[Guillermo Callejo. Colaborador de Cinemanet]
Creo que, como viene siendo costumbre, un modo eficaz de abordar este tema es aludiendo a un puñado de películas representativas, distinguiéndolas, antes de nada, por su género cinematográfico. Eso quizá refuerce e ilustre la idea de que sin un gran comienzo todo filme está destinado al fracaso. Más aún, pienso que ninguna obra esencialmente buena desperdicia o ningunea los primeros fotogramas, porque hacerlo equivale a firmar su sentencia de muerte como obra de calidad.
–Drama: a este género le caracteriza la intensidad emocional de la historia. Por eso, desde el principio se van preparando los elementos humanos que desencadenarán los conflictos. Se apuesta mucho por la interpretación de los protagonistas y por perfilar bien la personalidad y circunstancias que los rodean. Los puentes de Madison, sin ir más lejos, constituye un ejemplo indiscutible. No es que “pase” mucho en la historia, pero a partir de los primeros planos hay un claro énfasis –muy logrado, por cierto- en los dos personajes principales, Meryl Streep y Clint Eastwood. Lo mismo ocurre con El abuelo, por acudir a un caso español, donde Fernando Fernán Gómez y Cayetana Guillén Cuervo, ayudados por la pericia de Garci y Benito Pérez Galdós, sostienen la obra desde el principio con unas interpretaciones espléndidas y que despiertan la curiosidad a cualquiera.
–Acción, thriller o aventuras: poseen los inicios más trepidantes. La Jungla de Cristal (I, II, III o IV, no importa), Gladiator, Transporter (I, II o III), La Roca, Arma Letal, Con Air, Broken Arrow, Armageddon, Collateral, Minority Report, Equilibrium, Diamante de sangre… y una lista interminable de películas dan fe de la importancia de atrapar al público presentando una amenaza inminente a la que es preciso poner fin cuanto antes.
–Bélicas: los comienzos suelen recurrir al mismo método que los filmes de acción. Una secuencia que pasará a la historia es sin duda la fantástica incursión de las tropas norteamericanas en Normandía que rodó Spielberg en Salvar al soldado Ryan. También generan mucha expectación los líos nucleares que se organizan a bordo de un submarino al poco de comenzar La caza del Octubre Rojo y Marea roja
–Suspense: a este tipo de largometrajes le gusta presentar la intriga sin desvelarla del todo. Tan sólo muestra lo imprescindible para suscitar el interés y las dudas. Hitchcock fue el gran maestro en este arte, como queda reflejado en Crimen perfecto, La soga o Con la muerte en los talones. Por no mencionar Psicosis, la obra del suspense por antonomasia. Scorsese también lo ha logrado con El cabo del miedo, entre otras: 15 ó 20 minutos bastan para quedarse en la silla/butaca durante el resto del largometraje. Y, más recientemente, Shyamalan se empleó a fondo para crear una atmósfera inquietante y enigmática en El sexto sentido ya desde los mismísimos créditos.
–Comedias o románticas: en ellas resulta fundamental que en los minutos iniciales quede claro el tono general de la película. Porque Mejor imposible es una comedia, sí, pero bien distinta de My Fair Lady, Sabrina y sus amores, ¿Qué me pasa doctor? o Cyrano de Bergerac desde el principio. Todas ellas dan el pistoletazo de salida a su manera, y justamente por eso cada una es genial a su manera y se queda en la memoria de quienes la ven.
Por supuesto, quedan por mencionar varios géneros más, como el western, la ciencia ficción, el cine negro, el de terror o los musicales, pero prefiero no alargarme en exceso para no aburrir, así que lo dejaremos para otra ocasión. El hecho, en fin, es que todos ellos, a su manera, deben intentar –según unos parámetros más o menos instaurados- que su audiencia ni siquiera pestañee.
El cine es como los libros: arte y ficción, lo cual no significa inverosimilitud. Y al igual que ocurre con los libros, que cuando nos aburren durante sus 30 primeras páginas los abandonamos –o eso deberíamos hacer-, una película que no nos atrae en sus 20 minutos iniciales no merece, con toda probabilidad, nuestra atención ni nuestro tiempo.
Por supuesto, habrá quien piense que exagero. Pero todo director y todo jefe de edición sabe que en el modo en que abre su historia radica buena parte de la fidelidad de su audiencia. En las series ocurre algo análogo. De ahí el llamado “episodio piloto”: el primero que ve la audiencia y, en consecuencia, la prueba de fuego para el futuro de esa serie. Hay que poner la carne en el asador desde el principio. Causar una buena impresión. Apelar al extraño y hacerle entender que su producto es único y sumamente valioso.
En las obras de teatro, en las óperas, en los grandes clásicos de la literatura, en toda historia atractiva elaborada por el hombre, resulta fundamental que el lector o el espectador sienta que vale la pena invertir una, dos o tres horas en ella. Así que nunca ignoremos este punto cuando nos sentemos frente a una pantalla o ante un escenario.