(Artículo cedido por su autor, Marc Massó, y publicado originalmente en el blog Martes Noche Cine)
Mel Gibson sorprende a público y crítica debutando como director en 1993 con esta película. Basada en una novela homónima, cuenta la historia de amistad entre un profesor y su alumno. Charles E. ‘Chuck’ Norstadt (Nick Stahl) es un niño que alberga el sueño con el que da comienzo la película: ingresar en la academia militar de West Point para ser piloto de aviación.
Lo curioso del sueño es cómo cada detalle de éste está inventado, imaginado por él mismo, viéndose a la madre orgullosa y radiante, a la hermana que no le cae bien amordazada, etc. Si bien, a cierto punto se da cuenta de que falta algo, hay un rostro entre la multitud que no consigue ver, alguien a quien busca y no encuentra. Es como si el propio muchacho percibiese que su sueño no puede ser confeccionado por sí mismo, necesita de otro que le ayude, que le introduzca, que le forme, para poder llegar a esa academia.
De vuelta a lo real se nos muestra cómo las cosas no parecen estar muy fáciles para él. Sus notas no son buenas y debe pasar un difícil examen al final del verano. Además vive una compleja situación familiar en un hogar con la ausencia de su padre y una familia absolutamente fragmentada, con varias hermanas de distintos matrimonios de su frustrada madre y un constante ir y venir de nuevos amantes de ésta.
Chuck es tratado siempre con una condescendencia que, aunque bienintencionada, le resulta profundamente discriminatoria y humillante. Todos están preocupados por cómo la falta de su padre y la compleja situación familiar pueden afectar al niño, volviéndolo un incapaz, al que le cuestan más las cosas que a los demás. Otra vez vemos que las primeras cuestiones del fracaso educativo empiezan por el núcleo familiar.
De nuevo se observa la dinámica donde se trata a la persona no por su totalidad, sino por datos parciales; como un objeto, es decir, se lo objetiviza bajo el prisma de alguna enfermedad, en este caso, psicológica. Ello provoca una reactividad en el chico, que se defiende instintivamente de dichas intromisiones de forma violenta –como cuando decide pinchar las ruedas del coche de su madre en el Ferry– que no hace más que agrandar el círculo vicioso: cuanto más violento y huidizo, más argumentos de preocupación tienen los psicólogos y adláteres.
Al niño no le pasa nada más que lo obvio: su madre tiene un problema afectivo gravísimo y en tanto que ni se sostiene ella, menos aún a su hijo; y por otro lado, la ausencia de un padre y de un hogar que permita su correcto crecimiento y enriquecimiento como persona, dificulta que todo lo que lleva él dentro se desarrolle y brille. Chuck sólo necesita alguien que lo quiera como es, que le ayude a crecer y a expresar lo que desea, encontrando en la realidad aquello que mejor responda.
Así Chuck encontrará en el estudio una buena excusa para ausentarse de su casa durante los días de vacaciones. Necesita estudiar, pero a pesar de sus intentos vemos que está completamente desorientado. En su lugar de veraneo existe otra persona que apenas se deja ver y del cual circulan leyendas y ficciones por doquier. Chuck lo verá primero en el Ferry y luego tras una excursión en barca a una cala cerca de la casa del enigmático personaje, en la cual olvidará sus apuntes y libros y a la que deberá volver.
Esta casualidad permitirá que Chuck y el profesor Justin McLeod (Mel Gibson) se encuentren por primera vez. Chuck le pedirá que lo ayude a estudiar, pero al inicio el profesor declina la propuesta, aun cuando el niño le ofrece compensarle económicamente: “No podrás pagarme”. Se empieza a ver aquí ya que el asunto no es un tema económico, sino mucho más profundo. Chuck volverá incansablemente a la casa del profesor para pedirle que lo forme hasta que éste accede de una forma peculiar: “Cava un hoyo”.
Es interesante ver cómo el factor que mueve el aprendizaje es el deseo del niño. Él quiere ser piloto y para conseguirlo debe conocer una realidad que desconoce y, de hecho, desconoce incluso lo que debe conocer. Por ello la propuesta del profesor se le antoja arbitraria y decepcionante: “¿Por qué tengo que cavar un hoyo? ¡No sirve para nada!”. Vemos aquí el segundo punto de interés: la autoridad y la disciplina.
Tal como le espeta McLeod, si quiere que él sea profesor le deberá llamar “señor” y deberá obedecerle. Hay una clara distinción entre el plano docente y discente, sin que ello sea objeción a la amistad verdadera que surge con posterioridad. Para nada la forma de actuar del profesor es caprichosa, tal como se demostrará luego.
McLeod apela a la libertad del niño y a su deseo, es como si le dijera: si quieres ser aviador debes estudiar y como no sabes, debes aprender. Dado que yo soy profesor yo te enseñaré, pero para ello debes fiarte de mí aun cuando no entiendas, porque precisamente porque no entiendes es por lo que necesitas estudiar, por tanto sólo entenderás cuando te hayas fiado de mi palabra.
