ESTRENO Título Original: J.Edgar |
SINOPSIS
A lo largo de su vida, J.Edgar Hoover llegó a ser el hombre más poderoso de Estados Unidos. Durante sus casi 50 años como director del FBI (Oficina Federal de Investigación), no hubo nada que le impidiera proteger a su país. Hoover sobrevivió a ocho presidentes y a tres guerras, luchando contra amenazas reales e inminentes y saltándose las reglas a menudo con el fin de mantener a salvo a sus compatriotas. Sus métodos eran tan despiadados como heroicos, siendo la admiración del mundo su premio más codiciado y a la vez el más difícil de alcanzar. Hoover era un hombre que daba mucha importancia a los secretos, especialmente a los de los demás, y que no temía usar esa información para ejercer autoridad sobre las figuras líderes de la nación. Comprendiendo que el conocimiento es poder y que el miedo representa oportunidad, utilizó ambos elementos para ganar una influencia sin precedentes y construirse una reputación que era tan formidable como intocable. Preservaba su vida privada igual que la pública, permitiendo solo a unos cuantos formar parte de su pequeño y custodiado círculo de confianza. Su compañero más cercano, Clyde Tolson, también era su amigo más fiel. Su secretaria, Helen Gandy, quizá la persona que mejor conocía sus planes, fue leal hasta el final y más allá. Únicamente le abandonó su madre, quien fue su inspiración y su conciencia, y cuya muerte destrozó a un hijo que siempre buscó su amor y su aprobación. A través de los ojos del propio Hoover, “J. Edgar” explora la vida y las relaciones públicas y privadas de un hombre que podía distorsionar la verdad con la misma facilidad con la que la defendió durante una vida dedicada a su propia idea de la justicia, a menudo dominada por el lado más oscuro del poder.
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CRÍTICAS
[Enrique Almaraz Luengo – Colaborador de Cinemanet]
En 1924, el joven J. Edgar Hoover fue nombrado director general del FBI con la misión de organizar, modernizar y dinamizar la institución. Durante su liderazgo, que mantuvo hasta su muerte en 1972, Hoover dirigió con mano dura y firme convicción uno de los pilares más importantes de la Historia reciente, temor de la delincuencia y otros. Desde su despacho vio ocupar la Casa Blanca a siete presidentes, sobreviviendo profesionalmente hablando a quienes quisieron derrocarlo y su temido archivo, repleto de información privilegiada capaz de acabar con cualquiera, fue su vara silenciosa y amenazante para las altas esferas. Poderoso, temido y controvertido, acaso también bastante misterioso y desconocido, “J. Edgar” se presenta como una buena oportunidad de aproximación a su figura.
Con un innegable sentido del ritmo narrativo y la utilización con soltura de recursos estéticos y hasta poéticos relacionados con el espacio, el tiempo y los elementos visuales, Clint Eastwood vuelve a colocarse detrás de la cámara (delante ya no volverá a hacerlo, después de anunciar su retirada como actor) para plasmar en imágenes la vida de J. Edgar Hoover, el alma mater del FBI eternamente presente en la organización y de cuyo fallecimiento se cumplen 40 años el próximo 2 de mayo. Si no su vida, sí muchos hechos claves de la misma, tanto a nivel personal, terreno poco explorado, como a nivel profesional, centrándose en acontecimientos que suponen hitos en los almanaques norteamericanos, social y políticamente hablando. Con guión de Dustin Lance Black, la película es un viaje hacia toda esa época, más allá de los despachos y de las reyertas y redadas (con sombrero y corbata, pero también con ametralladoras), escudriñando su vida familiar al lado de su madre Anna Marie (Judi Dench) o con su equipo fiel, formado por su secretaria Helen Gandy (Naomi Watts) y su mano derecha y algo más Clyde Tolson (Armie Hammer), responsable este último personaje del devenir de la historia hacia el ámbito privado del protagonista. Para dar vida a J. Edgar