SINOPSIS
En un mundo mejor la protagonizan dos niños y sus respectivas familias. Elias es un chico acosado por sus compañeros en el colegio, hasta que recibe la ayuda inesperada de Christian, otro chico, recién llegado a Dinamarca para vivir con su progenitor, pues su madre ha muerto de cáncer. Christian amenaza con un cuchillo al cabecilla de los matones de la clase para que deje en paz a Elias. Poco después, el padre de este último, Anton, un médico comprometido que ejerce en el Tercer Mundo, viene de visita y se ve agredido por un energúmeno delante de los chicos, aunque él opta por ignorarle y no pelear. Elias, y en mayor medida Christian, no acaban de entender la postura del médico, lo que está a punto de desencadenar una gran tragedia.
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CRÍTICAS
[José M. García Pelegrín. Colaborador de CinemaNet]
En sus anteriores trabajos conjuntos Hermanos (2004) y Después de la boda (2006), el guionista Anders Thomas Jensen y la directora Susanne Bier modelaron caracteres marcados por el destino a la búsqueda de la redención de su pasado. Después de su primer filme en Estados Unidos, «Cosas que perdimos en el fuego» (2007), en el que ahondaba en cuestiones de profundo calado como la soledad, la culpa y el perdón, Susanne Bier vuelve a Dinamarca y lleva nuevamente a la gran pantalla un guión de Jensen: En un mundo mejor (su título original Haevnen significa «venganza») fue premiada con el Oscar y el Golden Globe a la mejor película en lengua no inglesa.
Elias (Markus Rygaard), un muchacho de 12 años, sufre los continuos ataques de Sofus, un chico de su misma escuela, pero mayor y más fuerte que él. Como los profesores prefieren mirar para otro lado, la situación solo cambia cuando un nuevo compañero de Elias, Christian (William Jöhnk Nielsen), se toma la justicia por su mano y golpea violentamente a Sofus, a quien también amenaza con un cuchillo de caza. La violencia genera violencia, al menos en el caso de un muchacho que, tras la muerte de su madre, siente ira por todo el mundo en general y por su padre Claus (Ulrich Thomsen) en particular. El distanciamiento de Christian de su padre, perplejo ante el desarrollo de su hijo, encuentra un paralelismo en el padre de Elias: Anton (Mikael Persbrandt) está casi siempre ausente porque trabaja como médico en un campo de refugiados de África, donde un señor de la guerra conocido como «Big Man» aterroriza a la población. Además, su mujer Marianne (Trine Dyrholm) se siente incapaz de reconciliarse con él tras haberla engañado éste, y ha solicitado la separación.
En un mundo mejor presenta figuras de gran riqueza de matices para tratar cuestiones como la violencia, la culpa y la venganza, la justicia y el perdón: Anton intenta enseñar a su hijo que la violencia no conduce a nada; cuando es abofeteado por un desconocido, no se defiende, lo que impulsa a Elias y Christian a querer vengarse. Pero también él se topará con los límites de sus principios morales cuando, de nuevo en África, «Big Man» solicite su ayuda y sus compañeros africanos se nieguen a atenderlo. Contrastando los suaves colores del verano danés con los cálidos e intensos tonos del paisaje africano que plasma la cámara de Morten Söborg, el guión y la realización —a pesar de rozar en algún momento el melodrama— consiguen engarzar en un todo orgánico, gracias también a las excelentes interpretaciones, dos tramas que se desarrollan en dos continentes, así como sus diferentes temas, todos ellos universales y de gran profundidad moral.
CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín. COPE]
Apadrinada por Lars Von Trier y su Zentropa Films —con la que ha producido todas sus películas—, la danesa Susanne Bier se ha convertido en una de las voces más poderosas y profundas del cine contemporáneo. Se dio a conocer con dos películas notables: Te quiero para siempre (2002) —realizada según los postulados ultranaturalistas del Movimiento Dogma 95— y Hermanos (2004), que ha sido objeto de un reciente remake, dirigido por Jim Sheridan. Y después, Bier se consolidó con dos verdaderas obras maestras: Después de la boda (2006) —candidata al Oscar 2006 al mejor filme en lengua no inglesa— y Cosas que perdimos en el fuego (2007), su primer trabajo en Estados Unidos, producido por Sam Mendes. En todas ellas, Bier afronta, con una fuerza y una hondura inusitadas, temas de gran calado, como la unidad familiar, el sentido del sufrimiento, el valor la caridad, el desafío de la libertad, la lucha de la razón para dominar los instintos, la ayuda de la providencia… En su nueva película, En un mundo perfecto —Oscar 2011 al mejor filme en lengua no inglesa—, sigue profundizando en esos temas al tiempo que afronta específicamente las raíces de la violencia en el mundo actual y la creciente dificultad para hacer valer ante ella una cultura de la paz y la caridad.
Anton (Mikael Persbrandt) es médico, y divide su tiempo entre una idílica ciudad danesa y un mísero campo de refugiados en África, tiranizado por un brutal mafioso local, que disfruta maltratando a las embarazadas. Anton y su esposa Marianne (Trine Dyrholm) tienen dos hijos, llevan un tiempo separados y se están planteando el divorcio, aunque a ninguno de los dos le gusta la idea. El mayor de sus hijos, Elias (Markus Rygaard), un bondadoso chaval de diez años, sufre el constante acoso de unos crueles compañeros de clase. Hasta que un día, un nuevo alumno, Christian (William Jöhnk Nielsen), le defiende violentamente. Inteligente y decidido, Christian acaba de trasladarse a Dinamarca desde Londres con su padre, Claus (Ulrich Thomsen), tras la muerte de su madre a causa de un cáncer. Christian no ha superado esa pérdida, y se ha convertido en un chico reservado y agresivo. Esto marcará dramáticamente su incipiente amistad con el sencillo y pacífico Elias, sobre todo cuando se involucran en una peligrosa espiral de venganzas.
Como todas las películas de Susanne Bier, En un mundo mejor se mueve en todo momento en el filo de la navaja, arriesgándose a caer en la exageración melodramática o en el ridículo. Pero, a la postre, los dolorosos esfuerzos del agresivo niño Christian y del pacífico adulto Anton, por controlar sus instintos más animales y salir de los infiernos de su propia fragilidad, llenan el metraje de una humanidad desbordante, conmovedora, que se queda instalada por mucho tiempo en las entretelas del alma. Y también tocan fibra, aunque en menor medida, la perplejidad moral de Claus —incapaz de comprender y ayudar a su hijo— y de Marianne, cuyo amor propio se cruza inamovible en el camino de la reconciliación con su arrepentido marido. El oxígeno lo pone el inocente y desvalido Elias, cuya bondad acaba conquistando el corazón de todos los personajes.
Bier articula esta fascinante propuesta de fondo a través de una densa puesta en escena, más bien hiperrealista, pero de impactante planificación y suavizada con un inteligente empleo simbólico de los diversos ambientes donde transcurre la acción: gélidos, los nórdicos; calurosísimos, los africanos. Y, en todo caso, su realización se pone al servicio de unos actores sensacionales —tanto los niños como los adultos—, que aportan a sus personajes una veracidad y una emotividad desgarradoras.
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