Lo último de Pixar es una secuela, 13 años más tarde, de una de sus películas más queridas: tras buscar a Nemo a lo largo y ancho del océano, ahora quien anda en busca de su familia es Dory, el pez olvidadizo. Cine tierno y familiar como solo Pixar sabe hacer.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: Finding Dory |
SINOPSIS
Vuelve el trío formado por Nemo, Marlin y Dory, pero esta vez Dory es la protagonista. La acción se desarrolla un año después de la aventura de la primera película. Dory se ha quedado a vivir con Marlin y Nemo. Un día, tras un accidente, tiene un brote de memoria sobre su infancia, y decide seguir la pista para irse en busca de sus padres. Por supuesto, igual que ella ayudó anteriormente a Marlin a buscar a su vástago Nemo, ahora padre e hijo acompañarán y ayudarán a su amiga en una nueva aventura para encontrar a su familia.
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CRÍTICAS
[Sergi Grau. Colaborador de CinemaNet]
Sea por afán puro de trascendencia artística o, a estas alturas, por autoconciencia sobre esa trascendencia, las películas de la Pixar a menudo se repliegan en torno a temas del propio imaginario de la factoría mientras, al mismo tiempo, proponen una novedad. Este elemento de frescura y rutilancia está llamado a calar en el imaginario pero, al mismo tiempo, a ir solidificando capas de personalidad a ese patrimonio de la productora. En esta secuela de la celebrada Buscando a Nemo, se repite la principal característica de aquella obra, una aventura marina contada por peces, clase de personificación peculiar incluso dentro del imaginario del cine de animación dada su complejidad –desde el punto de vista tanto morfológico como del hábitat– para establecer los atributos humanos de esos seres marinos. Se repite, de hecho, la colisión entre ese universo marino y aquel otro representado por lo humano, algo que emparenta la obra también con Bichos, una aventura en miniatura y con la saga Toy Story al completo.
Sin embargo, como corresponde a una secuela ávida por expresar, se trata de partir de la plantilla original pero reexplorarla doblando o multiplicando los términos de aquélla. Si en el argumento de Nemo se trataba del relato de un padre a la búsqueda de su hijo, aquí se invierte la cuestión, y es una hija quien busca a sus padres, opción a partir de la que los cineastas, vía exploración psicoanalítica, se adentran a fondo en un conflicto de memoria -pues, recordemos, Dory es olvidadiza, sufre “lagunas de memoria a corto plazo”-, y tiene la osadía de plantearlo desde un acusado subjetivismo que da lugar a pasajes realmente inquietantes en los que se refiere la pugna de la protagonista contra esa limitación/enfermedad, pasajes en los que, por lo demás, afloran multitud de metáforas.
Entre ellas, quizá la más sencilla aparece en el planteamiento, pues la búsqueda de los padres tiene mucho de figurado, una metonimia de un viaje hacia las propias raíces, un “conócete a ti mismo”, donde la memoria, esquiva, se equipara a la inmensidad del océano. Luego, en el desarrollo argumental, la ecuación se complica y la vorágine alucinada de Dory en su incesante persecución de signos de su pasado alcanza visos de lectura metanarrativa, sobre la dispersión como coda de las ficciones modernas, una lección de conflictividad narrativa con el clasicismo que bastante constante del historial de la Pixar – con Monstruos SA y Wall-E a la cabeza-, y que aquí aparece de manera particularmente elocuente, por mucho que el espectador corra el peligro de quedar cautivado por unos árboles -la brillantez incontestable de los gags visuales y del generoso puñado de secuencias roller-coaster- que le impidan ver el bosque.
Los juegos que a ese redoble de exploración en tanto que secuela ofrece Buscando a Dory en lo concerniente al escenario también son dignos de mención. La “Marina”, que es como en los EEUU llaman a los zoológicos marinos, funciona como espacio de franco cortocircuito entre la existencia animada -los personajes de la película- y ese otro universo, siempre tan amenazante, de lo humano -ejemplo preclaro de lo cual queda en evidencia en esa secuencia en la que los niños introducen la mano en una pecera táctil, ello visualizado como si se tratara de un bombardeo, una secuencia bélica filmada desde las trincheras-. Ese zoológico que es un laberinto y a la vez una cárcel retrotrae de nuevo a espacios recurrentes de diversas obras de la Pixar, primordialmente las tres películas de Toy Story, especialmente la tercera, donde una guardería se veía convertida, por razones de punto de vista puros, en un lugar inhóspito del que había que intentar escapar por quimérico que resultase.
