A FONDO
[Sergi Grau. Colaborador de CinemaNet]
EL SIGLO XX A TRAVÉS DEL CINE
5. TERRENCE MALICK
Película: La Delgada Línea Roja
Temática: La Segunda Guerra Mundial
“La guerra no ennoblece a los hombres.
Les convierte en perros, envenena su alma”
Soldado Witt
De muy reciente actualidad en España tras el estreno con polémica de su quinta película, El árbol de la vida (2011), Terrence Malick forma parte del selecto grupo de cineastas que han sabido ascender y mantener sus películas en el cartel cine mainstream a pesar de ofrecer al espectador propuestas muy personales servidas con un estilo inconfundible y radicalmente alejado de los cánones. Su independencia y sus maneras cinematográficas pueden entenderse mejor si tomamos en consideración algunos de sus datos biográficos, como la formación filosófica que atesora, pues se licenció summa cum laude en la prestigiosa Universidad de Harvard, fue traductor de Heidegger y profesor universitario antes de dar sus primeros pasos en el cine, como guionista.
De hecho, Malick se puso tras las cámaras por primera vez como reacción a un conflicto con la Paramount, que consideró irrealizable uno de sus primeros libretos (el de Deadhead Miles), lo que le llevó a saltar a la dirección bajo auspicio independiente a modo reactivo, como única vía para poder ver materializados sus relatos cinematográficos. Obtuvo un formidable éxito con su opera prima, Malas tierras (Badlands, 1973), y apuntaló su prestigio con Días de cielo (Days of Heaven, 1978). Sin embargo, las dos décadas largas que siguieron al estreno de Días de cielo sin que el cineasta pudiera materializar ningún proyecto hasta la obra que nos ocupa, su tercer largometraje, no hacen otra cosa que remarcar esa condición de cineasta a la contra de las previsiones, convenios, oportunidades, obligaciones y demás canjes onerosos que caracterizan el juego de la industria, máxime si tenemos en cuenta que su regreso lo fue por la puerta grande sin necesidad de sacrificar un ápice su marcada, visualmente tan exultante, personalidad cinematográfica.
Calificada en su día por el famoso crítico Gene Siskel como “la mejor película de guerra del cine contemporáneo”, La delgada línea roja (1998) es una adaptación muy libre de la novela homónima escrita en 1962 por el especialista en narrativa bélica James Jones, centrado en la campaña de Guadalcanal (7 de agosto de 1942 – 9 de febrero de 1943). Como en el resto de sus películas (especialmente El nuevo mundo (2005) y la tan discutida El árbol de la vida), Malick aboga en The Thin Red Line por una clase de espectacularidad que intenta fascinar al espectador, influir en su aparato emotivo antes que en el intelectual, mediante imágenes como mareas, de corte eminentemente contemplativo, y que ilustran reflexiones de corte antropológico.
Concretamente viene a escenificar el conflicto entre lo edénico y los actos atroces de los hombres. En lo dramático se sirve de las reflexiones (en voz over) de diversos personajes, especialmente el soldado Witt, encarnado por Jim Caveziel, pero todo viene orquestado por métodos de puesta en escena –radicalmente a contracorriente de arquetipos y convenciones del género bélico-, que ponen en una balanza de equilibrio el sino del ejército –de los hombres- con quietas y bellas imágenes del entorno natural virgen en el que se mueven y aún otras que escenifican por la vía de breves flashbacks los recuerdos de los encuentros con la mujer amada por parte de otro de los soldados (interpretado por Ben Chaplin).
En las preciosistas imágenes de La delgada línea roja existe algo que se impone a la trama, algo que le preocupa a la cámara más que el sino de los personajes que desfilan por el relato. Un aparato que presta mucha atención a lo psicológico, pero que más bien deberíamos cualificar de espiritual, que impone sus propias reglas y despliega sus intenciones de forma armónica del primer al último minuto de la película. Lo intuitivo siempre se impone a lo concreto, razón por la que en ningún caso podemos predicar de la película exponente alguno de realismo. No, el virtuosismo formal de Malick -indudablemente uno de los creadores de imágenes más magnéticas y poderosas del cine actual- nos dirige hacia lo ascético. Por ello da la sensación de que, a pesar de la infinidad de iniquidades y muestras de barbarie que desfilan ante nuestros ojos constante el metraje, La delgada línea roja es una película dolorosa, pero no violenta, porque su punto de vista permanece incontaminado, en un estadio espiritual (que no moralista) ubicado muy por encima de los actos que nos muestra, sin otra intención que la de buscar la reflexión sobre los mismos –a un nivel filosófico y abstracto, no ideológico– y levantar acta cinematográfica de la existencia de una virtud posible, que cabe hallar incluso en un entorno tan enajenado y mortífero como es la guerra.