ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: War horse |
SINOPSIS
War horse (Caballo de batalla), basada en una novela de Michael Morpurgo, nos contará la extraordinaria historia de amistad que surge entre el joven Albert y un caballo llamado Joey, separándose sus caminos a causa de la Primera Guerra Mundial. El padre de Albert vende a Joey a la caballería del ejército británico para luchar en el frente. Joey será testigo de un extraordinario periodo de la Historia con la Gran Guerra como trasfondo. A pesar de los obstáculos que encuentra en su camino, su coraje será fuente de inspiración para todos los que se cruzan con el noble animal. Albert no puede olvidar a su caballo y abandona su hogar para luchar en los campos de batalla de Francia. Allí busca incansablemente a su amigo para traerlo sano y salvo a casa.
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CRÍTICAS
[Mª Ángeles Almacellas – CinemaNet]
War Horse (Caballo de batalla) está ambientada en la Inglaterra rural, aunque la mayor parte de la acción transcurre en campos de batalla de Europa, durante la Primera Guerra Mundial. La película comienza con el relato de la extraordinaria amistad entre un magnífico caballo pura sangre llamado Joey y Albert, su joven dueño, encargado de domarlo y entrenarlo. El caballo es apartado de su dueño y pasa a ser propiedad del ejército británico que sale hacia el frente de combate. A partir de ese momento, la película sigue las peripecias del animal a través de territorios en guerra, cómo va pasando por distintas manos, en territorio inglés, en zona alemana o en tierra de nadie.
El hilo conductor del argumento es el viaje del animal en pleno conflicto bélico, pero, a pesar de que el protagonista de la película es un caballo, su relación con los distintos personajes mantiene vivo el interés del espectador.
Spielberg no elude presentar el horror de la guerra, la tormenta de sangre y fuego que asola los campos de Europa. “En la guerra todos perdemos todo”, se repite. Sin embargo no se detiene en los aspectos más sórdidos e inhumanos. La muerte y la destrucción están presentes, pero hay un tono épico, de defensa del honor y la patria, de fidelidad al rey y de confianza en Dios.
La película es de una gran belleza y retiene en todo momento el interés y hasta la tensión del espectador, pero lo más interesante de War Horse lo constituyen los valores que encarnan cada uno de los personajes que tienen relación directa con Joey. El padre de Albert, héroe de guerra, pero que no asume que la violencia sea la solución a ningún conflicto y lleva la amargura de haber matado, aunque fuera en defensa de una causa noble. La madre, que ama a su marido y se esfuerza en comprenderlo. Albert, que no escatima esfuerzos y perseverancia por ayudar a sus padres y salvar a su caballo. El oficial que compra el caballo, sensible a la amistad y al dolor del joven Albert, y fiel a su palabra. Los adolescentes divididos entre el amor a la patria y la fidelidad a la promesa hecha a la madre. El abuelo que cuida de su frágil nieta. El soldado alemán que se ocupa cuanto puede de Joey. Los dos valientes soldados, en tierra de nadie, hermanos en su actitud generosa. Los compañeros solidarios, con los sentimientos de Albert… Y en todos ellos, un profundo sentido religioso, que da el vigor para adentrarse heroicamente ante las trincheras enemigas, musitando entre labios temblorosos: “El Señor es mi pastor, nada me falta…”
Spielberg muestra la guerra en gran angular, como la maravillosa carga de la caballería o el fuego de los cañones retumbando con estrépito. Pero se acerca en zoom a cada uno de los personajes, seres de carne y hueso, palpitantes de humanidad, que creen en Dios, aman a su patria y la defienden, pero no se sienten enemigos de nadie, sino hermanos. Así la película resulta un magnífico relato épico, pero es, sobre todo, un canto a la humanidad, a la amistad y a la capacidad de esfuerzo, renuncia y sacrificio por el bien de los demás.
