[ José Manuel López – Cinemanet]
La cuestión del adoctrinamiento en el cine merece una reflexión, especialmente a partir de ciertas críticas en torno al último título de Jason Reitman, «Up in the Air».
Hace un par de días leo una crítica sobre la última película de Jason Reitman en la que el autor señala como defecto importante el intento de adoctrinamiento al público, y se disparan mis alarmas. No sabía que el cine -tras Pudovkin, Vertov y Goebbels– aún disponía de la capacidad de adoctrinar a la masa. Sorpresas que se lleva uno.
La película en cuestión es Up in the air y está protagonizada por el carismático George Clooney, que se pone en la piel de Ryan Bingham, un tipo que se gana la vida despidiendo a personas por todo el país. Una brillante carrera profesional pagada a plazos (a porciones) a costa de su vida personal, para terminar por descubrir -demasiado tarde, según vemos en el film- que un hombre no lo es tanto si echa a caminar con una mochila vacía. Perdónenme, pero no deja de sonar en mi cabeza la palabra adoctrinamiento. Yo, al igual que Pablo Castrillo, también tuve un profesor universitario que nos hablaba del punto de vista del autor, del texto y del subtexto, de lo que es necesario decir y lo que simplemente hay que mostrar para la reflexión del espectador. Un discurso sustentado en el género de ficción audiovisual -a no ser que se trate de un documental Moore, que también-, siempre chirría, resulta obsceno y es vapuleado con diligencia. Irónico es, al fin y al cabo, que las voces que ahora se escuchan en cada esquina no hubiesen despertado con sus cantares en obras de menor calibre, más simplonas y partidistas como Camino. Fíjense, eso no me sorprende tanto.
Ahora resulta que debo mantener la calma y ponerme el casco cuando me siente a ver películas como Up in the air. No vaya a ser que, Dios no lo quiera, se cuelen de pronto un par de ideas sobre la vida lograda que puedan poner en mi peligro mi ideal de vivir en la más absoluta indigencia social. Faltaría más, oye. Propongo que echemos a andar todos por el mismo camino, pero con nuestros zurrones repletos de nuestra propia simpleza. Y si de pronto sienten que la soledad pesa más que cualquiera de las cosas que optaron por abandonar, no piensen: ustedes sigan andando. Que todos los caminos llevan a Roma y ésta no se construyó en un día. El lector puede pensar, con razón, que el subjetivismo de quien firma campa a sus anchas por entre las líneas. Vaya, sin darme cuenta yo mismo he caído en el adoctrinamiento. Es una pena que de lo que estemos hablando, como medio hacia un fin, sea del cine y no de la última colección de cocina de Ikea.
Porque el cine, no nos engañemos, adoctrina, publicita, conforma e incluso esclaviza. No existe una sola película en la historia del Séptimo Arte que carezca de mensaje o llegue a nuestras pantallas huérfana de tema alguno. El cinematógrafo tiene esa cualidad poderosísima de hacernos mejores o peores, a través de su intrínseca característica social (intrínseca desde su misma concepción como arte colectivo). Nos adoctrina social e individualmente, de la misma forma que nos vende a la publicidad, nos compra junto al folleto progre del momento y nos examina, día tras día, aprovechando la ínfima capacidad de la masa para pensar por sí misma. Reitman lo sabe, y también James Cameron. ¿Siguen pensando que Avatar es un cuento de hadas tan puro como el espíritu de los habitantes de Pandora? Les pido que miren más allá del bochornoso guión, de la espectacularidad visual y de los millones recaudados porque, tras ese monstruo cinematográfico, ya se estaba gestando un adoctrinamiento. Llámenlo panteísmo, paganismo o revolución cultural. Tenga el nombre que tenga, ha llegado poco a poco a millones de personas, con sigilo, mostrando en primer lugar el dedo (qué bonito es el mundo Navi y qué bien se ve en tres dimensiones) para más tarde dirigir nuestra vista a un cielo que seguramente esté construido sobre andamios oxidados.
El cine es un organismo vivo, y tan grave es el error de subestimarlo como de interpretarlo sin conocimiento de causa. Así que si tienen la oportunidad de dejarse adoctrinar por una buena obra, no pierdan la oportunidad. En Up in the air el director canadiense nos muestra la vida de un hombre que ha elegido caminar solo. El adoctrinamiento que leí en la crítica, se refería sin duda a las conferencias en las que Ryan Bingham explicaba lo maravillosa que es una vida sin responsabilidades más allá de uno mismo (¿Realmente creen en una vida así?) La historia transcurre y si bien es cierto que se llega incluso a ridiculizar el estilo de vida del protagonista (las fotografías junto al retrato de cartón piedra de su hermana y cuñado) y éste termina por recoger lo sembrado, ambas situaciones son perfectamente comprensibles y lógicas dentro del relato. ¿Qué pretende transmitirnos la película? ¿Los resultados del universalmente deshumanizado Carpe Diem? Juzguen, pero no se equivoquen: al encender la televisión, abrir un periódico, o escoger la marca de cereales para el desayuno ya están siendo adoctrinados. Imagínense, pues, lo que el cine es capaz de hacer.
Aún con todo, y a modo de resumen, existen dos tipos de adoctrinamientos. El subterráneo (véase, Avatar) y el explícito, como puede ser en la película de la que vengo hablando. Y resultando más peligroso el primero, por más inteligente e intelectual, ambos son veraces. Y en este caso, también ambos se enmascaran en dos buenas películas. Y hasta parece que las lecciones que recibimos de los Ometicaya de la mano de Cameron parecen brotar de la misma raíz que las acogidas de Up in the air.
Finalmente, les recomiendo lo dicho: no piensen ni escuchen. Manténganse firmes ante cualquier intento de mejorar sus vidas, y a consejo regalado mírenle hasta la horma del zapato. Piensen que el cine es al fin y al cabo un juguete, y como tal, no supone ninguna amenaza ni resulta muchas veces fruto de un conjunto de intereses. Y, en este sentido, ni se les ocurra disfrutar de la excepcional Good night, and good luck –también con Clooney en el reparto y guión- porque puede que descubran que hay quienes ya lucharon contra todo esto. Contra el politiquismo, la mentira, la cultura sesgada y burda, contra los contenidos mediocres. ¡Y peor! Puede que lleguen a admirar conceptos como la verdad por encima de uno mismo, la conciencia y el deber… Y si, por lo que sea, vuelven a visualizarla, escuchen las palabras del alto ejecutivo de la cadena: «La gente quiere divertirse, no una lección cívica.»