Se trata de la primera novela de Roland Perez llevada al cine por Ken Scott. En España, la han titulado Erase una vez mi madre título que no hace justicia al original pero centra la historia en esa madre coraje que salva lo insalvable hasta el absurdo.
El título original, Mi madre, Dios y Sylvie Vartan, hace referencia a las figuras centrales de la historia: la madre de Roland, su fe inmensa y su admiración por la cantante Sylvie Vartan, un icono de los años 60. Tres pilares que le permitieron salir adelante.
Trata, por tanto, de la historia real del abogado Roland Perez, nacido en 1963 con una malformación en el pie. A juicio de los médicos era imposible poder andar sin artefactos ortopédicos. Esther, su madre, decide que esto no va a suceder nunca y con una determinación fuera de toda lógica, acaba imponiendo su modo de ver las cosas enfrentándose a todo el mundo. La energía que destila, su capacidad comunicativa y sus diálogos chispeantes logran escenas al más puro estilo de las grandes comedias clásicas. Un cine popular que podemos calificar de inteligente por no caer nunca en excesos o caricaturas. La elegancia francesa en imagen.
La adaptación es fiel a la obra original por la que Roland Perez, su protagonista, recibió el premio literario Caballo Blanco en 2022. Más de millón y medio de espectadores han aplaudido esta película en Francia. No es para menos. Basta un poco de sensibilidad para descubrir los valores cotidianos y realzar lo extraordinario que en ellos se esconde: los lazos familiares o de amistad, la enfermedad, la muerte o las complejidades sencillas de lo humano llenan cada uno de los fotogramas en una mezcla acompasada de comedia y drama.
En palabras del director: «La novela tenía todo lo que me interesa en una historia: tenía drama, comedia, mucha humanidad, personajes fantásticos, grandes temas… Aprecio especialmente las historias en las que los elementos humorísticos no están superpuestos sino que proceden del mismo lugar que el drama, como ocurría en el libro de Perez. Eso nos permitía extraer buena comedia de la tensión que generaba la propia historia, que nace de una situación muy seria«.
He disfrutado con este bonita, sugerente y emotiva película en la que, a parte de sus posibles fallos de ritmo en el guion, los intérpretes están magníficos, la música envuelve y la fotografía, en primeros planos, te atrapa en un crescendo de empatía por todos y cada uno de los personajes. Cómo decía Ford del cine, la cámara fotografía personas hasta el punto de llegar al fondo de sus almas. Un grato descubrimiento en el cine actual, una pequeña joya de la gran pantalla que no dejará indiferente a nadie.
Pienso que es una película llena de ternura porque nos obliga a centrar la mirada en el ser humano abarcando todas sus dimensiones. En este sentido se convierte en una estupenda obra destinada a ser recordada toda la vida porque conjugar la risa y el llanto en un relato autobiográfico, tan rico en matices, es hilar muy fino en el séptimo arte. Recuerda a La vida es bella en esta capacidad de absorber al espectador y lanzarlo a un carrusel de emociones con dinamismos distintos en la primera y en la segunda parte.
Leïla Bekhti y Jonathan Cohen son los protagonistas sobre los que pivota la cinta. Ella es el hilo conductor y está magnífica en las distintas etapas de la vida por las que pasa en ese resumen de varias décadas en que se focaliza la película. Su interpretación de madre-coraje borda la excelencia. Tiene mucha luz. Se entiende el subtítulo humorístico con el que se anuncia esta película: «Como Dios no puede estar en todas partes tuvo que inventar a las madres». Conjuga ternura y cariño con posesión e invasión. Quiere evitar a toda costa una vida de sufrimiento a su hijo discapacitado y da todo de ella misma tanto sus virtudes como sus defectos. Así pues, la primera parte es un coctel de música, color y energía propia de la época optimista de los 60 mientras que la segunda parte, más sosegada e intimista invita a la reflexión. Nos ofrece dos películas en una, unidas por la emocionante figura materna siempre presente. Dos estilos distintos para dos momentos de la vida diferentes.
Roland Pérez acabó siendo un abogado de éxito y escribió su vida en relación a su madre y a la cantante Sylvie Vartan con cuyas canciones pasaba las horas cuando no podía ir al colegio. Siendo su abogado ya en la vida adulta.
