Aviso: los artículos de «Análisis desde la fe» incluyen spoilers. Pretenden ser ayudas para cinefórums, para aquellos que ya hayan visto la película. Si no la has visto, no sigas leyendo.
Nelson Mandela, tras 27 años en prisión, alcanza democráticamente la presidencia de su país. Pero conseguir que quienes estaban enfrentados –tanto quienes dominaban como los que eran sometidos- se conviertan en ciudadanos de un único estado es una tarea más difícil incluso que mejorar la pésima situación económica. Como peculiar estrategia, Mandela (Morgan Freeman) decide ganar para su causa de verdadera integración al capitán del equipo de rugby de Sudáfrica, Francois Pienaar. La Copa del Mundo de 1995 se acerca y Sudáfrica va a ser la anfitriona.
Esta vez quiero analizar «Invictus», el “biopic” que coge la figura de Mandela y la ensalza con razón, pues se trata de una figura histórica a estudiar. Se ha dicho que el filme «cabe tildarse de hagiográfico» y, en parte, estoy de acuerdo. Desde luego, esta persona es de admiración: 27 años en una cárcel minúscula y sale perdonando a los que le encerraron en ella. Como bien dice François, el capitán de rugby (Matt Damon), “no hay quien pueda entenderlo”. Al parecer, sus escritos reales demuestran que nunca perdió la fe. La peli termina con un agradecimiento a Dios; quizá no tanto en nombre del director, Clint Eastwood, sino en homenaje a esa misma fe de Mandela.
Mi análisis personal parte de la convicción personal de que el film recoge esta figura y su historia para hablarnos del perdón. Es un himno a Mandela como símbolo del perdón. Es, por tanto, más aún, un himno al perdón. Un himno muy explícito en muchas ocasiones, y en otras no tanto. La presentación de la película ya muestra los tres «ámbitos» en donde se va a ilustrar ese perdón y esa reconciliación que se busca: el equipo de escoltas de Mandela, el equipo de rugby y la familia de Francois, el capitán de rugby. Mandela, en este análisis desde el perdón, ejerce como inspiración. Y tiene frases que son para anotar:
«El pasado es el pasado. Hay que mirar al futuro»
«La reconciliación empieza aquí (…) El perdón empieza aquí. Libera el alma y disipa el temor»
«¿Cómo lograr que sean mejores de lo que ellos mismos creen ser? (…) Inspiración»
Mandela recibe un país dividido y busca unirlo. Y apuesta por el rugby, potenciado por la copa del mundo, símbolo despreciado por los negros que le votaron, símbolo del poder de los blancos que adoran ese deporte, símbolo, por tanto, de la división del país. Y quiere reconvertirlo en un símbolo de unión. Mandela sabe que el hombre vive mucho de símbolos («Este país necesita sentirse grande»). Y lucha por que el equipo de rugby verdaderamente sea un símbolo de unidad.
Podría decirse que Mandela apuesta consigo mismo que si consigue que el rugby les una, podrá hacer que el país se una. Por tanto, el rugby (deporte violento, muy bélico en sus formas) es símbolo también de la ajetreada lucha de Sudáfrica por salir adelante. De la Sudáfrica con la que Mandela sueña. De la Sudáfrica del arco iris.
El Mandela del film (o Eastwood, según lo que queráis pensar) sabe que el perdón, en infinidad de ocasiones, no sale solo. Necesita de algo que te una al otro, de algo que te ayude a compartir con el otro. En el cristianismo, el perdón entre los hombres nace de creernos hermanos, de creer en el Amor del Padre a todos, de creer que Cristo, Nuestro Señor, ha muerto por todos y cada uno.
En la película, que no tiene una mirada cristiana, se apuesta por compartir un equipo de rugby, un sueño de victoria. Algo que puedan compartir unos y otros. Y no es tontería. Aún recuerdo mi corazón emocionado cuando España ganó la copa del Mundo. No me gusta nada el fútbol, pero ver la explosión de unión, camaradería y pasión compartida, orgullo de ser español en gente que, en otro momento, apenas se mirarían a la cara, me encantó. No quiero meterme en política, sólo quiero comparar las situaciones e intentar ilustrar lo que quiero decir. Puede no gustarte el rugby o el fútbol (a mí no me gusta), pero no se puede negar el potentísimo poder de camaradería y unión que tiene.
Esa misma unión, esa reconciliación, se ilustra en el grupo de escoltas. Su propia evolución interna es también reflejo, en un pequeño grupo, del país. No hace falta explicar mucho más. Y lo mismo sobre la familia de François y su relación con su criada. La escena de las entradas para el rugby y el abrazo entre ama y criada en la final eleva a un plano de igualdad personal a quien antes era poco menos que invisible (las duras palabras del padre sobre «los negros» delante de la criada no son para olvidar).
Y por último, el otro símbolo magistralmente llevado es el poema, Invictus, que da nombre a la película. Es esencial para entender lo que Eastwood quiere hacernos ver sobre el perdón. Lo pongo aquí, en inglés:
Out of the night that covers me,
Black as the Pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds, and shall find, me unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll.
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.
(William Ernest Henley)
Es muy interesante cómo se traduce este poema en la peli, especialmente en la escena final:
Doy gracias al Dios que fue
por mi alma inconquistable
Soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.
Y digo que este poema es esencial porque nos cuenta lo que Eastwood quiere que aprendamos del ejemplo de Mandela. Que el perdón es la única manera de no dejarnos conquistar. Perdonar a los demás las ofensas que te hayan hecho te libera, dice el propio Mandela al inicio del film. Te da las riendas de tu corazón, de tu alma, pues no dejas que el rencor te esclavice o sujete. Sólo el que perdona puede, realmente, decir que tiene un alma inconquistable. Sólo el que perdona es, verdaderamente, invicto.