La inercia desencajada de Dory le resta turbiedad a las definiciones ciertamente sombrías que anidaban en ese título de Lee Unkrich, pero ni siquiera las peripecias a menudo desternillantes, patrocinadas por ese guía del lugar en que se convierte el pulpo Hank -aquí tenemos otro de los secundarios ultracarismáticos de la productora; y van…- nos hacen obviar, en no pocos momentos, el angst que caracteriza a los protagonistas de la función, una angustia que sin duda también evalúa y define la esencia de los relatos de la productora de Lasseter, que digan lo que digan no ha variado de signo desde que la todopoderosa Disney se adueñó de su business plan, sino simplemente se ha dedicado a ahondar a mayor profundidad en su propio imaginario y, tal vez, a luchar contra el constante peligro de hallarse ante una fórmula narrativa agotada, algo por suerte desmentido para el gran público merced del formidable éxito -fruto de no menos formidable audacia- de Del revés.
El hilarante clímax de esta función, donde la gesta de Dory y Hank hiperboliza al punto de poner en seria cuarentena aquello que damos en llamar verosimilitud al llegar a verse implicados literalmente en una fuga por carretera (sic), no deja de ser un ejemplo más de la capacidad y valentía que demuestran los responsables de estas obras a la hora de dar más pasos adelante, aquí desbordando por la vía del puro exceso abracadabrante los resortes de congruencia que tan escrupulosamente venían manejando.
[Ramón Ramos. Colaborador de CinemaNet]
Trece años han pasado desde el estreno del gran éxito submarino de Pixar, Buscando a Nemo. A nadie se le escapa el hecho de que el personaje que más huella dejó en el público, fue la entrañable Dory, un pez con problemas de pérdida de memoria a corto plazo. Uno de los personajes más ricos en matices que ha dado el cine de animación. Por ello no es de extrañar que tarde o temprano tuviera un spin-off, es decir, que siendo un personaje secundario en una película pasara a tener su propio film como protagonista. Por otra parte, el éxito de Buscando a Nemo, hacía presagiar que antes o después habría de tener una secuela, igual que la han tenido Cars o Toy Story. Pues bien el momento ha llegado y el equipo de Pixar, con muy buen criterio en mi opinión, nos brinda un dos en uno, es decir secuela y spin-off en una sola película: Buscando a Dory.
La psicología del personaje de Dory da mucho juego, y los artífices del film han sabido sacarle todo el jugo, consiguiendo momentos muy cómicos, pero también otros muy emotivos. Y es que es increíble como saben en Pixar tocar la fibra sensible del espectador. La película juega en varias ocasiones con la fina línea que separa lo sentimental de lo ñoño, lo tierno de lo cursi. Arriesga mucho pero siempre sale bien parada. En ese sentido guarda un equilibrio magistral. Si ya en la primera película Dory se había ganado el cariño incondicional del público, en esta nueva entrega revalida el título y hace su huella aun más honda.
Si la primera vez la acción transcurría entre el océano y un acuario particular en Sidney, ahora el nuevo escenario es un instituto oceanográfico y sus alrededores en California. Aquí podemos encontrar una galería de nuevos personajes muy interesantes, entre los que destacan un pulpo escapista, un tiburón ballena hembra con problemas de vista y una beluga macho con dolores de cabeza, que descubre con gran regocijo su facultad de ecolocalización, esto es el sistema de sonar que utilizan algunos mamíferos, como los murciélagos o los delfines, por ejemplo, para orientarse o localizar a sus presas cuando van de caza.
Dirige la película Andrew Stanton, que también se ha hecho cargo del guión. Debutó en la dirección del largometraje con Bichos, junto a John Lassetter, y su siguiente proyecto fue Buscando a Nemo, codirigida con Lee Unkrich. Desde entonces ha dirigido dos películas de ciencia ficción en solitario: la sensacional película de animación Wall-E, y la malograda cinta de imagen real John Carter. En Buscando a Dory ha contado con la codirección de Angus McLane, que ha dirigido algunos cortos y debuta en la dirección del largo con esta película.
Y por supuesto hablando de un estreno de Pixar hay que mencionar el cortometraje que se proyecta antes de la película. Normalmente son cortos antiguos, pero esta vez es nuevo. Su título es Piper, y cuenta sin palabras el aprendizaje de un correlimos recién nacido para alimentarse en la orilla del mar. Sensacional. Supone el debut en la dirección de Alan Barrillaro, que ha trabajado para la compañía en el departamento de animación desde Bichos, estrenada en 1998. A la vista de este corto no sería de extrañar que pronto se pase al largo.
Salvo por alguna situación que puede chirriar por resultar algo irreal de más, Buscando a Dory es una película prácticamente redonda. Un canto a la familia y a la amistad con personajes muy bien perfilados y de gran calado emocional. Divertida, tierna, entrañable, así es Dory, y así es su película.
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