¿Quién dijo que ser un héroe tiene que ser una carga? ¿Por qué salvar el mundo ha de implicar un pesado deber moral? Hoy exploramos la otra cara de la moneda: héroes que disfrutan su labor, ejemplos positivos y optimistas de la gozada que supone entregarse a los demás.
Seguro que te has fijado, porque de un tiempo a esta parte han inundado las pantallas. Protagonistas atribulados, héroes a su pesar. Personajes atormentados por tener que salvar el mundo, por arrastrar una carga que sienten como algo impuesto. Escuchando la voz de todos aquellos inocentes que dependen de su acto heroico, de su estoica resolución.
Es Bruce Wayne colocándose la máscara de murciélago con la resignación de ser aquel que merecen y necesitan. Es Lobezno sacando a pasear una última vez las garras sin nada que ganar ni que perder. Imperator Furiosa conduciendo por el desierto con el ceño fruncido y el noble objetivo de arrancar a cinco jóvenes inocentes de su injusto destino.
Pero… ¿quién ha impuesto que esto tenga que ser así? Me viene a la mente la proclama feminista que reza “si no puedo bailar, no es mi revolución”. ¿A santo de qué esto no puede aplicarse a una tarea tan revolucionaria como hacer el bien? Personalmente, me considero un ferviente seguidor de la máxima de que las palabras mueven, pero el ejemplo arrastra. De que inspirar a los espectadores a olvidarnos de nosotros mismos resulta mucho más fácil si el héroe en cuestión disfruta con lo que hace.
Por fortuna, no estoy solo en esta cruzada. Son bastantes los cineastas que han cogido el testigo y nos regalan personajes que, sin dejar de ser heroicos, disfrutan su tarea. Personajes como StarLord, el canalla que lidera a los Guardianes de la Galaxia bailando a ritmo de pop ochentero. O como el Amazing Spiderman de Marc Webb, cuya segunda parte abre con un plano del trepamuros gozando la libertad de balancearse entre los rascacielos de Nueva York.
Y es que la diferencia estriba en la actitud. Véase sino la rigidez adusta del Capitán América en contraste con el carisma arrollador de aquel «genio, millonario, playboy, filántropo» que en sus ratos libres se enfunda una armadura voladora de justiciero. O la seriedad épica de Aragorn en comparación con la dinámica que se establece entre el elfo y el enano que le acompañan. Gimli y Legolas compitiendo por ver quién abate más orcos son un ejemplo excelente de gamificación del trabajo.
La ligereza que ofrecen estos personajes va mucho más allá de ser un mero comic relief, un elemento situado por el director para que el espectador descanse de tanta seriedad. No son complementos a un relato que necesariamente debe ser grave y pétreo. No. Los héroes que se divierten mientras corren, pelean y se entregan por sus amigos encarnan una auténtica filosofía vital: hacer el bien, aunque cueste, no tiene por qué ser una carga.
Es el sustrato implícito en el grito de Han Solo al derribar cazas TIE. Está en la media sonrisa que asoma bajo el bigote del doctor King Schultz mientras acompaña a Django en la búsqueda de su amada. Y en la solícita disposición a la acción que impregna a Monsieur Gustave H., apocado conserje del Gran Hotel Budapest.
Podría seguir listando nombres –de Adrian Cronauer gritando “¡Good morning, Vietnam!” por la radio a Driss sanando el alma del “intocable” ricachón Philippe a golpe de sonrisa-, pero creo que la idea ha quedado ya suficientemente expresada. En definitiva, que el heroísmo, como casi todo en la vida, es algo que se puede llevar alegre o apocado. Y ya puestos, ¿por qué no probar con lo primero? Como hemos visto, no seremos los únicos.
Los héroes y heroínas citados aquí no son, desde luego, los únicos. ¿Tienes alguno en mente que creas que es un modelo a seguir en este sentido? ¡No dudes en contárnoslo en los comentarios!