No conocía personalmente a Julio Rodríguez Chico. Sí, y mucho, su obra cinematográfica. Un crítico profundo, certero, original, atractivo, abierto. Podría seguir poniendo adjetivos, porque ninguno sobra y ninguno cubre su estilo.
Supongo que su trabajo ha enriquecido el mundo, así de sencillo, y confío que lo siga haciendo. Nos quedan, entre otras, dos obras en papel fantásticas: «Azul, blanco, rojo» -sobre el director polaco, llamado el retratista ético del cine, Krzysztof Kieslowski- y su «Guía fácil para entender el cine». Y nos queda también su blog, inaudito, al que tuvo la audacia de denominar «La mirada de Ulises», señalando -copio sus palabras- que se trata de “una mirada al cine entendido como huella del hombre y espejo de la sociedad, como expresión de un mundo lleno de interrogantes que se sirve de la imagen para cautivar y emocionar, para suscitar inquietudes y anhelos, para cuestionar realidades y denunciar”.
Cuando, en su momento vi la película de Theo Angelopoulos, “La mirada de Ulises” (1995) quedé perpleja, con necesidad de repetirla y repensarla. Se trata de una auténtica obra maestra de cine culto, que viene a ser una nueva interpretación del mito homérico. La película comienza con una cita del Alcibíades de Platón: “También el alma, si se quiere reconocer, tendrá que mirarse en otra alma”. No sé si lo que tuvo Julio al poner ese nombre a su blog fue osadía o prudencia: sabía lo que hacía y adonde quería llegar.
Cuántas veces, casi siempre, al realizar mis trabajos cinematográficos, sus escritos me han llenado de seguridad, de reflexión y de disfrute. Fue así, al estar trabajando hace un mes en algo, volví a recurrir a este crítico -quien siempre estaba, además, actualizado-. Y no encontré nada. Siguiendo el buscador común de casi todos, me encontré que se nos había ido al Cielo. Que ha fallecido. Se merece que se sepa más. Se merece más gratitud.
Me viene al corazón los versos del poeta: “A las aladas alas del almendro de plata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero”.
No conocí personalmente a Julio. Sin embargo deseo expresar mi pena por su muerte, mi gratitud por su obra, y la esperanza de que, desde el Cielo, siga ayudándonos para hacer del cine, tal como él decía” un vehículo para la comunicación y la tolerancia, para convertirlo en una escuela para la vida donde nadie sobra y donde el espectador aprende a valorar otros puntos de vista –tantos como personajes hay en la película, si está bien construida-, a ser responsable en el ejercicio de su libertad”.
Gracias Julio. Hasta siempre.
Granada, 25 de agosto, 2016