[Sergi Grau – Colaborador de CinemaNet]
La lucha individual por la libertad en un entorno hostil –con redención de por medio o para deshacer un entuerto– o la lucha de colectividades contra un yugo que les somete. Las fórmulas clásicas dramáticas o estampas posmodernas. Para todos los públicos o para determinados targets. El sacarle jugo a la alegoría en una determinada época, o la conciencia de que cualquier buena historia merece ser contada: múltiples motivaciones y formatos se han ocupado a lo largo del siglo largo de vida del Séptimo Arte del tema que nos ocupa hoy, a menudo barnizando los relatos con una pátina de rebeldía con la que se pretende invitar al espectador a reflexionar sobre lo concreto o sobre lo abstracto, sobre lo individual o existencial o sobre lo colectivo o socio-histórico. El listado de títulos es inagotable. La lista propuesta, como siempre, es limitada, pero en su humildad pretende rendir cuentas de la exuberancia y riqueza de matices que anidan en este macro-tema.
Podemos empezar con un cineasta para paladares exquisitos: el personalísimo Robert Bresson, además uno de los realizadores que con mayor elocuencia ha empapado las imágenes e historias de sus películas de un hálito trascendente. Películas tan extraordinarias como Pickpocket (1958) o Un condenado a muerte se ha escapado (1956) son la patente demostración de ellas. En la primera se habla de un joven obsesionado con el robo de carteras para relatar el proceso de liberación de esas obsesiones, una catarsis alcanzada a través del amor por otra persona. En la segunda, narración del meticuloso plan y ejecución de un preso para huir de la prisión, ese título ya contiene el desenlace de la función y las claves del discurso, y en el título original existe además una imagen bíblica – “Un condamné à mort s’est échappé ou Le vent souffle où il veut”: el viento sopla por donde quiere– que lo subraya todo. Formalista genial, Bresson declina todo interés por el suspense inherente a las tramas que maneja, y, con maneras que cabe definir de ascéticas, se centra en un estudio de lo particular que abraza lo universal.
El filme de Bresson nos invita a enunciar una serie de títulos que se ubican en la tan nutrida categoría de “cine carcelario” pero subrayando el valor del compromiso ético con uno mismo y la aspiración noble a la libertad, a menudo como sinónimo de un equilibrio, un sentido de plenitud. Ciñéndonos a obras muy significativas, citamos El hombre de Alcatraz (John Frankenheimer, 1957), con un inolvidable Burt Lancaster; Cadena perpetua (Frank Darabont, 1996), según un relato de Stephen King (cuyo título, recogido en el original de la película, nos habla de redención: “The Shawsank Redemption”); Camino a la libertad (Peter Weir, 2012), emotivo relato de la huida de un gulag ruso; o, ya en clave extravagante, la posmoderna O’Brother (Where Art’Hou?) (Hermanos Coen, 2000), relato de la huida desenfrenada de unos presos en el contexto de la Gran Depresión americana y con acompañamiento musical de blues.
Y existen otros contextos que, sin ser cárceles en el sentido convencional, admiten semejante planteamiento argumental versado en la necesidad y legitimidad de una huida, el entramado dramático edificado en torno a esa idea que moviliza la complicidad del espectador y también su conciencia, pues a menudo se trata de obras que refieren situaciones históricas de crasa injusticia. No sería ése el caso de la hermosa Alguien voló sobre el nido del cuco (Milos Forman, 1975), retrato de rebeldía que sintonizaba con las doctrinas contestatarias de la era hippie; pero sí de clásicos del calado incontestable de Metrópolis (Fritz Lang, 1927), Espartaco (Stanley Kubrick, 1960), Grita libertad (Richard Attenborough, 1986), Braveheart (Mel Gibson, 1996) o La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993). Ésta última, que aborda la cuestión del Holocausto, nos habla también de un proceso altruista, el del protagonista que encarna Liam Neeson, para salvar la vida de cuantos más judíos sea posible a través de engañosas listas que entrega a los alemanes; semejante temática nos invita a reflexionar en la inmensa cantidad de títulos referidos a la Segunda Guerra Mundial que, fuera de los parámetros del cine bélico, nos han hablado del compromiso de un individuo para con una colectividad, en defensa de los valores en los que se sostiene la democracia: la lista sería larga, pero podemos consignar a título ejemplificativo la vibrante Esta tierra es mía (Jean Renoir, 1943) o, sencillamente, una de las películas más famosas de la Historia del Cine, Casablanca (Michael Curtiz, 1941).
También resulta interesante constatar cómo se ha sacado mucho jugo de esta temática y de sus alegorías subyacentes desde el parapeto del cine fantástico, siempre pletórico en exploraciones por lo figurativo. Ejemplos hay muchos. Antes de dejar grabado su nombre en la Historia del Cine con la más famosa saga galáctica, George Lucas filmó la distópica THX 1138 (1971), sobre la fuga de dos ciudadanos de una comunidad que recuerda poderosamente los escenarios de Orwell o Huxley. En la muy celebrada Matrix (Larry & Andy Wachowsky, 1999) y sus secuelas se explotaba la transgresora idea de que la realidad como la conocemos no es otra cosa que una apariencia creada por inteligencias artificiales que someten, esclavizan a los seres humanos. Dentro de los márgenes del thriller con visos ideológicos, la trilogía sobre Jason Bourne iniciada por El caso Bourne (Doug Liman, 2004) se edificaba sobre la atractiva idea de la lucha de un hombre por recordar y recuperar su identidad perdida. En la abstracta Hacia rutas salvajes (Sean Penn, 2007), el cineasta relataba un proceso de liberación personal llevado a la máxima radicalidad, a través del documento –basado en acontecimientos reales- de un joven universitario que lo abandonó todo para vivir en comunión con la naturaleza como un asceta. En la metanarrativa Sucker Punch (Zack Snyder, 2012), uno de los cineastas más interesantes del cine de Hollywood propone, en esta su obra sin duda más personal, un desconcertante experimento formal que gira en torno a la lucha de una joven paria por huir de una existencia desgraciada. Podríamos seguir, pero el listado que precede, por su heterogeneidad de formatos, intenciones y resultados narrativos, da buena cuenta de algo tan evidente, al fin y al cabo, como la existencia de ciertos patrones temáticos o macro-temáticos que movilizan el interés de los narradores del Séptimo Arte y de los espectadores de todos los tiempos. Por algo será.