Magnífica tragicomedia romántica dirigida y escrita por Josh Radnor, conocido por su papel protagonista en la serie Cómo Conocí a Vuestra Madre. La película, con un sólido y rico guión, sin atisbo de cinismo o frivolidad, es una emocionante e incisiva radiografía de la inmadurez afectiva de tantos jóvenes. El mensaje, segun palabras del propio director, es que «hay que vivir las cosas con más profundidad, con relaciones más personales, cariñosas e inocentes, que vayan más allá de la simple atracción sexual y del ansia por satisfacerla inmediatamente.» Y asegura, «al revés de lo que es habitual hoy día, aquí propongo conocer al ser amado emocionalmente antes que físicamente.» Una comedia romántica de hondura sentimental, intelectual e, incluso, espiritual.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET
Título original: Liberal arts
País: Estados Unidos
Año: 2012
Dirección y guión: Josh Radnor
Intérpretes: Josh Radnor, Elizabeth Olsen, Richard Jenkins, Allison Janney, Elizabeth Reaser, John Magaro, Zac Efron.
Música: Ben Toth
Fotografía: Seamus Tierney
Distribuidora en cine: Avalon
Duración: 97 min.
Género: Comedia Romántica
Estreno en EEUU: 14 de Septiembre de 2012
Estreno en España: 15 de Marzo de 2013
SINOPSIS
Desencantado con su trabajo y con un futuro incierto, Jesse Fisher (Josh Radnor) regresa a su antigua universidad para la cena de jubilación de su profesor favorito. Un encuentro fortuito con Zibby (Elizabeth Olsen), una precoz estudiante de 19 años, despierta en Jesse sentimientos que creía olvidados. Ambos sienten una poderosa atracción que termina en romance, pero tendrán que hacer frente a numerosos obstáculos, en especial el de la diferencia de edad entre ellos.
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CRÍTICAS
[Jeronimo José Martín – COPE]
Después de triunfar y hacerse famoso con su papel de Ted Mosby en la serie televisiva Cómo conocí a vuestra madre, el actor de Ohio Josh Radnor sorprendió a todos con su primer largometraje como guionista y director, Happythankyoumoreplease, espléndida tragicomedia romántica, con la que ganó el Premio del Público en el Festival de Sundance 2010. Ahora se consolida como el nuevo Woody Allen —pero en clave optimista y trascendente— con Amor y letras, otra magnífica tragicomedia romántica, que también escribe, produce, dirige e interpreta.
Esta vez, Radnor da vida a Jesse, de 35 años, culto y desastrado, que trabaja como profesor de Literatura en la Universidad de Nueva York y no acaba de encontrar su ritmo vital. La oportunidad le llega cuando viaja a Ohio, a la universidad donde estudió, para asistir al homenaje a uno de sus maestros más queridos, el recién jubilado profesor Hoberg (Richard Jenkins). Allí, Jesse rememora sus ilusionados tiempos universitarios, descubre la triste realidad de su admirada profesora Fairfield (Allison Janney) y conoce a una joven estudiante de segundo de Literatura, Zibby (Elizabeth Olsen), inteligente, vitalista y aparentemente muy madura para su edad. Enseguida, la sintonía entre ambos se transforma en enamoramiento, lo que genera en Jesse un peliagudo dilema moral, pues pesan en su conciencia los dieciséis años de diferencia entre él y Zibby, y sobre todo su propia perplejidad ante esa cosa llamada amor…
Por fuera, Amor y letras goza de la frescura narrativa e interpretativa de otras recientes producciones indie, como Pequeña Miss Sunshine, Lars y una chica de verdad, Juno, Once o The Visitor. Y, como ellas, va acompañada por una sensacional banda sonora —aquí, de Ben Toth—, completada por una excelente y generosa selección de música clásica y moderna, empleada siempre con un eficacísimo sentido dramático. Radnor deja que la cámara se enamore de sus entrañables personajes, y ellos cautivan al espectador gracias a las excelentes interpretaciones de todos los actores, y especialmente de Elizabeth Olsen y el propio Radnor.
