[Álvaro Méndez. Colaborador de CinemaNet]
Durante ya tres décadas, Pixar se ha dedicado a deleitar a nuestros corazones. Sus películas son una de las más bellas evasiones de la realidad a día de hoy, evasión que no involucra que la realidad no esté presente. En sus películas hay mucha vida, pero desde un punto de vista diferente al que solemos tener.
No tuvieron bastante con hacernos llorar con unos juguetes con crisis existencialistas, ni con hacernos ver que los monstruos no son siempre monstruosos, ni con darnos una de las más bellas historias de amor de los últimos años (pseudo-muda) al mismo tiempo que se nos mostraba una crítica despiadada a la sociedad consumista, de hoy en día. Tampoco quisieron conformarse con llevarnos a la mágica París para vivir la amistad deliciosa de una rata y un don nadie o con mostrarnos la historia definitiva (y submarina) de amor entre un padre y un hijo. Ellos van más allá, siempre.
Carl Fredicksen es un niño que conoce a una chica con afán de aventuras, de explorar nuevos mundos. Y él al instante se enamorará de ella. Creo que muchas veces, cuando buscamos (que no deberíamos) enamorarnos, buscamos a alguien que nos dé una percepción fresca de la vida, distinta a las que hubiéramos conocido anteriormente. Éste es el caso de Carl, que conoce a una chica que despierta en él ese interés por la aventura, por lo desconocido, por hacer las cosas de forma que sean trepidantes, y de vivir siempre con un lema: «La aventura nos espera». Tras un lapso temporal importante que podemos ver en una de las mejores secuencias cinematográficas del siglo XXI, los dos protagonistas acaban casándose y viven una vida feliz. Sin embargo la vida acaba quitándonos lo que una vez nos dio, y así le pasa a Carl. Desgraciadamente, el anciano acepta que no podrá ver cumplido su sueño de llevar a su mujer a las Islas Paraíso, viaje que llevaban mucho tiempo intentando hacer.
Desde entonces Carl vive solitario y algo cascarrabias, lo que puede ser comprensible: ahora, entre otras muchas cosas, no tiene quien le ponga la corbata. Pero la vida sigue y se enfrenta a una tediosa realidad, a la vez que ruidosa por culpa de todas las construcciones que se están realizando alrededor de su casa. Los constructores insisten a Carl para que les ceda la vivienda y se vaya a vivir a una residencia donde «vivirá mucho mejor», pero él no cree en esas afirmaciones arbitrarias. Su insistencia hace que le marginen y un pequeño accidente le lleva a juicio, tras el que no tiene más remedio que irse a la residencia. Pero la insistencia (junto con la esperanza) es lo último que se pierde, así que decide atar su casa a todos los globos que tenía del trabajo de su mujer y salir volando, evadiéndose de la realidad tan desdichada y con el objetivo de cumplir el sueño de su mujer: viajar a las Cataratas Paraíso.
Lo curioso será que, al estar ya flotando, alguien llama a la puerta. No es otro que el boyscout Russell, un niño que había llamado ya a su puerta pidiendo ayuda para conseguir la medalla que le queda. Ahora Carl, contra todo pronóstico, tendrá que cargar también con ese niño. Pero no será lo único: al llegar se encontraran con un perro que habla y un gamusino (un exótico animal que en un primer momento Carl usó como referencia para librarse de Russell) que supuestamente está siendo perseguido por el perro. Sin darse cuenta, esta pandilla de humanos y animales tan curiosa se convierte en el objetivo de una expedición maligna dirigida por alguien que a Carl le será familiar…
«Up», una de las mejores películas de lo que llevamos de siglo, rebosa fuerza en cada una de sus escenas. Los personajes están llenos de humanidad y de problemas que deberán afrontar en una situación de lo más casual e inesperada. Mientras Carl representa ese paso del tiempo que todos sufrimos, esa madurez que hasta puede perjudicarnos, esa melancolía por un tiempo pasado mejor, Russell es el dinamismo de toda una vida por delante, por más que le gustaría entender los problemas que hay en su casa que le impiden ser feliz. El perro intenta buscar un amo, una compañía, un lugar donde integrarse ya que él no quiere pasarse el resto de su tiempo dependiendo de las órdenes malignas de un hombre, puro representante de la avaricia, el egoísmo y el rencor, como podremos ver en la película. Incluso el gamusino, el punto cómico de la película, lucha por volver a estar con sus hijos.
Esta película te demuestra que el tiempo tiene un valor incalculable y que la realidad podemos cambiarla siempre que queramos. Sólo que hay que ser valiente y amar. Amar nos llevará hacia adelante, a adquirir otras perspectivas de la vida, nos llevará a descubrir gamusinos en un lugar remoto, a hacer promesas que nos propondremos cumplir, aunque para eso tengamos que atar nuestra casa con millones de globos. A saber que el límite lo ponemos nosotros. Y que Cataratas Paraíso está lejos. Pero eso no significa que no se pueda llegar.