Crítica de la película Los asesinos de la luna (Martin Scorsese, 2023)
La madre de un compañero siempre repite lo mismo, se lo dice a los judas iscariotes de este mundo de Dios: «Eres tan miserable que solo tienes dinero».
De esta sentencia se acordaba ReporteroJesús (RJ) mientras, en el cine, parecía que acababaperonoacababa la larguísima Los asesinos de la luna (3,26 horas), filme con la genética de Martin Scorsese. A su edad (80 años) se puede dar el gusto de hacer lo que le dé la santísima gana.
Los asesinos de la luna (más sugestivo su nombre original: Killers of the Flower Moon) trata de los miembros de la tribu Osage, en el estado de Oklahoma, en Estados Unidos. No hay que atar muchos cabos para saber el final antes incluso del principio: en las tierras de la reserva india, en esas tierras vírgenes por las que se movían a sus anchas los ancestros de los nativos, se descubre petróleo, el oro negro de Tintín. A partir de aquí, y de manera un tanto misteriosa –aunque no tanto como para no sospechar quién hay detrás de todo–, una serie de asesinatos se ceban con los osage, con los osage ricos, claro.
El patrón, William Hale (Robert de Niro), ya tiene su entrada en la Encyclopedia of Oklahoma History and Culture: más o menos, que Hale extorsionaba, asesinaba y mandaba asesinar a amigos, familiares y extraños. Todo para ampliar sus bienes.
Este es el resumen o más bien la sinopsis.
En cuanto a las interpretaciones: se puede decir –dice RJ– que Los asesinos de la luna constituye una de las mejores obras rodadas por el director de marras. Ha conseguido lo que se le resistió en Gangs of New York (2,47 horas) y es retener al espectador con una trama que va avanzando casillas, que mantiene en vilo a quien desea cerciorarse de que los malos pagan. (En Gangs… se le fue de las manos.)
Di Caprio ya está amortizado como actor, es decir, ya se ganó un puesto en los anales de Hollywood con The Revenant, que le dio el Oscar y que le dio la posibilidad de retorcerse y plegarse en cualesquiera de sus facetas, de sus recursos, recrearse en su personaje.
Aquí, Di Caprio gana a De Niro, que es mucho De Niro. Quizá porque toda la serie de Los padres de ella-Los padres de él-Los padres de la novia, etcétera, le han dejado una pose fija, como un autorreflejo, un espejo de esos en los que te ves, un diorama o un holograma. Seguramente este reportero se equivoca, pero el De Niro de Taxi Driver ya no da miedo con el De Niro que se muestra más frío que un Cornetto, que quiere asustar pero que ya suena a coña. Seguramente no es así.
La cuestión es que Di Caprio hace de paleto, de papagayo manejable, con dos dedos de frente, un listillo que habría engrosado las filas en el patio de Monipodio, pero ya está. Y sí, da el pego.
Del resto del elenco destacan unos secundarios que podrían ser primarios: de hecho, con estos se podría hacer otra película para recaudar en taquilla. Por ejemplo, Anna (Cara Jade Myers) se presenta como la insumergible Molly Brown, mujer que empuña armas, que se defiende sola, que muerde, que ama y que no se arredra.
La fotografía quizá gane una estatuilla.
Sobre la banda sonora me reservo la opinión, pero merecería mucho más esta cinta. El compositor Robbie Robertson falleció el pasado verano.
A la salida del Cinesa Diagonal –mejor entrada de lo esperado– a este reportero le vienen a la cabeza otros títulos del universo RJ: El juego del calamar (Hwang Dong-hyuk, 2021), por la muerte estúpida que no tiene ni pizca de gracia porque se esconde el drama que causa cualquier muerte en las personas que rodean al ser querido; Arde Misisipi (Alan Parker, 1988), por los federales que aterrizan para resolver el cluedo, y El río de la vida (Robert Redford, 1992), por las escenas de los poblados del Lejano Oeste, aún por conquistar, y por el atrezo: los muebles estilo remordimiento, las escribanías, las sillas sólidas, parroquiales…
A donde iba: al final, el dinero no trae la felicidad, ni siquiera ayuda. Lo único que trae es dolor, muerte, más dolor y más muerte, porque nadie sabe cómo gestionarlo.
Paradójico que el pueblo que vivía rodeado de naturaleza, en tipis, fuese más autosuficiente que el mismo pueblo civilizado. Desde entonces, y como dice el poeta José Luis Ruiz Castillo, cambalache y crisis.
Eres tan miserable…