Contrariamente, el ámbito social y familiar del chaval apelan sólo a su límite, causándole rabia, y a un escenario pequeño, preconfeccionado por ellos y su estrechez de miras, según su criterio de lo que es posible o no; sin darle la oportunidad al chico y a la misma realidad de que hablen, es decir, de ver en efecto la plausibilidad o no de que entre en la academia. Esta mirada sobre la realidad reduce el verdadero deseo del niño y lo hace ir a expensas de los demás, haciendo de él un inútil, efectivamente, cerrando la profecía autocumplida.
Veremos cómo el contraste entre ambas opciones es evidente. El niño a medida que estudia con el profesor aprende, conoce mejor las cosas, se conoce a sí mismo, se hace inteligente; esto es, capaz de discernir (legere) entre (ínter-) las cosas. El meollo de la cuestión cognoscitiva no es de una mayor o menor capacidad intelectual, sino de una postura adecuada ante las cosas.
McLeod se demuestra un verdadero maestro en la medida en que hace aflorar lo mejor del interior del chico y le permite ser más el mismo. Además no enseña según su criterio, sino según el criterio de las cosas: dado que el método de conocimiento lo impone el objeto (no es lo mismo estudiar una piedra que una planta o un animal), el profesor lo introduce en lo real según la verdad de lo que estudian.
Por ello partirá de lo que es el propio chaval, haciéndole buscar sinónimos de “mierda” dado que es un mal hablado, o lo instruirá en la recitación y actuación del teatro, no en su mera lectura. La prueba es la satisfacción y la alegría que suscita en Chuck. Ello llevará naturalmente al desarrollo de una amistad grande y verdadera entre ellos, donde compartirán sus vidas y el significado de las cosas.
Por un lado McLeod verá la difícil situación de Chuck y por otro, Chuck entenderá por qué su profesor vive como un ermitaño y tiene medio rostro y gran parte del cuerpo quemados. McLeod sufrió un accidente de coche hace años en el que murió uno de sus alumnos. Se le acusó injustamente de haber estado abusando de él y perdió su puesto de profesor, perdiendo también parte de su vida. La imagen alegórica es aquí patente: desde que perdió la vocación y a su mujer (aunque no sabemos cómo, si murió, lo abandonó o se divorciaron), perdió su rostro, casi diríase que aquello que lo hace humano.
Por ello los habitantes del pueblo sencillamente lo aceptan, pero no saben nada de él, solo mentiras y cotilleos que van de boca en boca sin ton ni son. Algunos lo califican de monstruo y prefieren ignorarle a conocerle y entrar en relación con él. Se ve aquí una vez más la línea entre la propia idea y la verdad de lo real. Es el contacto con lo real lo que permite a Chuck pasar del mito al logos, dejar atrás la idea que tenía sobre McLeod y descubrir quién es realmente.
De esta forma puede llegar a decirle a su profesor que ya no ve sus cicatrices. Mientras el pueblo vive de su imagen, acaban montando una versión de la realidad absolutamente alejada de lo que es y por ende, profundamente injusta. Algo que ya analizamos en el ciclo de ideología: mientras se vive apegado a la propia idea sin conocer de verdad lo real se hace violencia y se es partícipe del mal, porque no se está en la verdad de las cosas.
Por ello, cual fantasmas del pasado, el estigma de la pedofilia se vuelve a cernir sobre el profesor. Como ya decíamos en la película El profesor, hay una distancia ficticia y autoimpuesta en la relación como “seguro” para mantener la relación acotada dentro de lo estrictamente académico, como muestra la película, fuera de lo real. Tras una discusión familiar, Chuck acudirá a casa del profesor, pues es el único lugar donde verdaderamente es más él mismo.
Dado que había mantenido la relación con McLeod en secreto para que no le impidieran ir a recibir sus clases, inmediatamente se genera una sospecha que no está fundada sobre algo real, como decíamos, sino sobre la imagen que ya tienen los habitantes del pueblo previamente metida en la cabeza y sobre la cual intentarán ahormar la realidad que se les presenta. Son incapaces de ver que el niño está bien, es más, que está mejor, que no hay problemas más que en la casa del chaval y que el profesor ha hecho un bien enorme. Sólo esperan de la realidad aquello que confirme lo que ya han decidido previamente, llevando el asunto hasta cotas que rayan el esperpento y lo absurdo.
Buena muestra de ello es el tramposo interrogatorio al que someten a McLeod, el cual les dará una brillante lección sobre el amor, la autenticidad, la amistad, el honor y la veracidad del corazón del hombre. Algo que sin duda los jueces, abogados y responsables sociales ni huelen, pues no han hecho experiencia de lo que les dice el profesor. La miseria de sus vidas hace que las palabras que escuchan queden como ecos vacíos en sus conciencias. Como cuando McLeod les recuerda a las autoridades: “soy profesor” (por vocación), a lo que éstas responden (entendiendo la simple profesión): “Pero no comprendo, ¿no le quitaron su plaza?”. Verdaderamente alguien ideologizado se vuelve ciego e ignorante, pues es incapaz de comprender lo que acontece.
