[Pepe Álvarez de las Asturias. Colaborador de CinemaNet]
El pasado viernes 20 de febrero se inauguró en Granada la muestra ‘Frank James Cooper‘, dentro del Festival Internacional de Cine Clásico Retroback, que celebra en su séptima edición. Objetos y prendas personales, manuscritos y fotografías nunca antes expuestas al público aparecen en esta exposición del lado más personal del actor, que podrá ser visitada hasta el próximo 1 de marzo. Una magnífica excusa para hacer un repaso de un lado aún más íntimo de Gary Cooper: el de su conciencia.
Cuando escuchamos de labios del granjero cuáquero Jess Birdwell “la vida de un hombre no vale nada si no vive de acuerdo con su conciencia”, en realidad estamos escuchando el corazón del actor que interpretó ese personaje. La película es La Gran Prueba (William Wyler, 1956) y el actor, Gary Cooper. Por aquel año, Coop ya llevaba tiempo dándole vueltas a su conciencia; y tres años después, en mayo de 1959, la reconfortó definitivamente bautizándose y convirtiéndose al catolicismo.
La muerte de Gary Cooper llegó justo dos años más tarde, el 13 de mayo de 1961. “Tú sabes que tomé la decisión correcta”, le dijo a su íntimo amigo Ernest Hemingway sólo unas semanas antes de morir; el escritor miró a los ojos de su amigo, dolorosamente postrado en la cama, y le pareció ver a la persona más feliz de la tierra. Es lo que tiene morir con la conciencia tranquila.
Y vivir, también. Porque Gary Cooper no sólo fue una estrella de Hollywood, idolatrado por el público, querido por sus compañeros… y amado por sus compañeras. Fue también un hombre bueno, honesto, recto. De fuertes convicciones conservadoras y un sincero compromiso con los ideales americanos, como representó en muchas de sus películas, y en la vida real. Tuvo sus virtudes y sus defectos, como todos, aunque él en un mundo, Hollywood, donde la virtud se hace heroica; su matrimonio durante 28 años con Sandra Shaw, su única esposa, tuvo sus altibajos, claro, (vivió relaciones tempestuosas con actrices como Clara Bow, Ingrid Bergman, Carole Lombard, Grace Kelly y, especialmente, Patricia Neal), pero fue un matrimonio sincero, feliz y longevo, veintiocho años hasta que la muerte los separó, en 1961.
Como nos recuerda Alfonso Méndiz en un artículo de hace un tiempo, fue precisamente su mujer Sandra, católica practicante, quien introdujo en Gary la espinita de la conversión. Primero en un encuentro con el Papa Pío XII, en 1952, al que acudió acompañando a Sandra y a Mary, su hija. “A mitad de los cincuenta —recuerda Mary Cooper en su libro Gary Cooper Off Camera— comenzó a pensar en su posible conversión. No hablaba mucho de ello, simplemente nos acompañaba a misa casi todos los domingos. La excusa que daba era que deseaba oír los fantásticos sermones del padre Harold Ford”. Y fue el propio padre Ford quien concluyó la labor iniciada por Sandra, compartiendo con Gary caza, pesca y amistad, y mostrándole con entusiasmo la verdad de la religión católica entre excursión y excursión. El padre Ford debió de ser muy convincente y la conversión de su amigo se materializó (y espiritualizó) unos meses después. El actor fue bautizado en mayo de 1959, apadrinado por su amigo el fotógrafo Shirley Burden.
Al poco tiempo, empezó a manifestarse la enfermedad que retiraría a Gary Cooper del escenario de la vida dos años después.
Pero, afortunadamente para los aficionados al cine, los actores nunca mueren del todo, y el bueno de Coop nos dejó un puñado de grandes películas, de magistrales interpretaciones, de personajes inolvidables… y de impecables lecciones de vida. Y es que Gary Cooper representó como ningún otro actor (salvo, tal vez, su gran amigo James Stewart) al héroe americano, al hombre honesto, de firmes principios y férreos valores, ya fuera en el Oeste, en la guerra, en el campo de béisbol o en el Congreso. Y fueron tantos sus papeles en este sentido, que por fuerza los personajes debían de tener un alto porcentaje de la persona. Quizá fuera éste el secreto de su proverbial naturalidad a la hora de actuar. Él mismo lo definía así: “Naturalmente, cuanto más se aproxime el carácter de tu personaje a tu propio carácter, más autenticidad le otorgas. El resultado es realismo”.
Personajes como Alvin, el campesino de profundas convicciones religiosas reconvertido en gran héroe de la Primera Guerra Mundial, ya como Sargento York (que le valió su primer Oscar); o el confiado e incorruptible Juan Nadie, que demostró el poder de los valores frente al poder del dinero; o Mister Deeds, el paleto tocador de tuba metido a millonario que aprende (y nos enseña) una gran lección; o el tímido profesor Potts, que de la misma descubre la vida, el amor y su propio coraje (de la mano de Barbara Stanwick, claro); o el forajido reformado de El Hombre del Oeste, o el aventurero Michael ‘Beau’ Geste o el honorable Capitán Lex o Lou Gehrig, el “orgullo de los yankees” (y de la madre de Gary, pues era su película favorita); o Doc Frail, el oscuro doctor de El Árbol del Ahorcado, una historia de violencia, oro y redención, y una de las mejores interpretaciones del actor. Y cómo no, el marshal Will Kane (su segundo Oscar), el héroe solitario por excelencia, que se da de bruces con el peligro y se enfrenta a él con la única convicción de su compromiso y su fuerza moral (“Claro que necesito tu ayuda, pero no quiero comprarla, tiene que salir de ti”); y lo vence, al peligro, claro. Y encima se queda con la chica (¡Grace Kelly!).
Tras finalizar su última película, Sombras de sospecha, en 1961, el cáncer se había extendido ya a los pulmones y los huesos; como su personaje en El orgullo de los Yankees, asumió la noticia con entereza (“Si es la voluntad de Dios, está todo bien”) y decidió no continuar con el tratamiento. Cuando su gran amigo James Stewart reveló al mundo que Gary Cooper estaba muriendo, llegaron mensajes de apoyo de personalidades como el Papa Juan XXIII, Picasso, la Reina Isabel II, Nixon, Eisenhower, Hemingway, la Princesa de Mónaco o el recién nombrado presidente Kennedy.
Encantador, seductor, pícaro, aventurero, divertido, elegante, idealista, héroe. Así fue Gary Cooper, uno de los grandes del Cine. Y uno de los grandes en la Vida. Una vida que vivió con profunda honestidad y, especialmente en sus últimos años, con una fe sincera y ejemplar. “Pon tu confianza en el Señor y Él cuidará de ti, Alvin”; “¡No me olvido del Señor! ¡Y nunca más me olvidaré de Él!” (El Sargento York).