En una entrevista al director comentaba que solo después de la muerte de su madre Roland empezó a hablar de la relación con ella y con su propia discapacidad. «Ese silencio es algo muy interesante -comenta Ken Scott-. La madre de Roland nunca quiso admitir que su hijo tenía una discapacidad, y por eso ellos dejaron ese asunto fuera de sus conversaciones y de sus vidas. Era algo que no existía. De algún modo, él fue programado desde pequeño para negar esa realidad y acabó siendo prisionero de la mentira que su madre había construido para él con toda la buena intención. Cuando llegó a ser abogado, y después amigo, de Sylvie Vartan, le ocultó la importancia que ella había tenido en su vida cuando era un niño. Simplemente, no quería hablar de ello«.
Las relaciones complejas a nivel de familia o de educación, la sobreprotección y la capacidad de negar lo evidente en situaciones dramáticas son temas de calado que se tratan inteligentemente. Las dificultades psicológicas que supone la ausencia de la madre o del padre en la infancia son tratadas con delicadeza. La perfección no existe en el ser humano pero la vulnerabilidad aparece más rodeada de bondad si cabe.
Como señalaba en dicha entrevista Ken Scott, la madre es un prodigio de tenacidad, abnegación y amor aunque, a medida que el hijo se hace adulto, acaba resultando también controladora, desmesurada y hasta embarazosa. «No quería que el personaje fuera una especie de ángel que salva a su hijo, porque no se trataba de eso -señala el director-. Es una mujer con muchas virtudes que al mismo tiempo puede resultar difícil, que no siempre actúa como debería y que en ocasiones avergüenza a su hijo«. Y que genera dependencia. «Claro. ¿Cómo cortas lazos con alguien que lo ha dado todo por ti? Es imposible«.
Scott considera que ese cuadro completo es el que hace «tan conmovedor» al personaje y el que favorece la conexión emocional con el público. «Creo que mucha gente reconoce a sus madres también en sus defectos, en sus imperfecciones«, asegura, y añade que en todas las presentaciones que han hecho del filme siempre ha habido al menos un espectador que se le ha acercado al final de la proyección para decirle: «Después de ver la película, lo primero que quiero hacer es llamar a mi madre«.
Un tema interesante que puede pasarse por algo es el enorme poder curativo de la belleza, de todo arte. En este caso es la música de la emblemática Sylvie Vartan. Toda la familia establece una conexión especial con su arte. Gracias a ella el pequeño aprende a respetar la terapia con paciencia e incluso se interesa por la lectura a través de las letras de sus canciones. La presencia de la mítica cantante en el film refuerza el punto emocional del conjunto. Según dijo Scott, la cantante quiso estar en el proyecto desde el principio, «por su amistad y cercanía a Roland Perez, y por su interés por actuar. Su presencia en el set de rodaje hacía que subiera el entusiasmo en todo el equipo». Además, parece ser que Sylvie ofreció su concierto de despedida poco antes del estreno de la película en Francia.
En este sentido puede decirse también que es un film lleno de belleza, que impacta y deja huella porque permite reflejarnos en aquello que nos muestra y por tanto analizar los propios sentimientos en torno a los temas que se nos proponen.
El cine francés está siendo cada vez más antorcha para iluminar aspectos de la vida que tienen un valor extraordinario para la supervivencia y la felicidad humana en este caso sobre todo familia, maternidad y discapacidad. Y lo hace con un ritmo y una composición actoral atrayente, mesurada y admirable a la vez.
La sala de los cines Lys estaba llena. La Fundación Viktor Frankl organizaba el preestreno de la película a beneficio de la Asociación. Muchos de los temas tratados en la película son dramas que involucran a los voluntarios de la organización desde hace más de una década.
Cuando aparecieron los títulos de crédito al final de la proyección, con los distintos temas musicales, el público no se levantó de las butacas. Tras un breve silencio de expectación estallaron en un gran aplauso. Resultaba difícil abandonar a esa familia judía sefardí con la que habíamos vivido casi 50 años de sus vidas en un resumen de hora y media. Ya formábamos parte de ella sin duda. Los asistentes, amigos y conocidos de la obra de Frankl, podíamos recordar el mensaje esencial del maestro: cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos.
¡Una pequeña gran película!