Aviso: los artículos de «Análisis desde la fe» incluyen spoilers. Pretenden ser ayudas para cinefórums, para aquellos que ya hayan visto la película. Si no la has visto, no sigas leyendo.
La segunda entrega de la serie X-Men de Marvel analizada desde la fe, con la presencia de un personaje católico, la importancia de la fe en su vida y la convivencia con su tormento interior. Temas como el amor y la confianza se dan cita en esta película, de mayor trascendencia que sus compañeras de saga.
A raíz del loop temporal que en el universo X-Men ha generado «Días del futuro pasado«, la película que llamamos «X-Men 2» ha dejado de existir en el espacio-tiempo. O, por usar una terminología más marveliana, «pertenece a un universo distinto». El problema de los viajes en el tiempo es que son absurdos: Charles Xavier, que muere en «X-Men 3», aparece de un modo inexplicado en «Días del futuro pasado» y, visto el terrible destino del mundo, envía a Lobezno al pasado para intentar arreglarlo. Éste, con la inapreciable ayuda de Mística, cambia el presente, por lo que no se llega al futuro agónico que motivó su envío al pasado, por lo que no le envían, por lo que no puede cambiar el presente… y así ad eternum.
Pero no nos metamos en berenjenales, porque lo que quiero hacer en este artículo es comentar, desde la fe, la segunda película de la saga «X-Men». De las cuatro que pertenecen a esa línea temporal («X-Men 1», «X-Men 2», «X-Men 3» y «Lobezno Inmortal« que es propiamente «X-Men 4»), pienso que esta segunda es la mejor, con gran diferencia. La primera está bien, pero apenas hace más que presentar los personajes. La tercera es un bluff de fuegos artificiales y acción sin argumento; y la cuarta… un entretenimiento sin mayor trascendencia.
Sin embargo, esta segunda sí tiene «trascendencia». En concreto, creo que trata muchos temas. Desde el espectacular inicio a ritmo del «Dies irae» de Mozart hasta el épico final con mensaje de esperanza incluido, la película aborda cuestiones como la piedad y la fe frente a la ira; la confianza, la fidelidad, la colaboración por una meta común y el sacrificio… Se pueden comentar los preciosos y muy cuidados momentos de relación entre los adolescentes y los niños en la casa de Xavier; la necesidad de autoestima de Pyros y la falta de un buen referente educativo (¡cuánto bien habría podido hacer alguien tipo Logan en la educación de ese chaval!). O las magníficas escenas del Hombre de hielo con su familia… Cada personaje, por poco que aparezca, tiene una personalidad muy definida, algo que –personalmente– echo de menos en las demás películas del universo, que cada vez son más espectaculares y menos hondas. Parece que tanta acción no deja tiempo para el diálogo más que sobre temas tópicos.
Hay dos puntos de atención en esta película en los que me quiero fijar: Rondador Nocturno y Tormenta y la fe; y el trío Cíclope-Jean-Lobezno y la cuestión del amor y la atracción.
Rondador es un personaje espectacular. Posiblemente sea mi personaje favorito en esta saga de películas (antes de que en Apocalipsis se lo cargasen). Es especialmente interesante la relación que se establece entre él y Tormenta, con diálogos magníficos acerca de la fe como sostén de la persona, la confianza en el otro. Hacen una pareja que se complementan muy bien. Casi cada aparición de Rondador es para comentarla. Es simplemente una figura magnífica.
Es interesantísimo que sea un personaje católico, el primero de la saga en el que la fe tiene un papel predominante en su vida. Él está atormentado, lleno de cicatrices por los pecados cometidos. El sentimiento de culpa por el mal realizado le lleva a autoinfligirse tatuajes que le recuerdan el mal que ha realizado. La conciencia del católico de la responsabilidad sobre nuestros actos se ve así reflejada. Sabe lo que ha hecho mal, y se impone penas para redimirse.
