El mejor cine que asiste a las aulas
En este artículo de Julio Rodriguez Chico, a raíz del estreno de “La clase”, se presenta una selección de cintas que decidieron introducirse en el aula para recibir una lección de cine y algo más.
[Julio Rodríguez Chico. La mirada de Ulises]
12 de abril de 2009.- El reciente estreno de “La clase” –quizá la mejor película del año– nos anima a hacer nuestra selección de cintas que decidieron introducirse en el aula para recibir una lección de cine y algo más. En la mencionada película de Laurent Cantet asistíamos a un instituto conflictivo de un distrito parisino con fuerte presencia de inmigrantes: alguna subtrama nos permitía ver la problemática adolescente y la política educativa vigente, con un profesor que desea creer en el individuo y sacar lo mejor de cada uno. Una factura a medio camino entre lo documental y lo dramatizado servía para capturar las tensiones interiores y las reacciones incontroladas de una clase, para tomar el pulso a una sociedad que se reflejaba en esas cuatro paredes, para debatir sobre ideas importantes al salir del cine.
Seguimos en Francia para recordar otra película que obtuvo gran éxito entre la crítica y también en la taquilla, más aún tratándose de un documental: “Ser y tener”, de Nicolas Philibert, que se presenta como la intromisión de la cámara en el territorio virginal de una escuela rural, donde un maestro enseña de todo a niños de diferentes edades: allí descubrimos la inocencia de unos indefensos alumnos, a través de los que también podemos contemplar las grietas de una sociedad desorientada, y los esfuerzos por comunicarse y superar las dificultades de la misma vida. Si algo tienen en común ambas películas es que estamos ante un homenaje al maestro y profesor, y también un reclamo a educar en valores humanos de respeto y solidaridad en la convivencia, con una puesta en escena fresca y llena de naturalidad.
La preocupación francesa por el mundo de la educación había quedado patente en “Hoy empieza todo”, donde Bertrand Tavernier se acerca de nuevo a la escuela infantil pero para hacer una crítica a la desidia e inoperancia de las autoridades públicas, así como para reclamar la implicación de los padres en la enseñanza; o en el acercamiento de François Truffaut en “El pequeño salvaje” a la teoría roussoniana. En un entorno en que la escuela era lugar para la enseñanza y también centro de acogida se movían la premiada “Los chicos del coro” de Christophe Barratier –la música era sin duda lo mejor de una cinta algo empalagosa, pero entrañable– y la clásica “Adiós, muchachos” de Louis Malle, una historia de amistad con la cuestión judía de por medio; dos miradas humanas desde el recuerdo de quien estuvo en el internado, con algún interno díscolo y expulsado, y unos buenos maestros que ven personas en esos niños abandonados.
Cruzando el charco, Estados Unidos nos dejó la mítica “Rebelión en las aulas”, punto de referencia obligado al tratar la cuestión, como hace poco pudimos ver en “Diarios de la calle”. Con Sidney Poitier como profesor que tiene que convertirse en líder que se gane la confianza del alumnado sin perder la autoridad, de nuevo con la adolescencia y el racismo se levantaban como coordenadas narrativas de la película. Un ambiente más duro, por ser más realista y por basarse en la triste realidad de la masacre del instituto de Columbine, la retrató Gus Van Sant en “Elephant”: estremecedora preparación del asalto a golpe de piano y de “Para Elisa”, desasosegante paseo por los pasillos del instituto a la caza de cualquier cosa que se mueva, triste panorama familiar –por inexistente– de unos adolescentes que no se entienden a sí mismos ni al mundo que les rodea; una gran película y una mirada sin concesiones, que trasciende el penoso hecho puntual que recoge, ya penoso en sí mismo. Más convencional y “tramposa” –aunque el profesor Robin Williams se las dé de innovador y “rompe manuales”– es “El club de los poetas muertos”, sugerente y atractiva aproximación al romanticismo de la adolescencia que echa mano de tópicos mal interpretados como ese del “carpe diem”.
Podríamos seguir… porque la escuela siempre ha sido un reclamo para el cine, pero aquí solo pretendíamos extraer algunos títulos especialmente atractivos o interesantes. Por eso, para terminar añadiremos dos venidos del Oriente: la china “Ni uno menos” de Zhang Yimou, donde preciosismo y emoción no están reñidos con la sencillez narrativa y donde la humanidad –y tozudez– de una maestra ocasional solo es comparable a la inocencia de sus alumnos; y la iraní “¿Dónde está la casa de mi amigo?” del maestro Abbas Kiarostami, minimalismo narrativo y desnudez de puesta en escena para mirar los pequeños detalles de la vida ordinaria y poder así penetrar en el alma de sus jóvenes protagonistas.
Para quienes hayan echado en falta un ejemplo del cine español que entra en el aula, les ofrezco una propina que estuvo nominada a los últimos Goya en la categoría de cortometrajes: “La clase” de Beatriz M. Sanchís, un meritorio y sencillo trabajo en torno al teatro escolar con unos niños que aprenden a disfrutar mientras se esfuerzan por superar sus evidentes carencias como actores, con imágenes de los ensayos alternados con entrevistas que se hacen unos a otros. Como es fácil que el lector no haya podido verlo, lo ofrecemos en este enlace a su productora, esperando que sea del gusto de todos.