(Artículo cedido por su autor y publicado originalmente en su blog, Cartas en el olvido)
Sí, sí, lo sé: Kung Fu Panda es una película de 2008. Y sí, también sé que es una película de dibujos animados… y me da igual. La he visto cuatro veces, incluso en inglés, y no dejo de reírme. Y me hace pensar. Por ejemplo –y es la escena que quiero traer a colación hoy- en que, en un momento dado, tiene lugar una conversación muy significativa entre los dos maestros, la tortuga Oogway y el panda rojo Shifu:
Ocurre que el maestro tortuga, a punto de morir, ha llegado a un nivel de sabiduría considerable. Intenta convencer a Shifu de que Po –el panda del título- es el elegido, el guerrero del dragón, que tendrá que acabar con el malvado Tai Lung, un guerrero parecido-tigre muy poderoso. Shifu ve imposible hacer de Po algo más que un panda gordísimo, no cree que sea el guerrero del dragón y, por tanto, ve imposible que pueda derrotar a Tai Lung.
Es aquí cuando viene una lección en toda regla. Oogway le dice: «Debes renunciar a la ilusión del control». Ojo, no se me ha ido la olla. Se desarrolla entonces un singular diálogo, que comienza Oogway, tomando de ejemplo un melocotonero:
– Mira este melocotonero. Yo no puedo hacer que florezca cuando me plazca, ni puedo obligarle a que dé frutos antes de tiempo.
– Pero hay cosas que podemos controlar -replica Shifu, mientras golpea con su bastón el árbol y hace caer un melocotón, que enterrará mientras habla- Puedo controlar la caída del fruto. Puedo controlar dónde plantar la semilla. Eso no es una ilusión, maestro.
– Ah… Sí, pero hagas lo que hagas, esa semilla se convertirá en un melocotonero, tú podrás desear una pera o una naranja, pero te dará un melocotón.
Es un buenísimo ejemplo para explicar cómo nace la agricultura, pero, sobre todo, para explicar que conviene conocer y aceptar nuestros límites, cosa que reporta felicidad y paz. Y eso, tanto a nivel personal como colectivo. La inteligencia humana -«que ve el antes y el después», como dice Shakespeare en Hamlet– es capaz de inventar las reglas que existen en la naturaleza, que existen a pesar de la propia existencia del hombre. La etimología es reveladora: “inventar” viene del latín invenire: encontrar, ir hacia un sitio y ver qué hay.
Ahí está la clave: en la conjunción de las dos cosas. Hay reglas, las podemos encontrar, pero no las hacemos nosotros. Y así, de un plumazo, Oogway ha explicado -quizás sin darse cuenta- una de las consecuencias del concepto “Creación”: un Alguien inteligente que crea algo inteligible para otro inteligente, para que lo conozca y transforme, según lo que cada cosa es.
A eso se le llama Ley Eterna y Ley Natural, en el hombre. Por tanto, el control total -y «total» es la palabra clave- no es más que una ilusión y un potente deseo del hombre. Las cosas, resumiendo, son como son, a pesar de que en ese «como son» hay mucho que hacer. O, dicho con palabras de Oogway: «Te dará un melocotón», porque es un melocotonero.
(Huelga decir, por supuesto, que recomiendo la película)