Desde hace cuarenta años, el fotógrafo Sebastião Salgado recorre los continentes captando la mutación de la humanidad. Testigo de grandes acontecimientos de nuestra historia reciente, ahora emprende camino hacia territorios vírgenes, descubriendo una fauna y una flora silvestres en el marco de un proyecto fotográfico gigantesco. Su hijo Juliano, quien le acompañó en sus últimas travesías, y Wim Wenders, también fotógrafo, comparten con nosotros su mirada acerca de su vida y su obra.
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RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: The Salt of the Earth |
SINOPSIS
La sal de la tierra se centra en el último trabajo del fotógrafo y explorador Sebastião Salgado. Un proyecto titulado «Génesis» con el que pretendía descubrir y capturar las partes del mundo que aún no han sido arrasadas por la moderna civilización. Un viaje a través de las tierras vírgenes como la isla de Wrangel en Siberia, la Papúa occidental, o el increible Pantanal en Brasil. Juliano estudia la obra de su padre que elaboró a lo largo de 8 años, avivando la fría y tensa relación mantenida hasta el momento. Ambos pondrán de su parte para retomar el vínculo afectivo familiar con la ayuda de una naturaleza que resguarda tribus y criaturas aisladas de nuestro mundo de caos y destrucción. Impresionantes imágenes de un hombre que entrego su vida a la fotografía, recopiladas por dos apasionados de la misma.
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CRÍTICAS
[Julio R. Chico – Colaborador de CinemaNet]
Impresionante, hermosa, desoladora, humanista… son algunos de los calificativos que merece “La sal de la tierra”, documental firmado por Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado en torno a la vida y obra del padre de este último, el fotógrafo Sebastião Salgado. La película ganó en Cannes el premio Un Certain Regarde y llega avalada por crítica y público, que ha respondido tanto a la calidad artística de la propuesta como a la realidad que muestran unas imágenes en blanco y negro, que responden a la perfección a esa visión dualista del hombre y del mundo que el fotógrafo ha fraguado en sus viajes por todo el planeta.
Que la fotografía sea extraordinaria y recoja tantas experiencias adquiridas durante medio siglo no sorprende, porque la materia prima de Sebastião Salgado es de primer orden. Que la secuencia de imágenes y su montaje nos hablen de una mirada discreta, comprensiva y contemplativa tampoco llama la atención porque todos conocemos la capacidad de Wim Wenders para dotar a la imagen de contenido. Que detrás del documental se descubra un alma rota y recompuesta, un espíritu desesperado y renacido… eso sí supone la guinda a un trabajo que habla al espectador para emocionarle y hacerle pensar sobre el mundo que estamos construyendo. La sal de la tierra es la persona, y Sebastião Salgado entiende la fotografía como el dibujo realizado con la luz: con estas dos máximas, Wenders y Salgado Jr. pintan un cuadro tenebrista, sobrecogedor en unos momentos y luminoso en otros, con claroscuros que invaden la faz de la tierra y que concluyen con una llamada a la responsabilidad.
Cada proyecto y álbum fotográfico nace y crece impregnado de un sentimiento de búsqueda, y si los viajes por Etiopía, Congo o Ruanda nos dejan sin aliento al ver las consecuencias devastadoras del hambre y la sequía, de la guerra y la barbarie, los que se realizan a la Guerra de los Balcanes o del Golfo nos dejan sin palabras porque los protagonistas son occidentales pudientes y civilizados de los que habría esperar otra cosa. De esta manera, Sebastião Salgado rompe su cámara y se hunde en la desesperación porque ha visitado el corazón de la oscuridad, y no puede más. Afortunadamente, la vida tiene sus ciclos y por eso, junto a su mujer Lélia, se retira a su Brasil natal para buscar en la Naturaleza una bocanada de aire limpio y de optimismo: la fotografía social y humana deja paso a la de paisajes y animales, en un reto también artístico que se concreta en su proyecto “Génesis” y en el Instituto Terra para la reforestación del valle en que había criado: su viaje ahora ha sido al corazón de la luz.
Como decíamos, el espectador asiste impávido a la muerte y la violencia, y tiene ganas de gritar y llorar porque en esa tarea destructiva el hombre es el protagonista. Pero también contempla cómo la vida se abre paso, poco a poco y sin hacer ruido, y entonces entiende la Tierra como un todo solidario de cuantos la pueblan, y se abre una rendija de esperanza entre la negritud. Dejando al margen un evolucionismo y ecologismo quizá un tanto radical, obviando también la ausencia de alguna referencia trascendente -necesaria cuando se habla de la existencia y se plantean cuestiones fundamentales-, la película es un ejemplo de humanismo que mira a la persona como individuo moral, una gozosa experiencia para la vista y los sentidos, una inquietante paradoja para la razón y una necesaria interpelación para la conciencia.
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