Ganadora de los premios a la mejor Película, Dirección y Guión en los 34º Premios del Cine Andaluz de la Asociación de Escritores y Escritoras de Cine de Andalucía (Asecan) y con diversas nominaciones más a sus espaldas, La hija es la última película de Manuel Martín Cuenca, protagonizada por Javier Gutiérrez y Patricia López Arnaiz.
(Atención: Este análisis presupone que has visto «La hija» o que no te importa que te desvelen detalles del argumento. El texto contiene ‘spoilers’ de toda la trama de «La hija».)
No es habitual un largometraje que tengan como telón de fondo las preciosas sierras jienenses. Dice el director que “vio” a sus protagonistas en mitad de las Sierras de Cazorla y Segura. Se los imaginó en Jaén. Parajes no habituales en el cine ni en nuestras listas de destinos favoritos. “Jaén es un lugar desconocido hasta para los andaluces”, argumenta Martín Cuenca: es un terreno de fronteras, la tierra con más castillos de España, porque durante 200 años fue frontera entre el reino Nazarí de Granada y los reinos cristianos.
Tampoco es lo más frecuente en el cine que se logre mostrar bellamente y a veces de modo cruel (en las heladas por ejemplo) las cuatro estaciones de año y que, a su vez, esas estaciones correspondan en parte al profundo sentir de la intimidad de sus protagonistas. Continuando con este simbolismo puede observarse que el director ni da saltos en el argumento, ni narra hilado.
Hay un algo más premioso y es que simplemente, como la propia naturaleza va mostrándonos lo que pasa, lo que puede pasar. En la película, como en la vida se entretejen buenos deseos, maldades, circunstancias comprensivas y la misteriosa y sagrada realidad del alma humana. Por ello, Martín Cuenca ha confesado que el espacio y el tiempo son también protagonistas, que la geografía va antes que la historia y el paisaje es una especie de escenario dramático de lo que ocurre en el interior de los personajes.
Pasemos al argumento; como señala el título de la película, toda la trama de está relacionada con el nacimiento de una niña. Su madre, Irene, es una adolescente de dieciséis años, que se ha quedado embarazada; reside en un centro de menores para chicos marginados y desarraigados. Uno de los cuidadores, Javier, la protege y la ayuda a escapar, haciendo con ella un pacto que algunos críticos señalan como de “cristal” por su fragilidad y porque puede acabar hecho añicos (como en realidad sucederá).
Javier está casado con Adela, están enamorados y unidos, pero no pueden tener hijos; por ello, la condición que Javier le exige a Irene, y que ella acepta de buen grado, es ayudarle durante el embarazo y después quedarse el matrimonio con el bebé. Desean el hijo hasta la desesperación, sobre todo Adela, y lo que la naturaleza les ha privado, les llevará a sobrepasar los límites que haga falta para lograr su deseo.
Apena ver a Adela aparentando estar embarazada y a Javier mintiendo servilmente en diversas ocasiones tanto con sus palabras como con sus actos. Aún así, entre mentiras, ambos se complementan y están dispuestos a conseguir ese hijo (que será hija en este caso). Pero no es tan lineal la vida
Quizás a mitad del largometraje aparece el joven padre, que trata de dar con la fugada, pues acaba de salir de la cárcel de Osma. Ocasión aprovechada por la policía para dar con el paradero de Irene. Ocultarse cada uno no es lo más importante de esos momentos sino que la joven pareja descubre e interioriza el valor profundo, innegable, personal de la paternidad. Tiene la intuición de que la maternidad y la paternidad que les ha sobrevenido sin buscarlas son algo hermoso, y una oportunidad.
Precisamente porque el joven padre se ha escapado conlleva reforzar la búsqueda de la adolescente embarazada. El jefe de policía, amigo además de Javier, que tiene ese encargo de encontrarla, va con su equipo por los sitios más recónditos y por supuesto también investiga la casa de los padres frustrados que llegan a tiempo de hacer mil piruetas estrambóticas para no ser descubiertos.
Y destaca como Irene actúa sutilmente en sus diversas situaciones: adolescente soñadora; madre tierna y audaz hacia la hija engendrada: astuta y odiosa hacia sus protectores-manipuladores. Claramente a medida que el embarazo avanza, el instinto maternal de la menor se hace más fuerte y la actitud de venganza se desarrolla en límites inverosímiles.
Cabe destacar la vivienda del matrimonio donde tienen realmente secuestrada a Irene, es una casa aislada en medio de un paisaje árido de singular belleza y a su vez, gélida Para un pacto así tan frágil, es el escenario ideal, un lugar retirado, aislado donde la naturaleza casi se impone a la naturaleza humana.; prácticamente la localización principal de la película es esta gran casa de Javier y Adela, a la que es difícil acceder.
La película es sobria y contenida, incluso cuando aparece bruscamente la violencia. No hay espacio para los histerismos interpretativos. Sí asoman los deseos de amor mal entendidos por parte de todos: las veleidades inmaduras de los adolescentes, la crueldad del matrimonio en nombre del amor mal entendido, la frustración de la esterilidad de Adela, el afán de anteponer los propios deseos a los significados, los límites y los horizontes de cada vida humana.
El director muestra a lo largo de La hija su deseo de ahondar en el lado más oscuro de la naturaleza humana, que aflora en todo tipo de personas, también en las que parecen normales y corrientes. Y se facilita con el ritmo lento y contemplativo, donde no da al espectador las cosas mascadas, sino que le entrega piezas para que componga su puzle.
De hecho, se piensa que la ética y los grandes seres humanos normalmente en los grandes momentos de dificultad se elevan sobre la dificultad, trascienden su propio egoísmo, su propio deseo, su propio miedo y actúan éticamente. Pero por desgracia, no siempre ocurre así. Esto vemos en este film, autojustificaciones erradas siguiendo lo que le dicta la sociedad, la política, la convención, el miedo.
Desde estos supuestos nos dirá Martín Cuenca: “Yo creo que ellos son muchísimo más cercanos a cualquiera de nosotros de lo que parece y eso es lo que es perturbador en la película”. Hablando de la pareja de adolescentes, señala cómo la gente joven que está en estos centros de menores son pajaritos heridos, incomprendidos y en soledad por el desafecto de todo el mundo y de su propia familia”.
Estamos ante una película de fortalezas y debilidades que, le llevó a una espectadora a exclamar al salir del cine: “¡Qué bien he sufrido en esta película!”. El argumento, el paisaje y hasta los sonidos de viento y la nana compuesta por Vetusta Morla nos ofrecen unos importantes puntos de referencias para una reflexión real, dolorosa y también esperanzada.