, el filósofo, escritor y dramaturgo francés nos sumerge en un fascinante viaje inciático para pasar del absurdo a la confianza, del miedo a la muerte al amor lúcido a la vida.
¿Qué representa para usted el Premio Familia 2011 por su película Cartas a Dios?
Estoy muy emocionado de recibir este reconocimiento, porque aunque me han concedido ya muchos premios literarios, éste es mi primer premio cinematográfico. Me ilusiona mucho. Soy un escritor maduro, pero al mismo tiempo soy un cineasta joven. Ésta es sólo mi segunda película, y este premio representa para mí un magnífico estímulo. Me satisface, especialmente, que haga referencia al contenido del film, a sus valores… Esto es esencial para mí. Hago cine y escribo precisamente para esto: para comunicar una determinada concepción del mundo y curarme a mí mismo de mis miedos y mis angustias, y si puede ser, curar también al espectador y al lector de sus miedos o angustias.
En un mundo como el nuestro, en el que el tema de la muerte es uno de sus grandes tabúes, ¿le sorprende el éxito que ha tenido en Francia y otros países un film que trata precisamente sobre este drama humano?
Cuando escribí la historia de Cartas a Dios pensaba realmente que estaba escribiendo un relato que no tendría ningún éxito. La escribí porque yo mismo tenía necesidad de ello. Tenía necesidad de hablar de mi amor a la vida, incluso cuando es corta o cuando se acaba por la muerte. Siendo niño mi padre, que trabajaba en hospitales infantiles, tenía la extraña costumbre de llevarme un par de días a la semana con él. Aquella experiencia me marcó profundamente. Adquirí desde muy pequeño una nueva filosofía de la vida, un cierto realismo, y aprendí a amar la vida a pesar de su extrema fragilidad. El libro Oscar et la Dame Rose, en el que se basa la película, es un canto de amor a la vida. Yo pensaba, sin embargo, que no sería entendido. El éxito extraordinario de la novela me sorprendió muchísimo. Después vino la versión teatral y finalmente la aventura cinematográfica. Esto muestra que la gente, en el fondo, tiene necesidad de hablar de aquello que es tabú.
El silencio sobre el tema de la muerte es paradigmático en nuestra época.
Nuestra civilización está enferma, porque esconde la muerte, no quiere hablar de la muerte, y cree que llegará un día en el que la ciencia la suprimirá. Vivimos en una embriaguez cientista. Hemos llegado a pensar que la muerte es un accidente y no una cosa normal. Hemos olvidado que con el regalo de la vida recibimos también el regalo de la muerte. Nuestra civilización actual ha silenciado la muerte. Nunca antes en la historia se la había silenciado tanto y nunca antes se le había tenido tanto miedo. Cuanto más silencio sobre ella, más miedo genera. He escrito el libro y he hecho la película para luchar, precisamente, contra este silencio. Cuando acudía a los hospitales a visitar a niños enfermos constataba que los niños sí hablan de la muerte. Somos los adultos los que ponemos barreras y rechazamos hablar de ella. Nuestra sociedad vive en una ilusión, la ilusión de que por la ciencia nos vamos todos a curar y de que vamos a suprimir la muerte. Por supuesto que no. Yo creo que es importante afirmar un amor lúcido de la vida. Es decir, amar la vida tal y como es, no como querríamos que fuera.
¿Es esto lo que nos enseña la historia del pequeño Óscar?
Es la historia de un niño que sabe que morirá, pero que decide vivir lo que le queda de vida muy intensamente. Al principio su situación es bastante trágica, no sólo por su enfermedad, sino porque se encuentra solo. La enfermedad le aísla del exterior. Por un lado sus padres no soportan verlo enfermo y, por otro, está el personal médico, que no puede curarlo, y que tampoco soporta el fracaso de la medicina. En medio de esta situación aparece una mujer que, a diferencia de los demás, no lo trata como a un enfermo, sino como a un niño más. Se establece una relación real entre ambos que es la que le ayuda a vivir sus últimos días. Ella, además, le hace un gran regalo. Cuando la medicina ya no puede hacer nada más por él, ella cura su alma a través de la imaginación: le propone vivir cada día como si fueran diez años. Le ofrece, pues, vivir lo que le queda como si fuera una vida plena.
La imaginación casi se ha convertido en un personaje más de sus obras…
Para mí es decisivo el rol de la imaginación en la vida. No lo digo sólo por ser escritor, y ganarme la vida con ella. Creo sinceramente que la imaginación no es una manera de huir de lo real, sino más bien de penetrar y explorar lo real en profundidad, de descubrir la complejidad de lo cotidiano. La imaginación nos ofrece una sensibilidad para poder apreciar lo que se ve y también lo que no se ve. A pesar de ser hoy una facultad muy marginada en nuestra sociedad, que se asocia con lo irracional, la locura…, para mí la imaginación es una facultad muy noble, una facultad superior de explorar el mundo que creo deberíamos conservar y desarrollar.
