Memorias del subsuelo o Apuntes del subsuelo fue publicada en 1864 y es considerada una de las obras clave en la literatura rusa. Son bastantes los críticos que señalan la influencia de esta obra de Dostoievski en el guion de Taxi Driver escrito en apenas dos semanas por Paul Schrader y adaptado al cine por Martin Scorsese.
Para el guionista fue una catarsis necesaria tras pasar por un momento oscuro en su vida personal y profesional hundiéndose en diversos pozos de la miseria humana. Es manifiesta la impresión de esta y otras lecturas como La nausea de Sartre o la influencia de algunas películas como Centauros del desierto(1956), de John Ford. Sin embargo, la obra de Dostoyevski parece impregnar de modo especial este film.
Sea como fuere Schrader logró un guion casi perfecto que llevó a una de las mejores películas de Scorsese. Tanto la obra literaria como la cinematográfica son un reflejo de esa corriente existencialistas señalada por Jean-Paul Sartre quien consideraba la novela del autor ruso precursora de esta corriente de pensamiento e inspiradora de su filosofía.
Dostoievski como alter ego de Schrader escribió su obra en circunstancias difíciles. El fallecimiento de su esposa y de su hermano, la clausura de sus publicaciones y su adicción al juego le llevó a graves alteraciones emocionales. Así los seres humanos que refleja en su obra son irracionales y desesperanzados. Una soledad crispante merodea alrededor de cada uno de ellos atrapados en un determinismo paralizante en sus vidas deshechas. Así es el anónimo protagonista de Memorias del subsuelo. Su espíritu de venganza le hunde más en su trágica existencia en la que imagina ofensas y agravios por doquier. Es un pobre hombre, infeliz y marginado. El realismo psicológico de Dostoievski es tal que no deja de asombrar al lector a pesar de los siglos transcurridos.
“Soy un hombre enfermo… Soy un hombre rabioso. No soy nada atractivo. Creo que estoy enfermo…” Así empieza la obra de Dostoievski… Y enfermo también está Travis, de la toxina de Vietnam, de la indiferencia de un entorno agresivo que cuanto menos le considera un ser invisible.
Recojo algunos análisis que me han parecido interesantes en torno a la obra de Scorsese y que conectan con la obra del extraordinario dramaturgo ruso.
El crítico Juan Carlos González comenta respecto a Travis Bickle (Robert de Niro) que, siendo un veterano de Vietnam, empieza a vivir una segunda guerra cada vez que sale por las noches con su taxi. Le aterra la locura urbana que vislumbra. “Sus pasajeros son seres marginales y sórdidos, escoria social, vampiros noctámbulos que buscan con avidez una presa. El conductor los mira entre aterrado y confundido, testigo mudo, a través de su espejo retrovisor. Travis refleja las frustraciones de un grupo de ciudadanos que se sentían no sólo alienados, sino incapaces de detener ese derrumbe colectivo”.
Efectivamente Travis, en su bunker de metal, se siente desesperadamente solo mientras transporta de un lugar a otro la más variada chusma de los barrios más oscuros de la ciudad. Siente necesidad de conversar y, en sus intentos, fracasa una y otra vez por lo que calla y observa a través de su retrovisor. Esos ojos gritan de horror y de impotencia, pero nadie parece querer escucharle.
En su búsqueda por establecer lazos de comunicación humana, siente de lleno el rechazo de una sociedad que desprecia su falta de cultura, la ausencia de habilidades sociales o su extrema sensibilidad. Su inadaptación se hace patente en la persona inalcanzable que es Betsy. Una fascinación que acaba en fracaso y humillación ante su incomprensión.
