(Artículo cedido por su autor y publicado originalmente en el blog Cartas en el olvido)
Lo primero: El castor me parece una película que no cumple con la etiqueta de «drama» que le asignan. Es una tragicomedia. De hecho, empiezas riéndote, hasta que la realidad te golpea en la cara. Mantiene siempre la tensión con momentos en que puedes reírte a carcajada limpia, o sonreír y preocuparte por haberlo hecho. Me recuerda, en este sentido, a La habitacion de Marvin.
Recomiendo esta película para nuestra época de crisis: no sólo económica, sino moral, Una crisis de relaciones humanas: de engaños y gente que encubre su insatisfacción personal tras miles de pantallitas y smartphones. El castor remueve los bajos fondos, pero sin ser sucia, que no hace ninguna falta. Va a problemas más básicos incluso.
Habla, entre otras cosas ya dichas, de la necesidad de amar, de ser amado, de ser reconocido, de la familia como lugar principal en que se da todo esto, de lo que es el amor y lo que no es (un espacio de libertad, y no de idealización del ser querido, que pasaría entonces a ser sencundario para quedarme yo en el foco de luz). Lo digo rápido, ya cada uno pensará si le da la gana.
Una película pensada. Una película que tiene como intención que pases un mal rato, al estilo de las tragedias griegas, que te purifican -dicho grosso modo– al obligarte a ver en directo lo que tú mismo no quieres reconocer dentro de ti. Un mal rato, sí: pero que deja buen gusto. Como la cerveza: amarga, pero agradable al paladar maduro.