Hoover, el elegido ha sido Leonardo Di Caprio, un actor que engrandece su carrera prácticamente a cada nuevo proyecto en que se embarca. El ser nuevo intérprete predilecto de Martin Scorsese y trabajar con Eastwood no es fruto de la casualidad. Con J. Edgar ha conseguido llegar al trasfondo y a las motivaciones del personaje, tales como el sacrificio o el significado de servir a tu país, con la consiguiente renuncia a la parcela personal y familiar por sincera entrega a tu causa. Un ejercicio costoso, empezando por las largas sesiones de cinco y seis horas de maquillaje para conseguir el aspecto del último Hoover (Watts y Hammer hicieron lo propio con sus respectivos) con una fidelidad no calcada pero sí en esencia del férreo director. Sus ojos ya no brillan azules, sino marrones, y el ídolo de jovencitas aparca su atractivo para convertirse, cuanto menos, en una versión de su colega finado E. G. Marshall. No es un ataque, sino un elogio. El logro de las caracterizaciones, sin embargo, ha recibido comentarios en contra de la fluidez interpretativa…
Si algo puede echarse de menos en “J. Edgar”, seguramente más responsabilidad de la historia real que de la propia maquinaria cinematográfica, es falta de garra, esa fuerza que te atrapa en un sentido u otro, apelando a un sinfín de sentimientos, para ganarse por entero tu beneplácito. Ese sello Eastwood que en esta centuria hemos podido disfrutar en “Million Dollar Baby”, por ejemplo. Sería injusto decir que esa capacidad la ha perdido, pero si ha faltado mecha en la que quizá era la mayor ambición de la cinta.
En definitiva, “J. Edgar” es una radiografía de aquel período, por lo general en blanco y negro y desde ahora también en sepia o pardo pálido y polvoriento.
[Decine21]
Narciso ante el espejo
La trayectoria en el departamento de justicia estadounidense de J. Edgar Hoover durante casi medio siglo, desde que es un joven ayudante del fiscal, pasando por su dirección del recién creado FBI, hasta su muerte en los años de la presidencia Nixon. Dustin Lance Black estructura la narración alrededor de un Hoover envejecido, que estaría dictando unas narcisistas memorias a diferentes ayudantes, recuerdos más o menos distorsionados que facilitan los diferentes flash-backs.
Clint Eastwood es un grandísimo director, y logra dar empaque y consistencia con su clasicismo a la vida de un personaje muy complejo, con muchos puntos oscuros, y rasgos que invitan a la especulación. Cuenta con la ayuda de un Leonardo DiCaprio memorable, que sabe dotar de muchos matices al solitario Hoover, y un gran trabajo de Naomi Watts como su secretaria; el maquillaje de ambos personajes envejecidos, sobre todo el primero, es asombroso.
El director del FBI estuvo envuelto en tantas investigaciones, que resultaba difícil escoger sobre cuáles construir la historia. El libreto de Black tiene el mérito de optar por algunas que abran la perspectiva al espectador, como los atentados reales llevados a cabo por comunistas y anarquistas en la segunda década del siglo XX -la obsesión con el peligro comunista en EE.UU., tan caricaturizada, tiene una base-, el secuestro del hijo de Lindbergh -que sirve para subrayar el afán de protagonismo de Hoover, pero también su lucha por definir los crímenes federales y la introducción de métodos científicos para investigar-, y los informes secretos y delicados sobre personalidades -que arrojan luz sobre el vértigo del poder y el deseo de control-.
Siendo Black también el guionista de Mi nombre es Harvey Milk, parecía inevitable abordar la cuestión no aclarada de la supuesta homosexualidad de Hoover, quien nunca se casó. El enfoque adoptado no acaba de funcionar, recurre a manidos clichés: la madre que reprime, la consideración de buscarse una esposa como pieza decorativa, o la ceguera y crueldad para no aceptar sin complejos el amor de Clyde Tolson, su fiel colaborador y amigo.
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