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Dirección: Wayne Wang. Países: USA y Japón. Año:> 2007. Duración: 77 min. Género: Drama. Interpretación: Ling Li (Sasha), Brian Danforth (Boshen), Pamelyn Chee (X), Patrice Binaisa (James). Guión: Michael Ray; basado en un relato de Yiyun Li. Producción: Yukie Kito y Donald Young. Música: Kent Sparling. Fotografía: Richard Wong. Montaje: Deirdre Slevin. Dirección artística: Amy Chan. Estreno en España: 20 Junio 2008. |
SINOPSIS
«The princess of Nebraska» narra veinticuatro horas en la vida de Sasha, una joven estudiante china de la Universidad de Nebraska, embarazada de cuatro meses tras una fugaz aventura en Pekín, que llega a San Francisco con la intención de abortar. Estados Unidos descubre a Sasha un amplio abanico de opciones que hacen que reconsidere su decisión.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín, La Gaceta]
Muy poco antes de rodar Mil años de oración ?con la que triunfó en el Festival de San Sebastián 2007?, el veterano cineasta chino-americano Wayne Wang (El Club de la Buena Estrella, Smoke) adaptó La princesa de Nebraska, otro relato de la escritora china Yiyun Li. En ella, Wang indaga de nuevo en el choque entre lo antiguo y lo moderno, lo oriental y lo occidental, a través del drama de Sasha, una joven y desconcertada estudiante china de la Universidad de Nebraska, embarazada de cuatro meses tras una aventura fugaz en Pekín con un chapero. Fascinada por la limitada visión del mundo que le ofrece la cámara de vídeo de su móvil, Sasha llega a San Francisco con la intención de vender a su hijo o abortar. Pero sus encuentros con un amigo homosexual, una prostituta, algunos clientes de ésta y una ginecóloga le llevarán a replantearse su decisión.
Más pesimista y ambigua que Mil años de oración, y con muchos menos contrapuntos de humor, La princesa de Nebraska ofrece, como aquélla, una lúcida reflexión sobre la perplejidad de los jóvenes actuales, en China, Estados Unidos y todo el mundo. Unos jóvenes que deben enfrentarse a desafíos morales tan peliagudos como el aborto, la homosexualidad y el lesbianismo, la obsesión por el éxito o el hedonismo materialista sin ningún salvavidas al que agarrarse, ni ético, ni familiar, ni religioso.
En este sentido, la película no es nada cómoda de ver pues, aunque Wang intenta ser respetuoso con el espectador, no disimula la terrible vacuidad y sordidez de las vidas de sus personajes, enfrentados sin recursos a un verdadero muro de hormigón, como describe el poderoso epílogo onírico.
Todo esto lo encarna con frescura casi documental un espléndido grupo de no actores ?entre los que destaca la jovencísima Ling Li?, y lo retrata Wang a través de una nerviosa puesta en escena, en vídeo digital, a menudo cámara en mano, llena de encuadres sugerentes y con un montaje minimalista y elíptico, de elogiable economía narrativa. Sobresale, en este sentido, el plano de la patética mirada de la protagonista a la ecografía fuera de campo del niño que lleva dentro, subrayado con la preciosa canción Hope There?s Someone, de Antony and Johnsons. En cualquier caso, esta película confirma plenamente la recuperación de Wayne Wang, cuyo talento se había diluido últimamente en producciones comerciales de dudoso interés.
La película comienza con la llegada de Shasa al aeropuerto de San Francisco, una joven china dispuesta a abortar a su bebé de cuatro meses. Shasa estudia en la Universidad de Nebraska y su embarazo no es bien recibido por nadie de su entorno. El padre del bebé es un atractivo joven que se prostituye por las calles de Pekín y no es capaz de asumir ninguna responsabilidad. Las 24 horas en las que transcurre la película le servirán a Shasa para valorar si quiere llegar hasta el final, o si por el contrario decide seguir adelante con su embarazo.
El director Wayne Wang, oriundo de Hong Kong, pero afincado desde hace años en EEUU, se ha convertido en una de las figuras imprescindibles en el panorama del cine independiente norteamericano. Alternando grandes producciones de estudio como El club de la buena estrella, con pequeñas joyas «indis» como Smoke o Blue in the Face, el realizador nos presenta una filmografía repleta de poesía y metáforas de la cultura occidental, a través de unos personajes que se permiten el lujo de pararse a reflexionar sobre su trayectoria vital.
Con La princesa de Nebraska, Wang hace algo parecido. Sasha representa de alguna forma a la nueva generación de chinos menos retraídos, más lanzados y desenvueltos en la cultura occidental que, poco a poco les va imponiendo modos y maneras ajenos. De todo esto se desprende la enorme perplejidad del rostro de la actriz a lo largo de la cinta. Ella parece no comprender porque tiene que abortar a su hijo cuando en el fondo quiere tenerlo. Resulta curiosa la comparación. En China la política del hijo único obliga a abortar a niñas; en Occidente la política del consumismo «obliga» a quiénes no están a la altura de las expectativas económicas, a abortar tanto a niñas como a niños ¿Qué es más tirano?
Durante las horas previas a la cita «clínica» la joven recorre las calles de San Francisco en busca de alguien que se atreva a frenarla, que le de un poco de calor humano, y un sentido a su situación. Pero ella sigue buscando en lugares y corazones equivocados. Esto da lugar a pasajes en los que los diálogos sobre sexo resultan descarnados y la ambigüedad impera. Por todo ello a la protagonista se le impone la soledad como una losa, que le incapacita para tomar ninguna decisión.
Ahondando en el tema de la soledad, el realizador plantea otra metáfora curiosa. El único modo de comunicarse de la protagonista con el padre de su hijo, de quién está profundamente enamorada, es a través de los escuetos e imprecisos mensajes de móviles En un mundo dominado por las telecomunicaciones, este hecho resulta paradójico.
En fin nos encontramos ante una película difícil, no apta para un público muy generalizado, pero nada complaciente ni con el aborto, ni con la frivolización de las relaciones sexuales. En este terreno cabe destacar una magnífica secuencia (clave para el desenlace final). En ella la protagonista tiene la oportunidad de ver una ecografía de su bebé. El rostro de la actriz dice todo sobre la realidad del aborto.
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