[Jesús Martínez – Colaborador de Cinemanet]
C’est la guerre
Spielberg vuelve a la carga. Le obsesiona la guerra. No tanto la guerra como la memoria histórica. Quizá sea marxista sin saberlo. Pasa cuentas con el pasado, y en él se regodea. Claro que lo hace a su manera, según sus propias reglas, y contando la Historia a su antojo; en efecto, caben tantas historias en la Historia como seres hay en el Universo. Steven Spielberg rodó Salvar al soldado Ryan (1998) para honrar a los soldados que desembarcaron en Normandía y que se dieron una soberana paliza en el boscaje de la campiña francesa. Su padre fue uno de ellos. El director de E. T., El extraterrestre (nunca se dará un fenómeno parecido al que se dio con el estreno de este muñeco con cabeza de martillo; intentó repetir el éxito con Parque Jurásico, pero la mercadotecnia es sólo una pieza del engranaje social) ha dirigido la idílica Caballo de batalla, filme de Disney con muchos destellos y grandes aciertos. Y grandes… ¿meteduras de pata? No, incongruencias (yo opino), igual que el oxímoron que advirtió la diputada Carmen Romero en la presentación del libro de Paul Preston «Palomas de guerra«. ¿Palomas de la paz en la guerra?
Caballo de batalla es un producto de Disney que cuenta cómo un chico de Devon (Inglaterra) cría un caballo desde que era un potrillo, lo doma y lo convierte en un fiel compañero. “Ahora eres mío”, se ilusiona. Caballo y chico (Albert, el actor Jeremy Irvine; le brillan los ojos) toman caminos separados, hasta que vuelven a encontrarse, justo en el acabose de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
La Primera Guerra Mundial. Cuarenta millones de muertos (los chavales cuentan los muertos por puntos, para la PlayStation). ¿Cuántos litros de sangre, pues? El mar de Aral de sangre. Spielberg ha escogido el peor conflicto bélico para contar un cuento. Con la guerra de Vietnam, fea (como todas las guerras), estúpida (como todas las guerras), asquerosa (como la Ruanda de 1994 y la Chechenia de Putin), quizá la Primera Guerra Mundial es el peor sinsentido del siglo XX. Obreros combatientes que desoyeron al socialista Jean Jaurès y que se batieron como carneros. Carne de cañón. A Jaurès le mataron por querer detener esta orgía que, en el fondo, era un negocio redondo para la industria armamentística como la del consorcio Krupp. Spielberg no está muy acertado cuando hace que las ametralladoras disparen mientras los caballos que cargan saltan por encima y por los lados de las Maschinegewehr 08. Este arma automática era el diablo, y quien la disparaba el hombre más odiado. Seis mil balas por minuto. Seis mil muertos por minuto. Sólo hay que leer a Barbusse en El fuego, y el inconmensurable El miedo, de Chevallier, para darse cuenta de que ni la gloria ni el heroísmo tienen nada que ver con los intestinos de un compañero que se derraman por el suelo. Incluso el economista (¡y filósofo!) Adam Smith, en Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, pone el dedo en la llaga de la guerra: “[…] ese entretenimiento, lisonjas o fantasías imaginadas, para vanagloriarse con el honor patrio”. Los muchachos de la Primera Guerra Mundial, hundidos en el barro, estaban más sucios por la abyección a la que estaban sujetos: órdenes incomprensibles de generales que jugaban al dominó con sus tropas, en los despachos revestidos de maderas de haya de los cuarteles, a muchísimos kilómetros de la primera línea. En este sentido, lo único real de Caballo de batalla es cuando a Albert, el protagonista, le tiemblan las manos y no puede tirar de la anilla de la granada, antes de arrojarla al campo contrario. Erich Maria Remarque escribió Sin novedad en el frente, un clásico para concienciar a las generaciones futuras del oprobio que supone el belicismo. C’est la guerre.
Como dijo la poetisa Gloria Fuertes en su recopilatorio Mujer de verso en pecho, “antes el niño que el árbol”. Antes el chico que el caballo. Cuando el oficial al mando entra en la cantina donde se resarcen de las heridas los adolescentes que van a morir y anuncia a los chicos de mirada perdida que la guerra ha terminado, se dispone a brindar con ellos. Las palabras antes del brindis: “Por la victoria”. ¿Qué victoria?
Quizá los valores que difunde el director Steven Spielberg en Caballo de batalla, relacionados con la amistad y con la integridad, sirvan precisamente para eso, para borrar el horror de las guerras, y para quedarnos con lo bueno: los caballos.
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