Historia con fuerza en sí misma que muestra a dos hombres capaces del mayor sacrificio en aras uno del amor y otro de la amistad. El resultado es un cóctel que obliga al espectador a reírse, a emocionarse, a sufrir…, todo ello sin parar y combinado, sobre un ritmo perfectamente medido y coronado por unas excelentes interpretaciones. Película inteligente y llena de buen cine, absolutamente tarantiniana.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: Django unchained. |
SINOPSIS
Ambientada en el Sur de los Estados Unidos, dos años antes de estallar la Guerra Civil, el Dr. King Schultz es un caza-recompensas de origen alemán que sigue la pista de unos asesinos: los hermanos Brittle. Para lograr su objetivo busca la ayuda de un esclavo llamado Django . El poco ortodoxo Schultz se hace con Django bajo la promesa de dejarlo en libertad una vez que hayan capturado a los Brittle – vivos o muertos. El éxito en su misión hace que el doctor libere al esclavo, pero ambos optan por no separarse y seguir el mismo camino. De esta forma, con la ayuda de Django, Schultz emprende la búsqueda y captura de los delincuentes más buscados del Sur. Perfeccionando sus aptitudes como cazador, Django se mantiene centrado en una única meta: hallar y rescatar a Broomhilda , la esposa que le fue arrebatada por el tráfico de esclavos muchos años atrás.
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CRÍTICAS
[Enrique Almaraz, Colaborador de CinemaNet]
El doctor King Schultz, dentista que ahora ejerce de cazarrecompensas, libera a Django, un esclavo negro, de sus amos para que se una a él en su peligrosa y lucrativa profesión. Schultz lo necesita para que identifique a ciertas personas y le ofrece una irrisoria participación en los beneficios, además de un excelente entrenamiento. Django, convertido ya en un hombre libre, accede, pues tiene una empresa mucho mayor: encontrar a la esposa que le arrebataron y vengarse de todo el dolor por ambos sufrido.
“Hombre llega a pueblo para vengar…”. Así podría resumirse el argumento de innumerables películas del Oeste. Quentin Tarantino, en su condición de mitómano confeso, retoma el esquema tradicional para adentrarse por primera vez en un género al que rinde su particular homenaje en la forma que solamente él podría llevar a cabo. Para ello y tras un arranque “morriconiano”, recurre al tema de la esclavitud – siempre y especialmente doloroso – para explorar en lo más perverso de la condición humana, con la crueldad y el deleite en el daño ajeno como pilares del más abominable de los disfrutes para la ralea que desfila por la pantalla, ya la formen atracadores o terratenientes.
La figura de Django retiene en su mirada los efectos de la barbarie que late en su interior con unas ganas intensas de estallar. El aprendizaje del “oficio” le enseña a canalizar el odio e imbuirse en el fango de la inmoralidad, pasos imprescindibles para dar rienda suelta a su cada vez mejor gatillo. Si Jamie Foxx aporta a Django la furia y la contención, el papel más rico, simpático y mejor dibujado es el del doctor Schultz, espléndidamente interpretado por Christoph Waltz. Maestro de Django y sustento de la acción, la relación entre ambos cabría equipararla, con reservas, a la de un padre y un hijo, siendo lo mejor de la película.
Estaciones más tarde e historial cazador engrosado, por fin, el momento de la venganza ha llegado. La esposa buscada aparece en las posesiones de un desalmado que con Leonardo Di Caprio alcanza una maldad inusitada. También se deja ver un envejecido Samuel L. Jackson cuya inexplicable crueldad con los de su raza ayuda a prender la mecha. Mejor detonante para la furia de Django no se imagina. La apoteosis habitual de Tarantino, acaso demasiado duradera y con algún fleco, no se hace esperar. ¿Imperfecto? Seguro. ¿Eficaz? También.