Ciertamente, lo de hacerse heridas es no sólo excesivo sino equivocado, pero se puede sacar una lectura sobre la importancia que tienen nuestros actos sobre nosotros mismos. Al fin y al cabo, hay algo de cierto en que nuestros actos, nuestras decisiones, nos hacen ser como somos. El mayor efecto de cada acción se produce sobre nosotros: hemos decidido ser tal y como nuestras acciones y decisiones nos van haciendo.
En una escena posterior, se ve a Rondador rezando el rosario y tiene una conversación con Tormenta sobre la fe y la ira. Rondador explica que en el circo aprendió a compadecer a quien le tenía miedo, porque comprendió que mucha gente sólo puede aceptar lo que ve con sus propios ojos. Es decir, le temían porque no podían ver más que el exterior y él les compadecía por eso. Tormenta le dice que ella renunció a la piedad hace mucho tiempo. Rondador le dice que la ira afea.
– A veces la ira ayuda a sobrevivir. – se defiende ella.
– También la fe.
Son dos posturas ante la vida, ante los problemas: vivir desde la furia, afrontando con violencia o enfado aquello que nos supera, que nos desafía –y toda la vida es un desafío–; o vivir desde la confianza, desde la esperanza. Estas dos posturas se presentan con nítida diferencia cuando las confrontamos con el mal, que en nuestra propia vida nunca deja de estar presente. Sea una enfermedad, sea una pérdida de un ser querido, sea un mal provocado por otra persona, sea un desastre natural, etc. Hay muchas cosas que no entendemos y que suceden. Podemos imitar a Tormenta, y reaccionar con ira, enfadarnos ante los responsables. ¡Enfadarnos ante Dios!
O podemos seguir el consejo de Rondador, y confiar en que hay un Sentido, hay una Esperanza. Que más allá de lo que vemos con nuestros propios ojos hay algo más. El hecho de que no lo entendamos no significa que no tenga un sentido. Y podemos confiar en que lo hay. Salgamos de la peli: hablamos de confiar en Dios más allá del mal que vivimos y no podemos entender. Esto no es una cuestión de voluntad. Es una cuestión de amor. Sólo puedes confiar en quien sabes que te ama. Sólo cuando has experimentado el amor de Cristo puedes esperar que Él sabe por qué ha permitido que suceda eso, por qué ha dejado a la libertad humana o al mal natural obrar de esa determinada manera. La confianza se construye desde el amor.
Tormenta no puede comprender aún el valor de la confianza. Rondador vive de ella. Por eso es tan impresionante la escena en la que Tormenta le pide a Rondador que se teletransporte al interior de Cerebro 2. Rondador no puede teletransportarse a un sitio que no ve o no conoce, porque podría aparecer en el interior de una pared u otro objeto sólido y morir. Tormenta le desarma con un “yo tengo fe en ti”. Ella, al ir conociendo a Rondador, ha aprendido que puede confiar en él. Y él confía en ella… y se pone a rezar. La fe de Rondador está puesta en Dios pero no quiere defraudar la confianza de Tormenta.
También nosotros necesitamos conocer a quien nos pide confianza. Volvemos a salir de la película: por eso nos resulta tan difícil confiar en Dios. Porque no le conocemos. Hemos perdido el trato con Él. Hemos roto los lazos de familiaridad con Él. Hemos dejado de tratarle. Él nos invita continuamente a hacerle un hueco en nuestra vida y nosotros lo rechazamos. Sólo en algunos momentos, especialmente cuando el mal nos golpea, volvemos la mirada hacia Él. Pero es una mirada desconfiada, sin familiaridad. Y Dios quiere que confiemos en Él como un niño confía en su padre. Y cuando confiamos sin reservas, entonces Dios puede hacer maravillas en nosotros. La Historia de la Iglesia está llena de personas que viven totalmente confiadas en Dios, sin reservas. Y Dios hace milagros en ellas. Pero a nosotros nos cuesta mucho confiar hasta ese extremo. Siempre tenemos nuestras reservas.