En cualquier caso, lo mejor del filme y lo que da entidad a todo lo demás, es su sólido guión, riquísimo en referencias literarias y artísticas, sin atisbo de cinismo o frivolidad, y cargado con mucha emoción de verdad. A través de él, Radnor rinde homenaje a la profesión docente y a la buena literatura —“El mundo está tan mal porque la gente lee libros muy malos”, asegura su personaje— y, sobre todo, desarrolla una incisiva y sutil radiografía de la inmadurez afectiva de tantos jóvenes —afectados por el famoso síndrome de Peter Pan—, al tiempo que establece dos profundas coordinadas de la madurez: el autocontrol de los propios instintos y la apertura a los demás, incluido a Dios. “En mi película —señalaba Josh Radner a Juana Samanes en una entrevista para 13TV—, se muestra el contraste entre la hondura de la música clásica, los viejos poemas de amor, las cartas manuscritas… y la superficialidad del email, el facebook, el twitter… Es lo que mi personaje echa de menos de sus tiempos universitarios, y lo que recupera en cierta medida. El mensaje es que hay que vivir las cosas con más profundidad, con relaciones más personales, cariñosas e inocentes, que vayan más allá de la simple atracción sexual y del ansia por satisfacerla inmediatamente. Al revés de lo que es habitual hoy día, aquí propongo conocer al ser amado emocionalmente antes que físicamente”. Y concluía: “En muchas películas, el romance se describe desde la fantasía, como si todos los problemas se fueran a resolver a través del amor. Sin embargo, una relación real no es así. La vida real te enseña que debes mirar a través de los ojos de la persona amada. Eso no te ahorra el dolor, pero te abre una perspectiva más lúcida, de la que puedes aprender. Una buena relación es difícil, pero muy enriquecedora. Y eso me parece más real que cualquier clase de fantasía”.
En cuanto a su fascinante acercamiento a la religión, Radnor —de familia judía— también nada a contracorriente. En una entrevista que me concedió para COPE, señaló lo siguiente: “Si uno cree en Dios —y yo creo en él—, no lo ve sólo en ciertos espacios, como las iglesias o la naturaleza. Si Dios es omnipresente, está en todos lados: en las habitaciones de hotel, en los taxis, en el cielo… Al menos, ésa es la experiencia de mi conciencia… o de mi falta de conciencia. Por eso, mis dos películas como director muestran personajes que viven situaciones muy cotidianas, pero que podríamos calificar como experiencias de gracia. Alguien dijo que ‘un milagro es un cambio de percepción’. Me gusta esa idea. De ahí que muestre en mis películas esos momentos en que lo más cotidiano se transforma en un milagro”. Este certero enfoque le distancia de Woody Allen, aunque reconoce al veterano cineasta neoyorquino como uno de sus referentes principales: “No quiero compararme con él —me aseguraba en la citada entrevista—, pues es un auténtico genio, que ha dirigido más de cuarenta películas… En todo caso, él tiene una visión muy caótica del mundo: sus películas muestran mucha ansiedad, ausencia de sentido, perplejidad… Por el contrario, yo sí creo que existe un gran orden en el mundo. Quizás no lo vemos, pero está ahí. Por eso, mis dos películas como director tienen un cierto enfoque místico y metafísico”.
Todos estos sugerentes enfoques enriquecen muchísimo Amor y letras, en la que Radnor recuerda aquella famosa cita de la Oda a una urna griega, de John Keats, “La verdad es belleza, y la belleza es verdad”, y hasta se atreve a reflexionar sobre los supuestos conflictos entre el amor humano y el divino, concluyendo que, en realidad, “el amor divino es el único que existe”. Casi nada.
