Una historia sencilla y quizás ligera, pero que subraya con acierto y entusiasmo la necesidad de saber hacerse mayor —sobre todo si uno es artista—, sin dejar de desarrollar las propias cualidades, pero renunciando al egoísmo acumulado, arrepintiéndose de las heridas causadas con los propios defectos, perdonando las ofensas recibidas y, en su caso, recuperando la capacidad de amar y ser amado.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: Quartet. |
SINOPSIS
Cecily, Reggie y Wilfred están en un hogar para cantantes de ópera retirados. Cada año, el 10 de octubre, hay un concierto para celebrar el cumpleaños de Verdi, y ellos participan. Jean, que estuvo casada con Reggie, aparece y rompe su equilibrio. Todavía se comporta como una diva, pero se niega a cantar. El show debe continuar, y lo hace.
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CRÍTICAS
[Mª Ángeles Almacellas – CinemaNet]
La acción de El Cuarteto se desarrolla en la Casa Beecham, una residencia para músicos jubilados. La institución corre peligro de ser clausurada por problemas económicos. Los residentes se movilizan y, con el fin de recaudar fondos, organizan un concierto coincidiendo con el aniversario del nacimiento de Giusseppe Verdi. En medio de la febril actividad de todos en la preparación y los ensayos de la gala, llega la noticia de la llegada al Centro de Jean Horton, una antigua gran diva de la ópera, mujer muy vanidosa y de difícil carácter, que estuvo casada con Reggy, uno de los residentes. Este queda enormemente contrariado al enterarse de la presencia de Jean en la casa, convencido de que va a alterar la “senilidad digna y tranquila” que se estaba procurando. Está lleno de rencores hacia ella, y las viejas heridas se abren de nuevo, tan vivas y lacerantes como al principio.
Pero la presencia de la gran soprano abre la posibilidad de ofrecer un número con los cuatro cantantes de ópera más famosos de Inglaterra de los últimos años. Cuatro viejas glorias de la ópera reunidas de nuevo para interpretar el “Cuarteto” de Rigoletto de Verdi: Reggie, su viejo amigo Wilf y la entrañable Cissy, junto a la gran soprano Jean Horton. Esto supondría un reclamo muy atractivo para la prensa y, por tanto, implicaría una gran difusión de la realidad de la Casa Beechan y, sin duda, una garantía de pervivencia para la residencia. Sin embargo Jean se niega a cantar en la gala porque, con los años, ha perdido calidad de voz y teme que en los agudos “se vaya a romper”.
Bajo esta sencilla y original trama argumental Hoffman nos brinda un “canto” a la vida, incluso en la edad frágil de la decadencia. El guión no resulta edulcorado, porque Hoffman no ahorra nada de lo que es propio de la vejez (Un residente es trasladado en ambulancia al hospital y nada más se sabe de él, Cissy presenta síntomas de demencia senil, varios de los residentes tienen flaca la memoria, Wilf tiene problemas de próstata…). Sin embargo lo muestra con serenidad, como limitaciones connaturales a la edad que hay que asumir pero que de ningún modo deben anular las ganas de vivir.
Cada etapa de la vida, también la vejez, tiene su valor y ofrece posibilidades de creatividad en uno u otro ámbito. Síntesis del tema de la historia es la frase que Cissy repite una y otra vez: “Ageing is not for sissies”, el envejecimiento no es para cobardes. La película encierra también un tributo al arte –la música en general y la ópera en concreto, pero que puede trasladarse a cualquier manifestación artística–, que invita al hombre a la creatividad y lo eleva muy por encima de sus limitaciones.
La historia tiene momentos cómicos que rescatan al espectador de la emocionada ternura, con un Wilf obsesionado por el sexo, y la amable Cissy, disciplinada, bondadosa pero pícara y espontánea. Y deja lugar para que afloren los mejores sentimientos de amistad y amor, con el sosiego y la calidad que solo los años pueden ofrecer. El reparto es excepcional, con Maggie Smith (como Jean), Tom Courtenay (Reggy) Pauline Collins (Cissy) y Billy Connally (Wilf), y no es raro que Dustin Hoffman haya dicho que, con tan grandes artistas, él, como director, ha tenido poco que hacer.
El Cuarteto es una película amable, un divertimento, con música gloriosa de fondo, que emociona en algún momento, pero sobre todo provoca la sonrisa y contagia deseos vivir y ser feliz.
[Jeronimo José Martín – COPE]
La Casa Beecham es una lujosa residencia para músicos retirados, situada en la campiña inglesa. Sus inquilinos andan inquietos, pues circula el rumor de que pronto vendrá un huésped nuevo y famoso. Para el pulcro Reginald Paget (Tom Courtenay), el gamberro Wilfred Bond (Billy Connolly) y la ingenua y algo desequilibrada Cecily Robson (Pauline Collins), es sólo un cotilleo más. Hasta que, de repente, ven entrar por la puerta a su ex compañera de cuarteto, la diva Jena Horton (Maggie Smith), y se quedan en estado de shock. La vertiginosa carrera de Jena como solista de ópera, con el ego correspondiente que le acompañaba, acabó no sólo con una gran amistad, sino también con su matrimonio con Reggie, el cual se toma muy mal su llegada. ¿Podrá el famoso cuarteto solventar sus diferencias y aportar su enorme talento a la gala para recaudar fondos que celebrarán en la Casa Beecham con motivo del aniversario del nacimiento de Giusseppe Verdi?
El septuagenario actor californiano Dustin Hoffman debuta brillantemente como director con esta entrañable adaptación de la obra teatral del sudafricano Ronald Harwood, en la que ha reunido a un antológico elenco de actores veteranos y algún que otro músico de reconocido prestigio. Todo ello, para dotar de alma a una historia sencilla y quizás ligera, pero que subraya con acierto y entusiasmo la necesidad de saber hacerse mayor —sobre todo si uno es artista—, sin dejar de desarrollar las propias cualidades, pero renunciando al egoísmo acumulado, arrepintiéndose de las heridas causadas con los propios defectos, perdonando las ofensas recibidas y, en su caso, recuperando la capacidad de amar y ser amado.
Hoffman desarrolla ese positivo mensaje a través de una fresca puesta en escena —bastante sólida en su constante salto de la comedia al drama—, de una bella selección de música clásica y, sobre todo, de una modélica dirección de actores, con la que saca brillos a las sugerentes situaciones que plantea el guión y a los chispeantes diálogos con que las resuelve. Sólo rompen el tono amable del filme las groseras salidas de tono del personaje interpretado por Billy Connolly, un viejo verde que nunca renuncia a su rastrera visión hedonista de la vida. Es el único defecto importante en una película notable, grata y muy emotiva, sobre todo en su vibrante desenlace.
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