Filmar lo invisible, filmar el misterio. Usted insiste siempre en recordar que éste es su reto principal como cineasta. ¿No debe ser fácil en un tiempo donde el misterio se ha convertido en «problema», según la terminología de G. Marcel?
Es un reto tan complicado como apasionante… Es muy duro aceptar el misterio. Y más aún aceptarlo tal y como es. A menudo preferimos proyectar ilusiones antes que afrontar el misterio. Para aceptar el misterio hay que aceptar la ignorancia y aceptar que sólo lo irracional nos puede hacer vivir en el misterio. Es decir, que en el fondo no será tanto por una actitud racional como andemos por la vida, sino teniendo unos valores, unas creencias y viendo en el misterio, tal vez, una promesa de sentido. Yo mismo, en mi vida, tengo la impresión de haber experimentado una en este sentido. Nací en un ambiente intelectual en el que reinaba la filosofía del absurdo: el mundo no tiene sentido. Por mi recorrido interior, espiritual, pasé a una nueva filosofía, que yo llamo la filosofía del misterio. Es decir, descubro que hay una promesa de sentido. El sentido brilla, el sentido chisporrotea, y no le podemos dar caza, a través de la sonrisa de un niño, de la experiencia de la bondad, del asombro ante el mundo… Tengo la impresión de que hay un sentido, pero un sentido que no me es dado nunca enteramente. Simplemente se me deja entrever a través de estas experiencias. Esto es lo que he vivido personalmente y lo que me ha llevado la mitad de mi vida: pasar del absurdo al misterio. Y esto es lo que me gustaría contagiar con mis obras. Me gustaría ofrecer este camino, esta transformación a los demás, pero, en realidad, sólo puedo dar testimonio de ella.
Esa transformación personal de la que habla, ¿tiene que ver con la experiencia vivida en el Sáhara en 1989?
Así es. Fue experiencia que cambió mi vida. Entré en el desierto ateo y salí de él creyente. Me perdí durante una expedición al Sáhara y viví una noche mística, una noche de fuego que me ha cambiado completamente. Pasé de la angustia a la fe. Fue un regalo extraordinario que he recibido pero que todavía no he llegado a comprender. Desde entonces, en todo lo que escribo hay un intento de transcribir esta experiencia. También en las películas, y Cartas a Dios es un buen ejemplo de ello. Óscar vive su experiencia mística cuando al amanecer descubre la fuerza del día, de la naturaleza, la inmensidad del universo… Es algo muy difícil de contar en el cine pero yo lo intento.
De nuevo topamos con el misterio. ¿Es el cine un medio privilegiado para explorarlo?
Sí, el cine, para mí, es un arte paradójico que permite expresar el misterio. Cuando haces una película, filmas al mismo tiempo lo visible y lo invisible. Cuando filmas una cara, filmas también una mirada, la expresión, los sentimientos, incluso las ideas que se esconden tras ese rostro… El cine no es un arte consagrado únicamente a lo material, sino también consagrado a lo espiritual. Un primer plano siempre es un primer plano sobre lo invisible, no sobre lo visible. ¡Es por esto que el cine me apasiona! Y es por eso que en Cartas a Dios las imágenes se presentan como en claroscuro, mostrando unas cosas y dejando de mostrar otras. Es mostrar lo esencial, aceptar la dimensión de misterio que puede haber a nuestro alrededor. En este sentido, el cine es un arte paradójico, apasionante para la exploración de lo invisible.
¿A qué responde ese interés suyo por incluir la fe y la motivación religiosa en la mayoría de sus obras, un tema hoy en día «políticamente incorrecto»?
Yo no sé si es un tema políticamente incorrecto en España. Sí lo es en Francia, un país que verdaderamente ha pasado a ser ateo y que incluso llega a incomodarse ante una escena de cinco minutos en una iglesia. En el caso de Cartas a Dios, Dios es un personaje más de la película. Al principio, el niño no cree para nada en Dios. Si inicia una correspondencia con Dios es porque su amiga, la Dama Rosa, se lo ha pedido. Y escribir a Dios le va a hacer bien. Cada día, escribiendo a Dios, Óscar aprende a distinguir lo esencial de lo accidental. Descubre lo que es importante y lo que no lo es en su jornada diaria. Más progresivamente el niño va a sentir la necesidad de tener este encuentro con Dios que hasta entonces no había tenido. Y llega un momento en el que tendrá el sentimiento de una presencia. En su habitación hace experiencia profunda de la fuerza del cosmos, de la naturaleza… Los niños tienen verdaderas experiencias místicas. No hablamos nunca de ellas, pero las tienen. Yo he querido transmitir eso. A partir de esta experiencia Dios es un personaje que empieza a existir en la vida de este niño. Las últimas palabras de Óscar, dejadas casi como testamento, así lo ponen de manifiesto: «Que nadie me despierte, salvo Dios.» Eso quiere decir que si Dios existe, él me espera, yo le espero. Y si Dios no existe, que me dejen tranquilo… Óscar vive en la ignorancia, porque en el fondo nadie sabe, pero vive también en la esperanza.
