Nos encantan los protagonistas con carisma, incluso un poco imperfectos. Pueden parecer poco virtuosos, pero nos atraen muchísimo más que si fueran santurrones.
Los antihéroes: personajes poco ejemplares que acaban triunfando
[Jaime A. Pérez Laporta – Colaborador de Cinemanet]
En CinemaNet, el principal objetivo es recuperar valores en el cine que parece que se han perdido. A veces, siguen ahí, lo que pasa es que hacen falta reflexiones que nos ayuden a descubrirlos. Aun así, lejos de querer un cine inocente y lleno de consignas simplistas, somos conscientes de que todo es más complicado.
El cine es como la vida: hay vicios y virtudes, embadurnados de sentimientos e ideas, aplastados por los diversos sucesos biográficos de cada uno. Al fin y al cabo, el ser humano es todo un pozo de incertidumbres. Teniendo en cuenta todo esto, no es bueno que aparezcan reacciones demasiado puristas: ‘esto no lo quiero ver, no quiero leer a tal o cual autor’…, no hay que ser inocentes, recordad que todos somos pecadores.
Cuando hablamos de ‘antihéroe’, solemos referirnos al protagonista de una historia que no cumple completamente con la etiqueta clásica de ‘bueno’. El cine clásico, como la literatura clásica, siempre había propuesto protagonistas totalmente puros: eran buenos en todo, o en casi todo. A partir de ahí, el espectador -o el lector- se identificaba con él desde la veneración, soñando con un “yo querría ser ese tío/a”.
En el cine, que es cultura de masas, llegaron los sesenta -en la literatura todo sucede antes, pero eso es otro tema-. Y con los sesenta, llegaron todas esas cosas que todos sabemos y a veces nos cuesta reconocer. De golpe y porrazo, se exteriorizaron un montón de malos hábitos que la sociedad solía guardar en los cajones más recónditos de la privacidad, más aún, se empezó a cuestionar la maldad o la bondad de todas esas normas que, más o menos, se habían respetado hasta entonces.
En estos años tan convulsos pegaba a la perfección la figura del antihéroe que, para entendernos, es todo aquel protagonista que está a la altura de las circunstancias a pesar de parecer un poco cretino. No hay que confundirlos con esos antihéroes nihilistas, en los que no hay altura posible frente a las circunstancias, y que sólo sirven al espectador para deprimirlo: no llegan a ninguna meta, fracasan estrepitosamente, y su función no es comunicarnos algo bueno.
Esos quizá tengan un espacio en otro ciclo de artículos, pero ahora vamos a hablar del antihéroe más popular; ese que, aunque les cueste -y se nota que le cuesta- acaba haciendo el bien. Pero, ¿son absolutamente buenos?, ¿son canonizables? Espero convenceros de que son mejor ejemplo que esos protagonistas más meapilas, que jamás han roto un plato.
El antihéroe, tal y como lo estoy describiendo, produce en el espectador una sensación inicial de rechazo: es feo, siempre por dentro, a veces también por fuera, y eso no nos suele gustar. Pero luego, a la hora de la verdad, parece compensar todas sus miserias con una serie de actos realmente heroicos, tal vez más heroicos por lo miserables que son los sujetos. Y entonces desde el realismo, no desde la veneración, pensamos «ese puedo ser yo hoy».
Vamos a acercarnos a unos protagonistas en parte oscuros y en parte luminosos que son los que más se parecen a nosotros. Todos pretendemos salir adelante a pesar de nuestras miserias, todos soñamos con ese ‘algo bueno’ que nos ensalce por encima del fango. Así que, en estas próximas semanas, os dejaré unas cuantas reflexiones sobre aquellos que son pura superación por mucho que nos disguste, o nos guste, su apariencia de mala gente.