Dicho lo cual, hay que tener claro desde el primer momento que Tarantino es desde sus inicios, más allá de un cineasta, una marca. Esa razón hace ineludible una peculiar narrativa que mezcla diálogos ágiles – esta vez, con menos verborrea –, humor – quizá excesivamente concentrado en la introducción y el nudo – y, sobre todo, mucha violencia. Disparos y sangre se concentran en tales cantidades que seguro harán que Peckinpah aplauda desde su tumba. El aspecto cinéfilo del autor da cuerpo y personalidad al metraje. A los rostros conocidos se suma el deleite de escuchar sobre Foxx las notas que un día acompañaron a Clint Eastwood – y a Shirley MacLaine, para más señas –: sencillamente impagable.
Por las tendencias del cine actual, es poco probable que el cineasta vuelva a proveer a sus futuros actores de sombreros y espuelas, pues la cita parece estar cubierta, pero, de ser así, difícilmente lograría mayor intensidad, a pesar de algunos resquicios mejorables. Apostaría mi caballo… si lo tuviera.
[Diego Portillo, Colaborador de CinemaNet]
Esta película nos recupera al mejor Quentin Tarantino, el de esos diálogos rápidos e ingeniosos, aquel capaz de mantenerte pegado a la pantalla durante 20 minutos hablando de los temas más triviales. Y sí, es un western. Aunque un western visto por Tarantino.
La película comienza con el Dr. King Schultz (Christoph Waltz) encontrándose con una caravana de esclavos. Intenta comprar a uno de ellos en particular, Django (Jamie Foxx) y, ante la negativa de sus dueños, lo libera con unos métodos muy particulares. A partir de aquí comienza la peripecia de estos dos hombres: uno un esclavo que busca venganza; el otro, un cazarrecompensas en contra de la esclavitud.
La nueva película de Quentin Tarantino nos trae lo mejor y lo peor del director. ¿Es demasiado larga? Sí, un poco. ¿Tiene unos diálogos agudos e ingeniosos? Como solo Tarantino puede escribirlos. ¿Es excesivamente violenta? En algunos momentos pero se contiene en otras muchas escenas. ¿Tiene personajes histriónicos y únicos? De esos que se ven uno cada varios años. ¿Es terriblemente divertida? Sin duda alguna.
La película, pese a durar 165 minutos se pasa volando, si bien es cierto que algunas partes se llegan a hacer un poco lentas, sobre todo tras conocer a Calvin Candie (Leonardo DiCaprio), momento en que la película pierde algo de fuelle hasta que el criado negro más particular que ha parido el cine, interpretado magistralmente por Samuel L. Jackson, realiza un descubrimiento revelador que servirá de punto de inflexión para la trama.
Todos los actores interpretan sus papeles de manera magistral, pero hay que resaltar especialmente a Christoph Waltz en el papel de cazarrecompensas King Schultz, con unos diálogos y comportamientos deliciosos, así como a Samuel L. Jackson en el papel del malhablado criado de Calvin Candie. Jamie Foxx, Leonardo DiCaprio, Kerry Washington y el resto del elenco, incluido el propio Quentin Tarantino en un cameo muy especial, cumplen en sus respectivos papeles de manera adecuada y correcta, sin desentonar en ningún momento.
Otro de los puntos fuertes de la trama
son los continuos golpes de humor, introducidos por Tarantino en el momento adecuado magistralmente de forma que elevan la categoría del conjunto. Especial atención a este respecto merecen ciertas conversaciones (que no revelaré para no desvelar detalles de la trama y que la sorpresa sea mayor), así como el comportamiento del criado interpretado por Samuel L. Jackson, amén de una escena con sacos en la cabeza que me hizo llorar de risa en el cine ante lo absurdo de la situación.
Una de las cosas que más destaca es la fotografía, con unos planos espectaculares y unos encuadres cuidados hasta el extremo, además de un montaje magistral (durante el cual se permite incluso saltarse el eje en varias ocasiones, «¿por qué no?, soy Quentin Tarantino» sin que esto afecte al conjunto de manera negativa). Esto le permite al director jugar con los elementos narrativos que tiene a su disposición, permitiéndose mezclar en la banda sonora (sin que desentone en ningún momento, ¡ojo!) piezas de Enio Morricone con raps o canciones modernas (cosa totalmente impensable para cualquier otro director en un western).