La muerte nos sitúa ante lo desconocido…
Nadie sabe qué es la muerte. Y lo peor que nos podría pasar ante esta pregunta es tener una respuesta. Es necesario enfrentarse a lo desconocido… Es lo que hacen valientemente Óscar y la Dama Rosa, aceptar el misterio de la condición humana. El camino que emprenderán irá de la angustia a la esperanza. Inicialmente Óscar tiene miedo y angustia ante lo desconocido y progresivamente va ganando en confianza. Se entrega completamente al misterio. Ante lo desconocido, ante el misterio, que siempre aparecerá en nuestra vida, todos somos iguales. Lo que nos distingue es la manera de afrontarlo: ¿miedo o esperanza? Todos mis libros, obras de teatro y películas intentan señalar este camino.
¿El pequeño Óscar se acaba convirtiendo en esta película en maestro espiritual?
En cualquier caso él es capaz de emprender un camino hacia la aceptación de la muerte y un camino hacia Dios que, verdaderamente, es modelo para los adultos. Óscar representa el coraje y la inteligencia de la infancia. Cuando ejercía como profesor de Filosofía en la Universidad, me propusieron hacer una experiencia pedagógica con niños de 11 años. El resultado fueron verdaderas conversaciones e intercambios filosóficos. Resultaron ser mucho más puros que mis estudiantes de la Universidad, que a menudo estudiaban por esnobismo o sofisticación. Los niños se preguntaban con gran intensidad y agudeza, exigiendo una respuesta. Y si no había respuesta, como sucede tantas veces, quieren saber por qué no hay respuesta. Descubrí que la infancia es una edad filosófica. Tal vez más que la edad adulta. Porque ¿qué se necesita para ser filósofo? La capacidad de sorprenderse, de ponerse preguntas e intentar responder a través de la razón. ¡Ésta es la definición de un niño! Alguien que se maravilla, se pone preguntas e intenta responderlas a través de su razón. Los adultos nos creemos que somos nosotros los filósofos, pero no es así. Intentamos responder a las preguntas pero a menudo ya no nos atrevemos ni a ponerlas. En la película no sólo es Óscar quien evoluciona sino también la Dama de Rosa, ambos en positivo.
¿Cree verdaderamente que la gente puede cambiar tan radicalmente?
Yo creo verdaderamente que los seres podemos cambiar. Y son los encuentros, los verdaderos encuentros, los que modifican nuestra vida. Un verdadero encuentro establece un antes y un después. Cuando la Dama de Rosa se encuentra con Óscar, ella es egoísta, está encerrada en sus problemas, sólo piensa en ella, e incluso tiene una mala imagen de sí misma. Ni siquiera sabe que ella misma es alguien genial. En cambio, Óscar va a ver en ella a alguien genial. Su mirada sobre ella la va a cambiar. Él ve el diamante que hay en su interior y ese diamante va a aparecer poco a poco. Es esto el encuentro y son esto también las historias de amor. El otro ve en ti lo máximo, lo más hermoso que pueda haber en ti, y a través de los ojos del otro se te manifiesta tu propia bondad. Por eso el intercambio, la amistad, el amor son los verdaderos fermentos de una vida.
Hay quien le define como «escritor de la esperanza en un mundo desesperado». ¿Se siente identificado?
La expresión es del filósofo belga Michel Meyer. Creo que es adecuada. Nuestro mundo está desesperado, es pesimista, hasta el punto de que ya ni siquiera se interroga por su pesimismo. A nuestro mundo le gusta dramatizar problemas y conflictos, en lugar de intentar resolverlos. Ha privilegiado el espectáculo, pero el mal espectáculo, el espectáculo dramático en lugar del espectáculo del asombro. En un mundo que no halaga los valores positivos, que no ama la humanidad, siento que escribo a contracorriente.
¿Tiene algo que ver esta desesperación con «la muerte de Dios»?
Lo que ha muerto en nuestro mundo es el asombro. Las ocasiones para asombrarse y maravillarse de la vida siguen siendo numerosas, pero faltan personas asombradas. ¡Vivir sin sorprenderse de la vida! Nos encontramos con los demás sin asombrarnos de sus virtudes y de sus defectos. Vivir con una actitud cínica es terrible. ¡Esto es ignorar la vida! En la ausencia del asombro está claro que lo que se encuentra también es la desaparición de Dios. Porque Dios nos ofrece una manera de mantener la capacidad de asombro y la capacidad de maravillarnos.
Esta entrevista fue publicada originalmente en el número del 25 de marzo de 2012 de Catalunya Cristiana. Publicado aquí con autorización.
Filmar lo invisible. Explorar el misterio. Éste es el apasionante reto que afronta el cineasta Éric-Emmanuel Schmitt (Lyón, 1960) cada vez que se pone detrás de una cámara.