[Julio R. Chico –La Mirada de Ulises]
No es infrecuente que haya quien, llevado por la insatisfacción, no se encuentre a gusto con su edad y trate de adelantar o retrasar el reloj de su vida. Quien es joven, intenta acelerar el proceso de madurez, y quien ha cumplido una edad juiciosa trata de reverdecer sus experiencias juveniles. A veces, parece que nadie está contento con los años que tiene, y que todos tratan de aparentar o comportarse con esquemas distintos a los que les corresponden. Esa es la situación en que se encuentran los protagonistas de “Amor y letras”, comedia romántica independiente en que Josh Radnor -director y actor principal- nos presenta a Jesse Fisher, un profesor en crisis por su separación y rutina laboral, que regresa a su antigua universidad para asistir al acto de jubilación de Peter Hoberg, su profesor favorito. Allí conoce a Zibby, una joven y precoz estudiante que no está a gusto con los chicos de su edad por considerarles inmaduros y faltos de autenticidad. Entre ellos surge una atracción y se despiertan unos sentimientos que, al menos, les ayudarán en su crecimiento personal.
Estamos ante una ingeniosa comedia americana independiente que respira todo el aire fresco y desenfadado habitual en el género, con personajes que tratan de encontrar su lugar en el mundo sin recorrer un camino marcado por las normas y costumbres sociales. Su recorrido es imprevisible y sus decisiones oscilan entre la juiciosa reflexión de Jesse y el impulso emocional de Zibby. Ambos tratan de ser ellos mismos y de descubrir un entorno de convivencia donde puedan desarrollar sus cualidades y encontrar la felicidad, y ambos aprenderán a dejar su reloj en la hora que marca… a la espera de nuevos encuentros propicios. Son experiencias vitales con un punto de satisfacción y de dolor, donde el contacto con la música clásica o con la literatura romántica pueden alentar un ánimo vitalista en quien lo vive o dejarle en un estado de desencanto al percatarse de la miseria de la condición humana. Los personajes viven una pugna entre su educación en las artes liberales y el impulso del corazón, sin saber a ciencia cierta si lo que necesitan es un argumento lógico y sensato de los que esgrime Jesse o un abrazo como el que Zibby pide en el salón de actos.
Son individuos que caminan al borde del precipicio de la soledad porque están perdidos en un laberinto emocional. Pero Jesse y Zibby no son los únicos, porque el profesor Hoberg vive días de desorientación tras su jubilación y la falta de gratitud de los suyos, el estudiante Dean no encuentra en su preclara inteligencia ni en sus libros la lucidez para escapar a la depresión vital, el enigmático Nat -que no parece real sino un consejero fantasma de Jesse- deambula por un mundo de alucinaciones enajenantes, la cínica profesora Judith vive en la soledad más triste y empobrecedora, o la encargada de la librería no logra escapar del mundo ideal que los libros ofrecen. Quien más quien menos descubre que la realidad a veces puede ser decepcionante, pero que merece la pena invertir tiempo en vivir la vida más que en leer sobre ella, que un best seller de vampiros puede tener su momento y traer más felicidad que un ensayo sociológico, que la música clásica o una carta escrita con pluma pueden darnos una humanidad que los recursos tecnológicos no aportan.
La factura, la escritura de los diálogos y las interpretaciones responden a ese espíritu libre que la historia reclama. El propio Josh Radnor transmite bien el desconcierto y vacío de su personaje, mientras que Elizabeth Olsen deja ver la luminosidad y fragilidad de una Zibby encantadora que quiere adelantar los tiempos por un atajo. También Richard Jenkins nos deja una interpretación con hondura y gravedad, a pesar de que su subtrama apenas está desarrollada, lo mismo que la presentada por Allison Janney. La puesta en escena es sencilla y fresca, no faltan los chispazos de humor inteligente ni los momentos de tierna y contenida emoción. El espectador encontrará una historia de amor tierna y nada empalagosa entre dos almas que viven con el reloj alterado, y a unos personajes que tratan de encontrarse en un mundo que no es el ideal pero que deben afrontar con la edad perfecta -la que tienen-, y saldrá del cine con buen sabor de boca.
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