Luego se encontrarán Chuck y el profesor en una escena tensa, donde el chico está desorientado por los acontecimientos y llega a dudar de su amigo. En ese punto McLeod no cede: “Mira tu experiencia, dime si te he tocado alguna vez, es más, si crees que podría llegar a hacerlo”. McLeod es profesor hasta el final pues no separa lo que enseña de cómo lo enseña, es decir, de lo experimentable en lo concreto. No hay un ámbito intelectual y otro afectivo, separados: la persona es una y por ello la educación debe serlo. El niño debe partir de lo que aprende y de su experiencia para poder sacar su juicio, entender, hacerse adulto; pero siempre al amparo de una guía. Así Chuck será capaz de comprender que el profesor no es malo, porque toda su experiencia dice lo contrario. Es un ejemplo claro de cómo uno puede alcanzar certezas morales (tan necesarias hoy en día donde parece que sólo la ciencia pueda ser objetiva) y cómo éstas son más imprescindibles que las certezas intelectuales.
En la misma línea vemos cómo el poder político o de la ley, si se quiere, está también presente en la figura del policía. Una vez más es un poder que no se preocupa de ser garante de que el espacio común sirva para que la vida de los que lo habitan se exprese en libertad y se lleve a cumplimiento respecto a un bien; sino que se conforma con mantener un orden.
Hasta el punto que será capaz de decirle al profesor que hubiese sido mejor que se hubiera quedado en casa haciendo el ermitaño antes que salir al encuentro del chico con el consiguiente problema (ficticio) que ello ha acarreado. La verdad no importa, sino sólo que las cosas “estén en su sitio”.
Hay otro detalle que habla de la inseparabilidad de la propia vida y anhelos con lo que es la aventura educativa (descubrirlo en la realidad) y la relación con la persona. McLeod recuperará su rostro en la relación con el chico, y Chuck a la vez se volverá adolescente, más adulto, en la relación con el profesor. En efecto, uno sólo puede ser él mismo frente a otro, frente a un tú al que puede nombrar y reconocer.
Por ello, cuando el mundo le gira la espalda el profesor pierde su rostro, incluso físicamente; algo que recuerda otra vez a la anterior película, El profesor, donde Meredith dibuja a Henry sin rostro frente a la clase, pues como dijimos, Henry sigue buscando una respuesta a su vida que recuperará en el amor hacia la prostituta. De igual forma aquí la alteridad deviene el signo más potente del culmen afectivo de la persona, que es el amor. Sólo si somos amados y amamos podemos existir con plenitud, tal es la condición humana.
Esta evolución se ve con claridad en la carta que le deja al final, donde lo explica todo con brillantez y claridad; y de una forma más simbólica en sus cuadros. McLeod es también artista y se puede ver cómo el cuadro final es un bello paisaje que muestra a Chuck y a él durante una de sus excursiones-lecciones, en contraposición a otros cuadros que se ven en la película y que muestran una oscuridad y decadencia parecidas a las de pintores como Francis Bacon.
La película finaliza genialmente con una escena análoga a la del principio. Chuck ha logrado ingresar en la academia y tras cuatro años se ha graduado. Las circunstancias no han cambiado en exceso por así decir. Su familia sigue siendo la misma, pero la realidad se presenta mucho más fascinante de lo que parecía en el sueño, entre otras cosas, aunque parezca una obviedad, porque es real. En un cierto momento Chuck buscará una figura a lo lejos y verá la silueta, un rostro amable, de un amigo querido que lo saludará y sin el cual no estaría ahí. Las autoridades no les permiten verse, pero nadie podrá borrar el vínculo amoroso y la plenitud de vida que ha nacido en ellos.
Para terminar sólo recabar en un último detalle: McLeod le enseñará durante gran parte de la película materias más relacionadas con las humanidades que con la aviación, porque hay que aprender lo concreto de cada materia, pero sobretodo hay que aprender a ser hombres, a escuchar y entender el valor de la realidad y el deseo del corazón. Si no hay un propósito para hacer lo que hacemos, ¿por qué querríamos ni tan siquiera aprenderlo?
La poesía, el teatro, la literatura o la filosofía son disciplinas que hablan de ese significado y del deseo humano. Hoy en día las humanidades son cada vez más desprestigiadas y olvidadas, nos quejamos de que todo cae y parece que no advirtamos que estamos masacrando nuestra capacidad para ser personas desde la base.
Tras el estado de la cuestión que mostraba El profesor, ésta es una película que nos muestra los rasgos inconfundibles de un buen maestro y que nos presenta las características más importantes de la buena educación.