También hay que hacer hincapié en que el mensaje del director está mucho más marcado en este filme que en otros de su filmografía, realizando una reflexión bastante clara y marcada sobre la crueldad humana, la esclavitud, la justicia, la voluntad y el deseo de venganza.
Por tanto, debido a unos diálogos brillantes, una fotografía espectacular, unas interpretaciones geniales, una banda sonora original y diferente y un montaje milimétrico, estamos ante un estreno que no nos podemos perder.
[Juan Orellana, COPE]
Desde que Quentin Tarantino saltara a la palestra con Reservoir Dogs y Pulp Fiction, hace veinte años, se ha consolidado como un auténtico autor, algo que seguramente estaba muy lejos de sus planes a principios de los noventa. Su referente personal era la cultura popular, de la que se había empapado desde pequeño: comics, tv-movies y las películas de kung fu que echaban en el cine de barrio en horas de colegio. Vivió en barrios de negros, trabajó en videoclubs y padeció la ausencia absoluta de un padre. Tarantino era por necesidad la antítesis del academicismo, del formalismo erudito, del cineasta intelectual de cultura universitaria. Su escuela fue la calle, el cine popular, la cultura pulp.
Pero lo más interesante es que cuando él ha tratado de emular en su cine los géneros de su adolescencia, no ha rodado meros homenajes, sino que ha hecho algo nuevo, diferente, original, atribuible a un nuevo sello autoral: la marca Tarantino. Una marca en la que muchos destacan su uso tan brutal como inofensivo de la violencia. Inofensivo porque tiene una función más cómica que dramática, y es tan exagerada y surrealista en su efluvio hemoglobínico, que está más cerca de un cómic de Mortadelo y Filemón que de la violencia gore tan frecuente en mucho cine postmoderno.
En el caso que nos ocupa, el cineasta de Tennessee quería ofrecer su personal tributo al spaguetti western, y consigue una película que da mil vueltas a la mayoría de los spaguetti western de la historia. Los Globos de Oro 2012 al mejor actor de reparto (Christoph Waltz) y al mejor guión original (Quentin Tarantino) ya avalan la película, que también es candidata a los Oscar a mejor película, actor de reparto (Christoph Waltz), guión original, fotografía (Robert Richardson) y montaje de sonido (Wylie Stateman).
En 1966, Sergio Corbucci estrenó Django, un spaguetti western protagonizado por Franco Nero, al que daba la réplica nuestro José Bódalo. El Ku Klux Klan tenía un gran protagonismo en el filme. La película de Tarantino homenajea directamente a esta película, desde su nombre mismo, el diseño de los títulos de crédito, la presencia de Franco Nero y la irrupción del Ku Klux Klan, entre otros muchos elementos estéticos.
El argumento arranca en Texas en 1858, y se centra en un cazarrecompensas, el Dr. King Schultz (Christoph Waltz), que libera a un esclavo negro, Django (Jamie Foxx), para que le ayude a detener a unos forajidos. A cambio, le promete colaboración para encontrar a su mujer, otra esclava negra, Broomhilda (Kerry Washington), que trabaja en la hacienda del magnate Clavin Candie (Leonardo DiCaprio).
La historia en sí tiene fuerza, ya que muestra a dos hombres capaces del mayor sacrificio en aras uno del amor y otro de la amistad. Pero la seriedad dramática de este planteamiento está tejida con hilos de comedia inteligente y con la pasión de Tarantino por matar a sus personajes —incluido al que él mismo encarna— de la forma más pirotécnica y cromática posible.
El resultado es un cóctel que obliga al espectador a reírse, a emocionarse, a sufrir…, todo ello sin parar y combinado, sobre un ritmo perfectamente medido y coronado por unas excelentes interpretaciones (atención a Samuel L. Jackson). Al final queda la sensación de haber visto una película entretenida en el sentido más amplio de la palabra, fiel a su origen popular y poco intelectual, pero sí inteligente y llena de buen cine. Una película absolutamente tarantiniana.
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