Esto le lleva a esa posición extrema que le convertirá al final en un inesperado héroe. La matanza que perpetra libera a Iris, pero era evitable, solo requería un poco de afecto, una mano solidaria, una persona amiga. Como señala el crítico antes mencionado, lo más triste es que existen muchos Travis rumiando su aislamiento y su falta de opciones mientras planean su venganza contra un mundo que les ha dado la espalda. Otros hay que, cultos tras lo anodino de cada día, miran con rabia a sus semejantes, culpa a los demás de sus propias desgracias o expresas sus descontentos en las redes de forma incendiaria. Esos hombres y mujeres necesitan nuestro interés y nuestra calidez. Con Taxi Driver, Martin Scorsese nos lo recuerda. Y lo hace de modo impactante. Observamos un paralelismo en el inicio de la segunda parte de Memorias del subsuelo:
“En aquellos tiempos tenía yo tan sólo veinticuatro años. Ya entonces mi vida era lúgubre, desordenada y salvajemente solitaria. No trataba con nadie, rehuía tener que hablar con alguien, y cada vez me metía más y más en mi rincón…”
Por su parte el crítico David García Gallardo considera que Taxi Driver es la mejor película de su director y una cinta clave en el cine de las últimas décadas. Confluyen varios talentos: Scorsese radiografiando las calles neoyorkinas de los 70, bien ayudado por la cruda fotografía de Michael Chapman; Schrader planteando a la audiencia el dilema moral de situarse al lado del (supuesto) loco; la romántica y apocalíptica banda sonora de Bernard Herrmann o la labor de sus actores, encabezados por un De Niro que pocas veces ha mostrado tanta desesperación.
David García señala acertadamente que Travis lleva a cabo una matanza porque cree que contribuirá a esa deseada limpieza de las calles de Nueva York, pero al final todo cambia para seguir igual. “Hay un chulo menos en las calles y una chica menos dedicada a la prostitución, devuelta a sus padres, pero Travis continúa conduciendo su taxi por las calles de Nueva York, sin emocionarse especialmente por el reencuentro con Betsy, que parece haber olvidado su desencuentro y lo mira con otros ojos. Pero él no hace mucho caso, ella forma parte del pasado y ahora Travis sigue observando el mundo, quizá dónde ejecutar su siguiente misión. Quizá ahí ha encontrado su lugar, su bendición y su condena”.
Por último, recoger el comentario de Norberto Alcover, crítico de cine emérito al que tuve ocasión de escuchar no hace mucho: “El film es una obra en la que una gran pasión humana, nada menos que la pasión por superar el dolor personal y colectivo, encuentra verosimilitud en ese taxi amarillo. Uno de tantos, pero del todo diferente. Paseante vengativo tras una derrota infame, intentando curase de unas heridas que jamás dejarán de sangrar”.
Muchas son las personas que viven en el fondo de su alma como Travis atrapadas en el sinsentido de una existencia, cuanto menos anodina, si no es autodestructiva. La pérdida de identidad, de orientación y de verdad lleva al ensimismamiento en medio de una sociedad egoísta y, en consecuencia, a una brutal soledad. Un desmoronamiento de los valores consecuencia de la falta de fe en uno mismo, en la humanidad y en Dios. El hombre se convierte en lobo para otros hombres, pero a la vez desea ser lo contrario. El protagonista de Memorias del subsuelo intentará también, como Travis con Iris, redimir a Liza, tras pasar una noche con ella. Casi lo conseguirá, pero no se dejará salvar él mismo. Al igual que Travis con Betsy, la dejará ir… En sus contradicciones internas, complejas y enfermizas casi pudo ver la luz:
“—¡No me dejan…! ¡No puedo ser… bueno! —apenas pude pronunciar; después, llegué hasta el sofá y boca abajo me derrumbé sobre él. Durante un cuarto de hora permanecí sollozando sumido en un completo histerismo. Liza me abrazó, quedándose como petrificada en el abrazo”.
Un amor que no acaba aceptando y que rechazará finalmente… Un amor que le faltó acoger también a Travis y rechazará al despedir a Betsy, con indiferencia, sin cobrar el importe del taxi que la lleva a casa.
Es la desesperanza en estado puro, bien descrita en el relato del autor ruso y reflejada en los ojos de Travis:
“Por aquel entonces ya llevaba el subsuelo en el alma… Ahora sobrevivo en mi rincón, burlándome a mí mismo con el inútil y malévolo consuelo de que un hombre inteligente no puede convertirse en otra cosa…”.
El realismo psicológico del autor ruso frente al realismo fílmico de Scorsese unidos en la preocupación por la condición humana: la justicia social, el libre albedrío, la capacidad de autorrealización hacia el bien o, por el contrario, la posibilidad del mal que degrada todo destello de humanidad.
Apenas quince años antes escribía Dostoiesvki Noches Blancas. Un relato corto cuyo final dice así: “¡Dios mío, todo un momento de felicidad! ¿Es eso demasiado poco para toda la vida de un hombre?”
Y es que como decía este virtuoso de la introspección psicológica; “El secreto de la existencia no consiste solamente en vivir, sino en saber para qué se vive.”