En la línea de los últimos y clónicos trabajos de su protagonista, se trata de una película policíaca incómoda y dura cuya sordidez se desarrolla en medio de sucesivos secuestros y asesinatos relacionados con poderosos narcotraficantes y un atormentado ex policía es contratado para resolverlos. El exceso de tópicos y la casi total ausencia de sorpresa la definen como convencional, si bien deja una puerta abierta a la esperanza en forma de redención a través de la justicia.
ESTRENO Título original: A Walk Among the Tombstones. |
SINOPSIS
Matt Scudder, antiguo detective del Departamento de Policía de Nueva York, es un alcohólico en fase de recuperación perseguido por los remordimientos y con muchas cuestiones pendientes. Cuando una serie de secuestros que tienen como objetivo a los principales narcotraficantes de la ciudad desembocan en espeluznantes asesinatos, el líder de los narcos convence a Scudder para que encuentre a los culpables de la muerte de su mujer. Trabajando como detective privado sin licencia, Matt ve lo que la policía no puede ver, y transita por los lugares que más temen. Operando al margen de la ley para localizar a los responsables de tales atrocidades, Scudder camina entre las sombras por un filo que puede convertirle a él mismo en un monstruo.
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CRÍTICAS
[Enrique Almaraz – Colaborador de CinemaNet]
Una serie de cruentos secuestros relacionados con los principales narcotraficantes de Nueva York es la trama del segundo largometraje dirigido por Scott Frank, según la novela “Un paseo entre las tumbas”, de Lawrence Block. Quien haya visto el tráiler, demasiado revelador, pocos alicientes hallará para acercarse a la sala, salvo una especial predisposición hacia el género o el deseo de recibir ya atados esos cabos sueltos de improbable sorpresa.
No deja de ser al mismo tiempo chocante y un poco triste ver cómo, de un tiempo a esta parte, Liam Neeson recala una y otra vez en el mismo personaje, policía retirado o similar, de tormentosa vida personal —alcoholismo incluido— y con un episodio detonante de su abismo interior, que intenta a duras penas hacer prevalecer el bien sobre el omnipresente mal, siempre y cuando no decide estar de vuelta de todo. Acomodado en el estereotipo, es de justicia reconocer al menos que sabe dar el tipo y aplicar su antaño figura de héroe ideal e incorruptible, hoy más castigada y vulnerable, pero quizá por ello también más combativa, con el tipo de fuerza que nace del propio sufrimiento. A partir de ahí, nada nuevo sobre el lienzo: una sórdida historia policíaca donde lo mejor es comprobar el lento camino del protagonista hacia la victoria, un éxito bastante cuestionable y no exento de profundas e imborrables heridas. Varios tópicos se dan cita y con ello debilitan la llama de la intensidad y el interés de este, por lo demás, aceptable producto de acción oscuro, sombrío y crepuscular cuyo fin último y único es el entretenimiento. Un título, por cierto, al que la benevolencia barata puede atribuir también un significado más allá del literal reflejado en las imágenes. El momento más inspirado –que nada tiene que ver en este caso con la originalidad– se desarrolla en tal escenario y reside en el montaje del intercambio en el secuestro con el listado de la terapia contra las adicciones frecuentada por el protagonista —donde el papel de la religión resulta fundamental—, dado el evidente paralelismo de los acontecimientos con esa suerte de expiación predicada.
La suma de todos estos ingredientes da lugar a un entretenimiento agrio y desagradable donde reconforta al menos que esa generosidad vocacional del protagonista oculta bajo un grueso callo de dolor y decepción vuelva a hacerse visible —con su correspondiente peaje, pues sus clientes distan de ser ejemplares— a través de una pequeña ventana donde la particular redención se materializa.
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