El trío Cíclope-Jean-Lobezno también da mucho juego. Jean y Lobezno coquetean, pero Jean no quiere que eso vaya más allá. Le atrae Lobezno, es indudable, pero quiere a Cíclope. Y Lobezno, a pesar de todo, lo acepta hasta bien. Que Logan actúe como lo hace en vez de enfrentarse encarnizadamente con Cíclope, que sería lo más acorde a su antiguo yo, nos demuestra dos cosas: que el nuevo Logan es capaz de dejar atrás el pensar en su propia supervivencia sin tener en cuenta a nadie más; y que realmente la quiere. Confieso que una de las escenas que más me emocionan es su confesión final: «Ella tomó una decisión… por ti.». Esa frase en ese momento en que Cíclope tanto la necesitaba…uf, ¡es una joya del guionista!
Es obvio que a Jean le atrae Logan, pero ha decidido que quiere a Cíclope. Hay toda una magnífica lección antropológica aquí detrás acerca de lo que es el amor: ¿es instinto? ¿Es voluntad? Aristóteles decía que era un movimiento de la voluntad. En castellano es curioso que ambos –amor y voluntad– se expresan con el mismo verbo: querer. La antropología filosófica clásica, de hecho, explica que el amor es voluntad, animada por el sentimiento. Tiene algo de las dos, pero quien lleva las riendas es la voluntad.
Esto no significa que «quieres al que decides querer», que tampoco es cuestión de ser voluntaristas y eso es otro clásico error. No; significa que el amor no es, como plantea el mundo actual, puro sentimiento casi «animal». En el amor hay decisión, hay voluntad y hay libertad. Es magistral como esta lección antropológica tiene en Jean (una telépata, profundamente racional, cuyos poderes son «cerebrales») y Lobezno (cuyos poderes son muy «animales», cuyo símbolo es la naturaleza, la furia, lo lobuno e instintivo) sus dos protagonistas principales, casi con Cíclope como convidado de piedra. Ahí les faltó profundizar un poco, lo admito, pero ¡qué grande lo que ya han logrado!
Hablando hace tiempo con un amigo me decía que él consideraba que esta segunda era la más floja de las pelis de «X-Men». Como ya he explicado, discrepo profundamente. Además, creo que nos ayuda mucho a hacer estas reflexiones sobre la responsabilidad de nuestros actos, el papel de la fe en nuestra vida y el verdadero significado del amor. Si nos ayuda a pensar, la peli merece la pena. Y creo haber conseguido mostrar que esta película ayuda a pensar. Si la pensamos.
Desde luego, con este comentario es difícil no experimentar el deseo de ver de nuevo la película y buscar en ella las consideraciones que Juan-Luis deja caer. Prometo hacerlo.
En todo caso, en más de una ocasión me (os) ha ocurrido que las películas mejoran contadas que vistas. O, si se quiere, muchas mejoran al ser pensadas. Mi recuerdo de «X-Men 2» es el de una película plomiza, con poca acción, mucho diálogo y demasiada insistencia en el ambivalente discurso sobre el «derecho a ser diferente» (que lo mismo se aplica a un mutante, a un homosexual o a Stuart Little, y no es broma).
No obstante, quizá sea el caso de que ciertas películas mejoren con un cierto visionado. ¡Confío en que sea así con esta!
Saliéndonos de la peli, qué cierto es lo de la falta de familiaridad con Dios. En eso se ve la cercanía entre Dios y nosotros: tampoco nosotros haríamos lo mismo por un familiar que sólo nos saluda por Navidad que por uno con el que hay cercanía y trato frecuente. Y aunque lo hiciéramos , seguramente no sería igualmente recibido en un caso y en otro.
Juan Pablo, te leo ahora… lo siento. XD
Y sí, me ha pasado muchas veces. Me he llevado muchas desilusiones de películas que me han contado, que alguien me ha dicho lo que les ha sugerido, y la he visto con ganas… y desilusión. Así que sí, puede ser.
Pero en este caso, el análisis me pareció tan claro desde el principio, que me sorprende que te pareciese plomiza! jajajaja… Bueno, ya me contarás si el nuevo visionado te ha reconciliado un poco con la peli.
Saludos!