No es fácil encontrar obras cinematográficas donde los personajes reflejen la bondad y la inocencia en estado casi puro. Cuando te las encuentras piensas en Capra inevitablemente. La prueba es que no hay Navidad en la que no oigamos hablar de la película Qué bello es vivir, por poner un ejemplo muy conocido por todos.
Jeanine Basinger, profesora de estudios cinematográficos, comenta que no es cierto que el cine de Capra sea sentimental y feliz. Son obras complicadas y están abiertas a la interpretación. ¿Populistas o intimistas? ¿alegres o tristes? Para algunos críticos las películas de Frank Capra son “una masa de contradicciones cabalgando un yo-yo” (Terry Curtis Fox). Es cierto. En su cine hay calidez, humor, sentimiento, exageración, falsificación, crueldad, amabilidad, pesimismo, optimismo, honestidad, deshonestidad… con final feliz, eso sí.
En la actualidad es difícil, aunque no imposible, encontrar este tipo de cine que permite vislumbrar el ideal de ser humano: personas capaces de rebelarse contra la presión de la masa, la presión social, la injusticia o la falta de ética de las instituciones. Seres cuya belleza irradia en la bondad inaudita de sus actos y en la aceptación de la vida tal y como les ha sido regalada.
A modo de ejemplo traigo a colación tres películas. Me han hecho reflexionar sobre esas cualidades humanas que permiten ver en cada persona algo fascinante, un hijo de Dios, como señala Capra en su libro autobiográfico. En estas tres obras cinematográficas se hace patente la ilusión de mostrar que, en todo rostro humano, puede percibirse algo sagrado y, en toda mirada, puede asomar una grandeza, tantas veces oculta en la monotonía de los días grises. Hay muchos rostros honestos y miradas sinceras en el séptimo arte y en especial en el cine de Capra que, como suele decirse, reconcilia con la humanidad. Personajes buenos, con alma, con la capacidad de trascender lo cotidiano, y de irradiar una sabiduría que es, a los ojos de los demás, como una locura.
Recordaba Capra un hecho relevante en su vida en el que un personaje desconocido fue a visitarle al hospital, donde estaba ingresado. Le dijo que era un cobarde por usar los talentos que Dios le había dado en beneficio propio en vez de usarlos en beneficio de la humanidad. Y dice textualmente en su autobiografía: “Supe entonces que hasta el día de mi muerte, hasta mi último débil talento, me vería comprometido al servicio del hombre”.
Al servicio del hombre están estas tres películas que invito a visionar. La primera corresponde al maestro Capra, las otras dos no lo son, pero poseen el toque del estilo “capriano”. Tres personajes inolvidables, interpretados por Gary Cooper, Edmund Gwenn y James Stewart, son tachados de locos y perseguidos por intereses económicos y materiales variados. Longfellow Deeds, Capitan Skiper y Theodore Honey, sugieren esa locura en modos de actuar que no son propios del mundo individualista, competitivo y materialista en el que se mueven y seguimos moviéndonos todos. En los tres casos se tilda de chiflados a los personajes contracorriente. En los tres casos hay un juicio formal sobre esa supuesta locura.
El secreto de vivir de 1936 de Frank Capra. Comedia social. Con Gary Cooper y Jean Arthur. Como señala el director en su autobiografía fue el primero de los films de orientación social y su primer gran éxito. A partir de él todas sus películas llevarían esta posesiva marca de fábrica: el nombre delante del título. Robert Riskin escribió el guion sobre la novela Opera Hat de Clarence Buddington. Su protagonista Longfellow Deeds es un hombre sencillo que toca la tuba y escribe poesías para las tarjetas de felicitación. Su personaje, acosado tras recibir una herencia inesperada, se convierte en emblemático. Nominada a cuatro Oscar, Capra consiguió el segundo al mejor director.
El caso 880 de 1950 de Edmund Goulding. Comedia policiaca. Con Burt Lancaster y Dorothy McGuire. Nominada al Oscar al mejor actor de reparto, recibió el globo de oro al mejor actor de reparto, Edmund Gwenn, que interpreta a Skiper. La historia de un falsificador perseguido durante años por el servicio secreto. El guion no podía ser de otro que de Robert Riskin, uno de los mejores escritores y fabulista en varias de las obras del mismo Capra (Sucedió una noche, Caballero sin espada y Juan Nadie).
Momentos de peligro de 1951 de Henry Koster, con James Stewart y Glynis Johns en los papeles protagonistas y con Marlene Dietrich y Jack Hawkins en papeles secundarios. Un drama aéreo en el que el protagonista, Theodore Honey, ingeniero aeronáutico, cree detectar un riesgo de fatiga en los materiales con el consiguiente peligro de accidente en un vuelo. El personaje de Stewart, como científico despistado, es un prodigio de interpretación. Basada en la novela de Nevil Shute de 1948, de corte catastrófico, está bien dirigido sin ser una de las mejores películas del director.
A mi modo de ver se trata de tres buenas películas, aunque muy distintas en argumento y factura. En la primera de ellas, Frank Capra nos da las claves para analizar las otras dos y poder afirmar que pertenecen a su escuela. Por estilo “capriano” entendemos aquel que se detiene en mostrar la bondad de la humanidad y nos invitan a abrazar al ser humano por la maravilla que puede llegar a ser. En este sentido el maestro ha dejado muchos discípulos dispuestos a insuflar humanidad en el cine.
En los tres casos podemos entrever el mensaje que intentó transmitir Capra al comentar la primera de las películas señaladas: “Un hombre sencillo y honesto, acorralado, puede, si lo desea, llegar hasta lo más profundo de sus recursos dados por Dios y surgir con todo el valor, ingenio y amor necesarios para triunfar sobre su entorno. Era el grito de rebeldía del individuo contra ser pisoteado hasta verse reducido a pulpa por la masa: la producción en masa, el pensamiento en masa, la educación en masa, la política en masa, la riqueza en masa, la conformidad en masa. Empezando por el secreto de vivir mis films tenían que decir algo” (Autobiografía. Frank Capra: el nombre delante del título. Página 207. T&B editores 2007).
Señala Basinger que debajo de cualquier mala interpretación superficial subyace una dura verdad, la verdad en la cual una fuerte personalidad se pone a prueba a sí misma. Parafraseando, se puede aplicar a sus personajes lo que de Frank Capra dijo John Ford: “hombres cálidos y maravillosos incapaces de comprometer su exigente sentido de lo bueno, lo hermoso y lo apropiado. El éxito no ha embotado su ingenio, su sabiduría o su compasión. Sí, hombres y mujeres de una pieza, que no se dejan llevar por el pánico, que entienden que la violencia solo puede producir cambios retrógrados y que no temen amar.”
“Quizá ahora más que nunca –decía Frank Capra tras Un gángster para un milagro–, el mundo necesita filmes que dramaticen la compasión”. Una compasión que recuerde a los confusos, ansiosos y furiosos corazones que la solución de este mundo está en sentirse parte de la misión de evolucionar hacia arriba a través de la hermandad, la piedad y la tolerancia.