La película La manzana (Samira Makhmalbaf, 1998), que había recibido, en el Festival Internacional de Locarno, el premio Fipresci y la Mención Especial del Jurado, resultó finalista en nuestros premios Familia, el año 1998; premio que se entregó al año siguiente, junto a la ganadora, Estación central de Brasil (Walter Salles) .
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PELÍCULA RECOMENDADA POR CINEMANET Título Original: Sib, The Apple |
SINOPSIS
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[Gloria María Tomás y Garrido – Colaborador de CinemaNet]
Fiel a su estilo, CinemaNet siempre ofrece al menos una crítica de las películas que reciben sus premios y nominaciones. Pero esta vez, se nos quedó en el tintero. De ahí que, siguiendo el adagio acerca de que “más vale tarde que nunca”, ofertamos ahora la recensión pendiente.
La directora, la joven Samira Makhamalbaf (1977) es hija del cineasta Mahsen Makhmalbaf -reconocido internacionalmente como uno de los mejores directores de cine iraní- y de la guionista Maziyeh. También tiene una hermana cineasta, Haha, y un hermano productor, Marziyeh.
La manzana es su primera película. Se trata de un film dramático, basado en hechos reales, ocurrido en Irán. Cuenta la historia de dos niñas, hermanas gemelas, Zahra y Massoumeh, que permanecieron absolutamente aisladas, encerradas en su pobre casa en Teherán, durante los primeros doce años de su vida. Viven con su madre, una mujer ciega, que solo sabe turco y que aparece siempre con la cabeza y la cara cubiertas. Las tres están bajo el cuidado del padre y esposo Ghorban, también de origen turco.
Ghorban es mayor, está sin empleo y confundido a la hora de aplicar la ley islámica. Siguiendo el Corán, considera que sus hijas son “como flores que pueden marchitarse con el sol”, así que para salvaguardar su honor, con la conformidad de la madre, las mantiene encerradas en un cuarto de tres por cuatro metros. Ni él, ni su mujer, ni nadie puede tener ningún acceso a las niñas. Piensa que de este modo, nunca estarán expuestas a las pecaminosas influencias del mundo exterior. Las niñas no sabían caminar correctamente, carecían de condiciones higiénicas y se comunicaban con gruñidos que sólo ellas entendían.
Durante años nadie se dio cuenta. En 1997 cuando las niñas tenían unos 10 años de edad, unos vecinos dieron parte a las autoridades y acudió una trabajadora social que examinó la situación y advirtió a los padres que tomaría a las muchachas bajo su cuidado si sus circunstancias no mejoraban. Se permitió que el matrimonio conservara la custodia a condición de que quitaran las rejas y candados de su puerta delantera. La película muestra la resistencia del padre, apoyándose en lo que pensaba era la tradición.
Eventualmente ocurrió una inversión de papeles: mientras que las niñas consiguieron salir a la calle e interaccionar con otros niños, Ghorban fue forzado a permanecer en casa tras las rejas de la puerta. Conmueve el cántico de este padre, pidiendo la muerte por estar cansado de la vida. Y aún conmueve aún más ver como Massoumeh y Zara comienzan a vivir lo que todos vivimos. Pero que a ellas les llega de nuevo y ¡de repente! Lo que nos ofrece un simbolismo entre entrañable y crudo.
El regalo de un espejo por otra niña, les lleva a descubrir su propio rostro, y el espectador recibe el regalo de la mirada y de la sonrisa de las adolescentes. Esa mirada ante el espejo, tan bien enfocada por la cámara, es la puerta simbólica que les hace ver el mundo y que todo pasa. Las calles de Teherán, jugar, el dinero, tomar un helado, tener una pulsera, el agua, la sonrisa… ¡Todo lo ven por primera vez! Sucesos y situaciones mostrados, que no necesitan explicación. Conmueve y apena.
Samira nos muestra que, en cada esquina de un barrio, el mundo se está reinventando a cada instante, que a la vuelta de la esquina está eso que las niñas intuyen en las noches o en el encierro. Sólo hay que salir y mirar un poco. Como si tuvieras 12 años y estuvieras viendo todo por primera vez. La directora rehúye los resúmenes y los juicios; abre su lente para que conozcamos a Massoumeh y a Zara, para que ellas nos cuenten como ven eso que está ahí afuera de todos nosotros. Quizá allá afuera esté una manzana colgando del aire esperando a que la encuentres. La cinta se convierte en una poderosa reflexión acerca de la complejidad de la sociedad iraní y en particular del papel de la mujer. Como dos caras de la feminidad: la sumisión de las gemelas y su madre, y el espíritu indomable de la trabajadora social.
La cinta está cargada de muchos otros símbolos y alegorías, desde la manzana del título (con su obvia connotación bíblica), que nos conducen en el transcurso de la breve filmación a ver la transformación de Zahra y Massoumeh, el paso de la indefensión extraña al encanto de la vida ordinaria.
Lógicamente merecía ser premiada.
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